LANDELINO LAVILLA: DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL ACADÉMICO DE NÚMERO. REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS.






“Raymond Arori' asumía un pensamiento común a Nietzsche y a Paul Valéry: "para las comunidades humanas, como para los individuos, el olvido no es menos esencial que la memoria" 

Landelino Lavilla: Discurso de recepción del Académico de Número. Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.


POLÍTICA DE LA MEMORIA












ENLACE


DISCURSO DE RECPECIÓN DEL ACADÉMICO DE NÚMERO

EXCMO SR.  LANDELINO LAVILLA ALSINA

SESIÓN DEL DÍA 12 DE DICIEMBRE DE 2006

MADRID

REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICA.

 

ÍNDICE


                                   PRELEMINAR                                                                        9


                                  HISTORIA Y MEMEORIA                                                    11


                                  LA VOLUNTAD DE RECONCILIACIÓN                          37

                                  Y VOLUNTAD DE CONCORDIA                                      


                                  EL IMPULSO DEMOCRATIZADOR                                 49

                                 Y LA PRENDA DE LA MANISTÍA                                     


                                RELEVO GENERACIONAL E IRRUPCIONES                59

                                DEL PASADO                                                                          


                                ATRACCIÓN DEL FUTURO Y...                                         71

                                PUNTOS SUSPENSIVOS


                      

 HISTORIA Y MEMORIA

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Bajo la rúbrica "la memoria histórica" Iñigo Cavero, mi predecesor en la medalla de esta Academia, en su discurso de ingreso, evocó la desolación nacida de las enseñanzas de la historia de España, sobre todo en el siglo XIX, y acusada en inestabilidades políticas, crisis del orden de convivencia y aguda sensación de decadencia nacional. Con unas pinceladas bien seleccionadas ilustraba de modo expresivo nuestro pasado reciente concretado en recuerdos, nebulosos pero ya personales, del enfrentamiento trágico que supuso la guerra civil. 

En el contexto de su discurso y como trasunto de una experiencia vivida con intensidad y firmeza de convicciones, se percibe que Iñigo Cavero profesaba la creencia de que esa memoria generó en España el impulso político que orientó la forma de llevar a cabo la transición. 

Tomo ese cabo del discurso de Cavero, no porque lo dejara suelto, sino porque, aferrado a él y desde la paridad generacional y la comunidad de vivencias, me siento movido a desarrollar en trabazón lógica algunas reflexiones que rememoran en el presente el curso de una época en la que aquella inicial y alarmante percepción se trocó en confianza e ilusiones, primero, y en realidades, después: la convivencia pareció bien cimentada con firmes soportes populares y prometedores horizontes de progreso. 

"Pareció" he dicho recurriendo a un verbo y a un tiempo de la acción verbal con el propósito de alertar acerca de ciertos temores, dudas y recelos de que el último cuarto del siglo XX no tenga ya vigencia -que la tiene-, sino que sea cuestionado -aunque no debiera- como fruto sospechoso de circunstancias coyunturales que, al decir de algunos, impidieron revisar el pasado y, tal vez, describirlo con veracidad y aun hacerlo objeto de afanes justicieros.

Apenas adentrados en el siglo XXI, afloran explicaciones maniqueas de nuestra experiencia próxima y los españoles nos sentimos turbados por quienes, tal vez ajenos al riesgo, extienden -porque piensan, sin duda, que ha llegado la hora- sombras de insuficiencia, cuando no de frustración, respecto de la que, hasta hace bien poco, fue encomiada epopeya de los españoles, transición ejemplar y lección de madurez y buen sentido. 

Novelas, películas, ensayos y controversias de diversa inspiración y alcance desasosiegan a los españoles cual si, en pos de una necesaria recuperación de la memoria apelada "histórica", los hechos hubieran sido como según los deseos y ensoñaciones de unos u otros hubieran podido o debido ser. La transición, se ha dicho, operó sobre la memoria silenciosa y domesticada del pasado, fingiendo un olvido que no existía pero cuya apariencia resultaba tranquilizadora. 

La afirmación se funda en considerar que el olvido borra el pasado, siendo así que es una función selectiva, espontánea o no, de la memoria. Olvidar no es negar el pasado, si la voluntad presente se templa por la honesta y decantada evaluación de sus enseñanzas. 

