AHUÍZOTL, EL REY GUERRERO DE LA EDAD DE ORO AZTECA y CUAHTÉMOC, EL ÚLTIMO EMPERADOR AZTECA
AHUÍZOTL, EL REY GUERRERO DE LA EDAD DE ORO AZTECA
Este soberano belicoso engrandeció su imperio gracias a una serie de audaces expediciones que le permitieron extender su reino desde el norte de Veracruz hasta Guatemala
Actualizado a 28 de mayo de 2019 · 19:09 ·
A mediados del siglo XV, la civilización azteca dominaba una gran extensión del Valle de México alrededor de su capital, Tenochtitlán, y había sometido a sus vecinos bajo su autoridad. El poder mexica se basaba en el terror y el respeto que infundieron a los demás pueblos mesoamericanos a través de su ejército, que logró imponerse a sus vecinos llevando a cabo una guerra y una conquista continuas. Y nadie representó mejor este ideal de guerrero conquistador que Ahuítzotl, tlatoani –soberano– de Tenochtitlán entre 1486 y 1502, que llevó al imperio azteca a alcanzar su mayor extensión.
Ahuítzotl intensificó el empuje expansionista de Moctezuma I (cuyo reinado se extendió entre 1440 y 1469), que había sentado las bases del poder azteca sobre la región, expandiendo su control alrededor de Tenochtitlán. Ahuízotl amplió el territorio azteca con conquistas hacia el este, el oeste y el sur, llegando el imperio azteca a su máxima extensión: el Estado abarcaba el centro y sur del actual México y el norte de Guatemala entre las costas atlántica y pacífica, y dominaba una región de unos diez millones de habitantes.
Los dominios del imperio azteca durante el gobierno de Ahuítzotl se extendieron por una región de diez millones de habitantes
Ahuítzotl era nieto de Moctezuma I y recuperó el espíritu guerrero de éste, abandonado durante años por sus sucesores. Sucedió en el trono a su hermano Tízoc, probablemente envenenado en un complot nobiliario, y pronto ganó reputación como gran estratega militar. Él mismo encabezó muchas de las campañas militares, protagonizadas por largas marchas, ataques sorpresas y emboscadas, ganándose una fama de guerrero feroz y cruel entre sus enemigos y el respeto entre sus hombres, a los que solía acompañar en sus expediciones acampando con ellos en lugar de quedarse en un palacio.
UN MONARCA SANGUINARIO
En 1487, el tlatoani inauguró el Gran Teocalli o Templo Mayor, un episodio que contribuyó a aumentar su fama de cruel. La consagración del templo se convirtió en el mayor ritual de sacrificios de la historia azteca. Las fuentes cifran en no menos de veinte mil los prisioneros de guerra sacrificados para saciar la sed de sangre del dios de la guerra, Huitzilopochtli, en una hecatombe que duró cuatro días. Los cautivos, dispuestos en cuatro filas de varios kilómetros, iban subiendo las gradas del templo hasta el altar de sacrificio. Allí, se llevaba a cabo el espantoso ritual: mientras cuatro hombres inmovilizaban a las víctimas, varios sacerdotes y el propio Ahuítzotl abrían el pecho a los prisioneros con el cuchillo ritual y les sacaban el corazón aún latente. Tras esto, los despeñaban por las gradas para que otros descuartizaran los cuerpos.
Las conquistas reportaron grandes beneficios a los mexicas, que obligaban a sus vecinos subyugados a mantener el Estado azteca a través de tributos y esclavos. Esta época también conoció un gran desarrollo comercial, que se llevó a cabo en paralelo a la expansión territorial. El propio monarca alentó las expediciones de los pochtecas, comerciantes de artículos de lujo que hacían a la vez funciones de espía y proporcionaban al monarca información vital para la preparación de sus campañas militares. La vida en la corte se desarrollaba en medio del lujo y la opulencia sufragados por los pueblos vasallos. Tenochtitlán, que contaba con tres cientos mil habitantes, se convirtió en la ciudad más poderosa de América.
El soberano azteca promovió algunas obras obras públicas en la capital, como la construcción del acueducto de Coyoacán para abastecer de agua a Tenochtitlán. Esta obra, que al parecer no estuvo bien planteada, causó una gran inundación en la que, en 1502, murió el monarca tras darse un golpe en la cabeza al tratar de ponerse a salvo de las aguas. Lo sucedió en el trono su sobrino, Moctezuma II, a quien los españoles arrebataron el imperio que le habían legado sus antepasados.
