ÁLVARO DE ALBORNOZ. 9 DE OCTUBRE DE 1931. "NO MÁS ABRAZOS DE VERGARÁ , NO MÁS PACTOS DEL PARDO"
Álvaro de Albornoz fundó en 1929 con Marcelino Domingo el partido Radical Socialista, que en 1934 se fusionará con otros formando Izquierda Republicana
En el diario de sesiones del Congreso de 9 de octubre de 1931 y durante el debate del artículo 3º del proyecto constitucional, y que decía:
" No existe religión de Estado", y que tendrá como redacción final
" El Estado español no tiene religión oficial"
He aquí un fragmento de la intervención Álvaro de Albornoz en dicho debate:
[...] Oigo decir también que una Constitución es siempre una transacción, un compromiso entre los partidos; creo que es éste un parecer absolutamente erróneo
[…]Sres. Diputados, una Constitución no ha sido nunca una transacción entre los partidos, porque además estas transacciones no pueden ser posibles en los momentos en que la Constitución se discute y se vota. Por eso es una Constitución natural y legítima la del elemento que ha hecho en España la revolución, para que esa Constitución esté impregnada de sus ideas y refleje su sentido ,porque si esa Constitución estuviera influida ( claro es que al decir esto no me refiero absolutamente a ninguno de los partidos republicanos de la Cámara) si esa Constitución estuviera influida por alguno de los sectores de estas Cortes, entonces, Sres. Diputados, esa Constitución sería una monarquía disfrazada de República, y nosotros queremos que una República republicana, no sólo con las formas externas de la democracia, sino con todo su contenido esencial.
Lo que hay es que el el liberalismo español, sobre todo en materia religiosa ha sido siempre tímido y medroso: Las constituyentes de Cádiz, que proclamaban la soberanía nacional, declaraban el mimo tiempo que la religión católica será perpetuamente la de los españoles, y a la vez que la ley de imprenta del año 10 proclama el derecho de todos los ciudadanos a emitir su opinión libremente sin sujeción a la censura previa, hace una excepción en las materias religiosas, las cuales somete a la licencia de los Ordinarios eclesiásticos. Todavía en el año 1854, liberales progresistas como Sagasta y como Olózaga combaten la libertad de cultos, por parecerles en extremo peligrosa para nuestro país, y la Constitución casi republicana de 1869 introduce en el art. 21 la libertad de cultos de un modo subrepticio y vergonzante, concediéndoles este derecho a los extranjeros, y después, a la sombra de los extranjeros, al reducido número de españoles que puedan opinar como ellos. Por cierto que contra esta manera de introducir la libertad de cultos en la Constitución clamaba un conservador como Juan Valera.
Con esto, Sres. Diputados, quiso evitarse la guerra civil, y no se consiguió, a pesar de esa actitud tímida y medrosa del liberalismo español; vino la guerra civil y lo peor fue que la guerra civil se concluyó mediante el abrazo de Vergara, que es-no quiero dejar de decirlo en este recinto y en estas circunstancias- uno de los hechos más funestos de nuestra Historia; abrazo de Vergara que sirvió para pactar con los enemigos irreconciliables de las ideas modernas y para introducir en la sociedad española, como elemento directivo las fuerzas del pasado; abrazo de Vergara mediante el cual, el carlismo, que caía en los campos del Norte, pero que resucitaba en Madrid, infundio su aliento, su sangre, su actividad reaccionaria, en las entrañas de la monarquía constitucional; abrazo de Vergara en virtud del cual en vano se quiso atraer a los carlistas regalándoles mitras, cátedras, altas posiciones. Ministerios, porque ellos fueron siempre íntimamente irreductibles, sirviendo únicamente para determinar el aborto y la impotencia de la revolución.
Y después de ese abrazo de Vergara (el hecho se repite en nuestra Historia con harta frecuencia, por desventura), después del abrazo de Vergara viene el Pacto del Pardo, que es el pacto macabro de la muerte civil de España, pacto que establece el turno rotativo de los partidos, característica de toda la etapa de la Restauración; pacto del El Pardo que acaba con la violencia, es verdad, pero también con la noble pasión política, que asfixia el entusiasmo, que seca hasta las raíces de la ciudadanía y que envuelve el alma nacional como en la campana de una máquina neumática.