En la transformación política española del último cuarto del siglo XX la memoria, el olvido, el perdón existieron y fueron discernidos con sabiduría por el pueblo español, hoy incitado a prescindir, cual si hubieran sido herramientas circunstanciales para pasar un trance y salvar un escollo, de las que son siempre -y lo fueron entonces- preciadas virtudes de la convivencia política. 

Nadie pidió a los españoles el olvido porque todos recordábamos a dónde nos conducían los enconos radicalizados. El olvido y el perdón, administrados por cada uno según su conciencia, fluyeron en y por la memoria individual y colectiva de hechos, de episodios, de recuerdos -"el acto de la memoria es el recuerdo", dice Gambra- acreditando la vigencia persuasiva y compartida de una superior cultura política y de una serenada conciencia social. La memoria no se perdió nunca, aunque se vedara su aprovechamiento oportunista y su irrupción errática en el presente. Todos los partidos decidieron que el objetivo prioritario era alcanzar la libertad y estabilizar la convivencia democrática, sabedores, naturalmente, de que los más nobles ideales que animan a los hombres -justicia, libertad, igualdad, convivencia- no son a menudo simultáneamente alcanzables y , por tanto, el triunfo de uno puede requerir la preterición, el apartamiento o la subordinación de otro, -y hasta su fracaso temporal o aparente- 

Max Weber advirtió acerca de la irracionalidad ética del mundo: si en ocasiones cabe y es obligada la lucha abierta contra ella, en otras, sin embargo, no queda más remedio que cerrar de una vez las heridas para poder seguir caminando. Agnes Heller, al ponderar las tensiones que todo "borrón y cuenta nueva" provoca sobre la conciencia moral de los individuos y de los pueblos, afirma que "elegir el diálogo o la justicia a ultranza es un conflicto moral, en primer término", y que "la historia y el sentido de justicia histórica incluyen no sólo el pasado sino el futuro", siendo la historia un entramado de continuidades y de rupturas. "Romper las escaladas de violencia y la espiral de agravios" puede ser responsabilidad individual y obligación colectiva en determinados momentos históricos -tal como también señaló Isaiah Berlin-, lo que supone una elección consciente "que implica el presente y el pasado con el futuro". Esa elección fue tomada por los españoles hace treinta años, con claridad y decisión y con beneficiosos resultados  (1)

2

He hablado de memoria histórica y de memoria colectiva. Y oca-sones hay en que cierta analogía de significado excusa el recurso indistinto a significantes que, sin embargo y en puridad, tienen alcance y sentido diversos y son impropiamente utilizados. 

El respeto a la función del historiador me impide tan siquiera una incursión en su ciudadela. Me voy a referir, pues y pienso que con superior rigor a los efectos de esta exposición, a la memoria colectiva y, para que no haya lugar a equívocos, me permitiré hacer alguna precisión inicial. 

En la memoria colectiva está el acervo de experiencias vividas o transmitidas a través de múltiples fuentes -y primordialmente del testimonio de quienes las vivieron- que recuerda una comunidad (política en nuestro caso) sobre acontecimientos cruciales y recientes. Los recuerdos suelen ser simples y directos y, con frecuencia, se revisten de una aureola mítica. 

La memoria colectiva se forja, de modo primordial, por la percepción y asimilación de las lecciones derivadas de tales acontecimientos. Y los de nuestra guerra civil (la de 1936/1939) dictaron enseñanzas que fraguaron en la creencia generalizada de que unos y otros fueron culpables de las barbaridades entonces cometidas, incubando así una eficiente voluntad política que impuso la forma de llevar a cabo la transición con el firme propósito de que la tragedia no se repitiera nunca más. Como concluyente fue la decisión de cancelar la explotación postbélica de la victoria y de encontrarnos en confortables senderos de reconciliación y paz. 