ENEMIGO DE HERNÁN CORTÉS
CUAUHTÉMOC, EL ÚLTIMO EMPERADOR DE LOS AZTECAS
A la muerte de Moctezuma, Cuauhtémoc dirigió la desesperada defensa de Tenochtitlán frente a las fuerzas de Hernán Cortés, quien lo apresó y más tarde ordenó ahorcarlo
Cuauhtémoc y su primo, el gobernante de Tacuba, son torturados por Hernán Cortés. Óleo por Leandro Izaguirre. 1893. Museo Nacional de Arte, México D.F. |
Isabel Bueno
Actualizado a 11 de octubre de 2020 · 13:52 · Lectura: 7 min
cuando las tropas castellanas al mando de Hernán Cortés lanzaron su asalto final contra la capital del Imperio azteca, Tenochtitlán, en 1521, sabían que enfrente tenían a un monarca que les iba a plantar mucha más batalla que Moctezuma, el tlatoani que dos años antes los había recibido con los brazos abiertos.
El puesto de Moctezuma, fallecido el año anterior, lo ocupaba ahora un primo suyo, Cuauhtémoc, un joven de apenas 25 años que impresionaba a todos por su "muy gentil disposición, así de cuerpo como de facciones", pero sobre todo porque "era muy esforzado y se hizo temer de tal manera que todos los suyos temblaban de él", según escribió Bernal Díaz del Castillo.
Hijo y nieto de reyes, Cuauhtémoc tuvo una corta y azarosa existencia. Nació en Tenochtitlán en los últimos años del siglo XV, en un día que coincidió con un eclipse solar, preludio de un sino fatal que los sacerdotes confirmaron al darle el nombre de Cuauhtémoc, "águila que desciende". El joven príncipe asistió al calmecac, el centro de instrucción de todos los nobles, y al cumplir los 15 años completó su educación en el telpochcali, la escuela obligatoria en la que todos los varones aztecas recibían la formación militar. Pronto destacó como combatiente, y tras alcanzar el grado de tlacatécatl lideró los ejércitos de Moctezuma en diversas campañas, lo que le valió el mando militar de Tlatelolco, la ciudad gemela de Tenochtitlán.
EL NUEVO TLATOANI
Dado el importante rango que ocupaba, es lógico que Cuauhtémoc tuviera una participación destacada en los acontecimientos que siguieron a la llegada de Hernán Cortés a México. Probablemente fue de los primeros que se inquietaron por la presencia de Cortés y sus hombres en Tenochtitlán desde noviembre de 1519. Tras la matanza cometida por Pedro de Alvarado en el Templo Mayor, el 20 de mayo de 1520, Cuauhtémoc se sumó a la rebelión contra los invasores.
Tras la muerte de Moctezuma, los nobles aztecas eligieron emperador a su hermano Cuitláhuac, pero éste murió ochenta días más tarde. En septiembre de 1520 los aztecas eligieron como sucesor a Cuauhtémoc.
El 30 de junio, en la conocida escena en la que Moctezuma salió a una azotea de su palacio para intentar calmar los ánimos de sus compatriotas, Cuauhtémoc lo imprecó con violencia: "¿Qué es lo que dice ese bellaco de Moctezuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo y asegurándose nos ha puesto todos en este trabajo? No le queremos obedecer, porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago". Una fuente afirma incluso que de su mano partió una de las piedras que mataron al emperador. El príncipe participó en primera línea en la expulsión de los españoles de Tenochtitlán, durante la llamada Noche Triste.
Tras la muerte de Moctezuma, los nobles aztecas eligieron emperador a su hermano Cuitláhuac, pero éste murió ochenta días más tarde, víctima de la viruela. En busca de un líder fuerte y decidido, en septiembre de 1520 los aztecas eligieron como sucesor a Cuauhtémoc. El nuevo tlatoani se preparó para defender su capital de la contraofensiva de Cortés, que comandaba un ejército formado por 900 españoles y 150.000 aliados. Ordenó hacer más profundas las acequias, izar los puentes que unían la ciudad a tierra firme y hacer acopio de armas y víveres para llenar los silos de Tenochtitlán.
Se reunió con tarascos y tlaxcaltecas, sus eternos enemigos, para apelar a la unidad indígena frente al extranjero y ofreció a sus tributarios importantes ventajas fiscales a cambio de su lealtad. Cuando Cortés se aproximó a la ciudad, Cuauhtémoc rechazó todas las ofertas de rendición e incluso hizo ejecutar a dos hijos de Moctezuma partidarios de la negociación.