Por eso, yo, al empezar el discurso quiero recordar esta dos transiciones para mi tan funestas, y digo, señores Diputados, no más abrazos de Vergara, no más pactos de El Pardo, no más transacciones con el enemigo irreconciliable de nuestros sentimientos y de nuestras ideas (Muy bien, muy bien). Si estos hombres creen que pueden hacer la guerra civil, que la hagan; eso es lo moral, eso es lo fecundo, el sello de nuestra Constitución y de nuestra República no puede ser otra cosa. ( Aplausos) [...]
[...] antes de acabar tengo que deciros una cosa, y es que no os dejéis impresionar por ese fantasma absurdo dela guerra civil ni por el fantasma menos absurdo de la contrarrevolución. El peligro. Sres. Diputados, correligionarios republicanos de todos los partidos, también vosotros, los socialistas, el peligro supremo no está en esos fantasmas de la guerra cvil y la contrarrevolución; el peligro es otro,
Se dice que la República, vino a consecuencia de la jornada electoral del 12 de Abril, y es verdad; pero la jornada electoral del 12 de Abril vino de la revolución desencadenada en las ciudades y en los campos, el día 12 y el 15 de Diciembre, ( Muy bien9. ha sido la revolución la que ha levantado esta tribuna nacional, y nos ha traído a ella para que convirtamos en doctrina jurídica, en leyes, sus principios. El supremo peligro, por tanto, correligionarios no está en defraudar, en decepcionar a la revolución. Es muy peligrosos, señores Diputados, decepcionar, defraudar. (Muy bien- Grandes y prolongados aplausos en distintos lados de la Cámara)
Así comenta la intervención de Álvaro de Albornoz Margarita Nelken en El Socialista 10 de octubre de 1931
[...] El señor Albornoz habla desde los escaños de su minoría, para que sus chicos no le tengan envidia a los nuestros, que ya han tenida repetidas ocasiones de lucir a sus personajes. O sea que el señor Albornoz estaba casi vecino de los distinguidos defensores de su santa madre la Iglesia católica, apostólica y pamplonica. A lo primero, estos señores, curras inclusive, estaban tan tranquilos. ¿Cómo le iba a temer un señor Dimas Madariaga, cien kilos peso bruto, a este peso plumita de ministro? Pero ¡Para que se fíen ustedes de las apariencias! No bien hubo cogido velocidad, he aquí al bueno de don Álvaro lanzado a todo tren por la pista de lo que los clericales llaman anticlericalismo. Pista segura, tan segura, tan lisa y tan clara, que no había más remedio quo Seguir al señor Albornoz en sus agilísimas evoluciones y aplaudirle al final de cada una de ellas. Y más oxigeno,¡ qué bien se espiraba hoy!
Pero ya dice el refrán que poco dura la alegría en la casa del pobre, So pone en pie el señor García Gallego: éste es un sacerdote de tipo distinto al modelo vasconavarro ; como si dijéramos un modelo incopiable. Es el tipo parecido al infierno en que también él está empedrado con buenas intenciones. Y a nosotros el infierno nos da un miedo horrible, ese miedo que en idioma " le g a l" llámese insuperable. cuando se trata de justificar un homicidio. Y como no queremos matar a nadie, echamos a correr.
Margarita Nelken
Eduardo Montagut |
18 DE FEBRERO DE 2018
Álvaro de Albornoz
En este artículo nos acercamos a Álvaro de Albornoz, destacado miembro del republicanismo progresista español del pasado siglo.
Álvaro de Albornoz nació en Luarca (Oviedo) en el año 1879. Se licenció en Derecho en la Universidad de Oviedo. Albornoz se vinculó muy joven al republicanismo de signo progresista, mientras estudiaba, gracias a la influencia de sus maestros que fueron Leopoldo Alas Clarín y Adolfo Álvarez Buylla, que había organizado un moderno Seminario de Sociología en la propia Facultad. Su siguiente influencia vendría de la mano de Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. Regresaría a Asturias para ejercer como abogado hasta 1910.