Juan Marichal recomienda a los españoles que, trasponiendo las fronteras lingúísticas e intelectuales de España, contribuyan a la que denomina desactivación emocional en relación con dicha guerra civil, a la vez que propone "reducir las conmemoraciones públicas de la guerra sin, por ello, dejar de seguir estudiándola", porque -dice- "recordar la guerra no es, necesariamente, el mejor modo de enseñar el amor a la libertad, que deben aprender los españoles más jóvenes" (2.) Marichal evoca, al respecto y según la observación de Benedetto Croce, (3)cuán vanamente fantasiosos son los reproches a los protagonistas del pasado". Se debe aspirar, en suma y según dice Marichal, "a ver la guerra española sin sentimiento de culpabilidad colectiva y sin reproches a la supuesta culpabilidad colectiva de algunos protagonistas principales". Ello no supone aceptar sin más el mercadeo entre impunidad y justicia ni canonizar el pretérito: queda el juicio de la historia que, como advería Lord Acton, "no puede ser genuinamente científica y objetiva, a menos de ser esencialmente ética", y cuyo esplendor lo mismo se alcanza a la manera directa de Julio César que al modo reflexivo de Tito Livio o filosófico de Tácito. 

Raymond Aron (4) asumía un pensamiento común a Nietzsche y a Paul Valéry: "para las comunidades humanas, como para los individuos, el olvido no es menos esencial que la memoria". Y Juan Marichal, tras expresar que, a su juicio, es inconcebible que pueda haber otra guerra civil en España, sentencia: "en gran medida, todo lo sucedido en España desde 1975 ha relegado crecientemente la guerra de 1936- 1939 a su lugar verdadero, al de la historia universal", porque -aunque desagrade recordarlo- es un avatar ineludible en la historia intelectual (y política, por supuesto) de muchos países. "La España de 1936-1939 fue ese héroe trágico que pide, sobre todo, que los españoles se consideren libres del terrible orgullo de creerse marcados para siempre por el sino fratricida" 

El recuerdo persistente de aquella guerra es, empero, uno de los datos que mejor explica la preferencia de los españoles durante mucho tiempo por valores relacionados con la paz, el orden y la estabilidad. Había que evitar el clima de polarización que constituyó el caldo de cultivo de la guerra civil. 

No se piense que, cual designio en la vida de los pueblos, la voluntad de conciliación y entendimiento es secuencia inexorable de la existencia de una memoria próxima de enfrentamiento civil. Esa memoria conjugada en presente puede desempeñar un papel muy distinto, incluso contrario, en la realidad palpitante de sociedades divididas en su raíz -es arquetipo el caso de Yugoslavia- donde el pasado llega a cumplir una función inversa a la que tuvo en España. 

Mientras que en el caso español la memoria de la contienda civil resultó ser un elemento fundamentalmente disuasivo, el recuerdo de la guerra civil ha conducido en otras latitudes y pueblos a alimentar la violenta pugna posterior, con efectos de inestabilidad potencial e intensa polarización política, al carecer de una memoria colectiva acerca de una prolongada y pacífica convivencia entre culturas y comunidades. 

En España, a pesar del problema de integración territorial subsistente, sí que existía -y existe- una cultura política dominante con una memoria compartida por una gran mayoría de la sociedad, capaz de compartir también un proyecto integrador de futuro. Entre recuerdos y olvidos que la nutren, pervive vigorosa una memoria generalizada que no trata de propiciar impunidades ni mucho menos favorecer gestos de violencia, sino precisamente contribuir a extirpar las incomprensiones superando y, en su caso, atemperando las discrepancias. 

La memoria no se perdió nunca. De lo que afortunadamente se prescindió en la transición fue de admitir la injerencia oportunista de la memoria en el debate político del presente. Y de lo que, por desgracia, se da ahora testimonio cotidiano, sin apenas otras excepciones que las que dicta un buen sentido no enardecido por la intolerancia o las expectativas electorales, es de que vale la apelación al pasado y la evocación instrumental de la memoria para dirimir, oportune et importune, cualquier contienda o ahondar en discrepancias de entidad menor y hasta irrelevante. 

3

No existe una acepción única y unívoca de la "memoria colectiva". Mientras que, para muchos, designa indistintamente la también conocida como memoria "histórica" o "social" o "dominante" o "pública" (conciencia que una comunidad tiene de su propio ser y devenir), para otros el concepto se asienta en las derivaciones y exigencias de un análisis, de base empírica, que diferencia y sustantiva lo vivido o sabido por testimonio directo de quien lo vivió y lo que es conocido por narración transmitida -y encarnada en mixtura- de verdades y de leyendas. 