UNA DEFENSA ENCARNIZADA
A pesar de todos los preparativos llevados a cabo por Cuauhtémoc, nada impidió que los españoles pusieran sitio a Tenochtitlán y la bloquearan gracias a los bergantines que construyeron para navegar por la laguna que rodeaba la ciudad. Esto obligó a Cuauhtémoc y los suyos a retirarse a Tlatelolco, donde "de hambre y sed morirían, porque no tenían que beber sino agua salada de la laguna". En poco tiempo, la situación se volvió desesperada y así lo comunicó Cuauhtémoc a sus generales, pero éstos resolvieron seguir con la guerra. El tlatoani les advirtió que "en adelante ninguno osase demandarle paces o lo mataría".
A finales de julio de 1521, la suerte de Tenochtitlán estaba echada. Los templos ardían, los cadáveres llenaban las calles y los indígenas que combatían junto a Cortés hacían estragos entre los odiados mexicas. Pese a ello, Cuauhtémoc seguía decidido a no rendirse, hasta que el 13 de agosto, cuando los españoles y sus aliados dieron el asalto final a Tlatelolco, trató de escapar en una canoa junto con su familia y algunos altos dignatarios para proseguir la lucha en otro lugar. Sin embargo, los españoles divisaron a lo lejos la canoa en la que huía el emperador y le cortaron el paso con un bergantín, ante lo cual Cuauhtémoc, "viendo que era mucha la fuerza de los enemigos, que le amenazaban con sus ballestas y escopetas, se rindió".
Cuauhtémoc fue llevado a presencia de Cortés, que había asistido a la batalla final desde una azotea donde había colocado una tienda carmesí. Allí el tlatoani exclamó ante el conquistador: "¡Ah capitán! Ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino y librarlo de vuestras manos, y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida, que será muy justo, y con esto acabaréis el reino mexicano". Cortés quiso tranquilizarlo y le ofreció reconocerlo como emperador a cambio de que en lo sucesivo le entregara el tributo señalado; los aztecas reconstruirían la ciudad y seguirían con su vida.
A finales de julio de 1521, la suerte de Tenochtitlán estaba echada. Cuauhtémoc seguía decidido a no rendirse, hasta que el 13 de agosto, cuando los españoles y sus aliados dieron el asalto final a Tlatelolco, trató de escapar en una canoa junto con su familia y algunos altos dignatarios para proseguir la lucha en otro lugar.
Pero los hechos desmentirían enseguida aquellas palabras. Aunque Cuauhtémoc siguió siendo en teoría gobernador de Tenochtitlán, sus poderes fueron transferidos a un primo suyo más dócil, Tlacotzin. Cortés consideraba al último tlatoani un "hombre bullicioso" y temía que organizara un alzamiento, por lo que ordenó mantenerlo prisionero en Coyoacán, cerca de Tenochtitlán, donde él mismo residía.
¿DÓNDE ESTÁ EL ORO?
Los conquistadores tenían la vista puesta en el oro, y particularmente en el tesoro que habían dejado en Tenochtitlán tras su huida durante la Noche Triste. Ya al día siguiente de la caída de la capital, Cortés se reunió de nuevo con Cuauhtémoc para preguntarle dónde lo había ocultado. Algún tiempo después, el conquistador volvió a interrogar al emperador derrocado, y esta vez decidió someterlo a tortura para arrancarle una confesión. Lo ataron a un poste y metieron sus pies, tal vez también sus manos, en aceite hirviendo.
Al ver que su primo, el señor del Estado aliado de Tacuba, le suplicaba con la mirada que confesara, Cuauhtémoc "lo miró con ira y le preguntó si estaba él en algún deleite o baño". Finalmente explicó que, poco antes de la caída de la ciudad, los dioses le habían revelado que el fin de Tenochtitlán era inevitable, tras lo que ordenó arrojar todo el oro a un pozo en la laguna. Los buceadores españoles, sin embargo, no encontraron allí nada de valor.
En octubre de 1524, Cortés salió de Tenochtitlán en dirección a Honduras para reprimir la rebelión de otro conquistador, Cristóbal de Olid. Se llevó consigo al tlatoani y sus principales a fin de evitar una insurrección en México. Durante el viaje, un noble de Tlatelolco contó a Cortés que Cuauhtémoc se quejaba de que "estaban desposeídos de sus tierras y señoríos y mandaban los españoles y que le parecía buen remedio matar a Cortés y a los que con él iban". El 28 de febrero de 1525, Cortés ordenó que interrogaran por separado a Cuauhtémoc y al señor de Tacuba y "sin haber más probanzas los mandó ahorcar. Y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal a todos", sentenció el cronista Díaz del Castillo.
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