Albornoz se acercó al socialismo. En este sentido, escribió en “La Aurora Social”. Este periódico era el órgano del Partido Socialista en Asturias. Pero terminó decantándose hacia el radicalismo, por lo que ingresó en el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux en 1909. Al año siguiente consiguió ser elegido diputado por Zaragoza. Estuvo en las Cortes hasta 1914. Posteriormente, se dedicó a compaginar su carrera profesional con la publicación de ensayos políticos sobre el radicalismo y la situación política española.
En plena Dictadura de Primo de Rivera, en 1926, se creó la Alianza Republicana por la confluencia de cuatro formaciones: el Partido Radical de Lerroux, el Partido Republicano Federal, casi testimonial, el Grupo de Acción Republicana de Manuel Azaña con José Giral, Luis Jiménez de Asúa y Ramón Pérez de Ayala, y el Partit Republicà Català de Marcelino Domingo y Lluís Companys, de tendencia nacionalista catalana de izquierdas. Se trató de una apuesta clara por la renovación del republicanismo español, pero en 1929, en los albores del fin de la Dictadura, el republicanismo sufrió otra trasformación, y en la que Albornoz tuvo un evidente protagonismo al provocar una escisión en el Partido Radical porque consideraba que se había hecho muy conservador. En esta apuesta encontró el apoyo de Marcelino Domingo y ambos crearon el Partido Republicano Radical-Socialista, con un ideario no sólo republicano, sino de clara tendencia obrerista y laica. En 1927 ingresaría en la Masonería.
Albornoz estuvo en el Pacto de San Sebastián y en el Comité republicano revolucionario. Fue detenido en 1930 y acusado de rebelión militar, pero Victoria Kent le defendió brillantemente y salió absuelto.
Nuestro protagonista formó parte del Gobierno Provisional de la República como ministro de Fomento. Salió elegido diputado en las elecciones a Cortes Constituyentes. En el gobierno de Azaña fue nombrado ministro de Justicia. Al frente de este Ministerio puso en marcha la legislación laica derivada de la Constitución de 1931, como la disolución de la Compañía de Jesús, el divorcio, y la puesta en marcha de la supresión del presupuesto de Culto y Clero, es decir, de la partida que del presupuesto nacional se destinaba para el sostenimiento de la Iglesia desde el siglo XIX.
En el año 1933 fue nombrado presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales, el primer presidente que tuvo este órgano constitucional.
Con el devenir de la República se produjo una crisis el seno del Partido Radical-Socialista porque una parte, encabezada por Félix Gordón de Ordás, no quería seguir colaborando con los socialistas frente al ala progresista de Albornoz y Domingo. El conflicto se solucionó creando un nuevo partido, el Partido Republicano Radical Socialista Independiente en el año 1933. No duró mucho, ya que participó en el proceso liderado por Azaña, y que derivó en la creación de Izquierda Republicana en abril de 1934.
A los pocos días de producirse el golpe del 18 de julio fue nombrado embajador de la República en Francia. En septiembre cesó en el puesto, ya que fue ocupado por Luis Araquistáin.
Albornoz marcharía al exilio cubano y luego se trasladaría a México donde continuaría con su vocación política porque sería nombrado ministro de Justicia en el gobierno en el exilio presidido por José Giral, entre 1945 y 1947. Entre este último año y 1951 fue el jefe de gobierno de la República. Murió en 1954.
Entre sus obras señalamos las siguientes: La Instrucción, el ahorro y la moralidad de las clases trabajadoras (1900), No liras, lanzas (1903), Individualismo y socialismo (1908), Ideario radical (1913), El partido republicano (1918), El temperamento español, la democracia y la libertad (1921), La tragedia del estado español (1925), Intelectuales y hombres de acción (1927), El gran collar de la justicia (1930), El gobierno de los caudillos militares (1930), La política religiosa de la República (1935), Al servicio de la República. De la Unión Republicana al Frente Popular. Criterios de Gobierno (1936), y Páginas del destierro (1941).
BIOGRAFÍA DE ÁLVARO DE ALBORNOZ
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