Parece que el primer científico social que se preocupó por la dimensión colectiva de la memoria (de la dimensión individual ya venían ocupándose los psicólogos) fue Maurice Halbwachs (1877- 1945) (5), quien ha distinguido entre la memoria autobiográfica, la interna e individual, con sus coordenadas de tiempo y espacio, y la historia que versa sobre acontecimientos del pasado en cuyo conocimiento es cada uno tributario del testimonio o del saber de otros, de los demás, expresados en lo que constituye, con propiedad, el relato histórico. Un relato en el que convergen tradiciones y símbolos que pueden imaginarse -e incluso ser objeto de adhesiones afectivas- pero no recordarse en sentido propio y personal. 

La memoria colectiva, en cualquier caso, se funda sobre una pluralidad de recuerdos -de memorias- que se encuentran en una comunidad y que ésta hace suyos en un proceso de abstracción y de simplificación. Son notorias las resonancias del debate filosófico sobre el viejo problema de los fenómenos universales. Mientras unos conectan con la aprehensión de una memoria colectiva distinta de las individuales -bien que éstas sean sus constituyentes-, otros niegan que esa memoria colectiva tenga realidad distinta de la suma o resultante de las memorias individuales. 

Lo cierto es que los recuerdos, expresión de vivencias personales que en su términos originarios o mudados permanecen o reaparecen, se van posando en instituciones y configuran la memoria colectiva de una sociedad que, con el transcurso del tiempo y al compás de la investigación, se erige en historia, una especie de patrimonio común con el que los individuos se encuentran desde que nacen. No son ya para ellos vivencias propias pero impregnan su entorno y se reconocen en esos depósitos sociales, verdaderos lugares de la memoria, que son los archivos, los monumentos o los museos. 

En cada época -como, por ejemplo, en la nuestra- convergen una pluralidad de memorias, de valor autobiográfico y testimonial, de las que son portadores o trasmisores próximos quienes estuvieron "allí" y "entonces", y que pueden expresar tantas variaciones y hasta versiones contradictorias cuantos sean los individuos que las posean. Pero hay también una versión no única ni tan siquiera homogénea, pero con ciertos perfiles de lo que por decantación y con soporte científico es, con propiedad, una conciencia común del pasado, que transita desde la memoria colectiva a la historia con las mismas herramientas con las que otras ramas del saber ahorman los hechos observados y formulan, avaladas por la razón y la esforzada indagación, sus conclusiones científicas -sus visiones históricas globales en el caso ahora considerado.

Memoria e historia -recuerdo y conocimiento- no son la misma cosa ni se destilan al mismo ritmo ni evolucionan con homogeneidad de sentido y de dirección. La historia es cuestión de estudio, de documentación y de rigor intelectual en la depuración de los hechos y en el análisis de su significado. La memoria tiene que ver con la relación del sujeto con su propio pasado y con lo que, al traerlo al presente, quiere hacer con su futuro. La historia se aprende; el ejercicio selectivo de la memoria se traduce en recuerdos u olvidos, sin que sean necesariamente concordantes los de quienes han vivido juntos o en coetaneidad los hechos ni sean inmutables en la conciencia evolutiva o quebrada a impulso de voluntades ajenas o de circunstancias cambiantes. La historia, pues, se aprende, no se recuerda. La memoria expresa, en cambio, la relación directa -y eventualmente variable- entre el sujeto que recuerda y los acontecimientos en los que percibe forjados su identidad y su destino. 

Y así perfilada la diferencia, ninguna dificultad existe para asumir la realidad de posibles conflictos subyacentes entre la historia y la memoria. Un historiador no se propone impulsar o realizar políticas para el presente; por el contrario, quienes se aplican de manera profesional al cultivo activo -y "activista"- de la memoria de acontecimientos del pasado se sienten legitimados para radicar en ellos sus programas y exigencias políticos.

Son también distintos -son en realidad opuestos- el relato de ficción y el relato histórico, por más que admirables genios de la literatura hayan sido capaces de componer sólidas historias noveladas o, si se prefiere, apasionantes novelas sobre el trasfondo de hechos históricos que constituyen el escenario en el que se desenvuelve la creación artística.

Esa literatura alimenta un modo de fomentar sentimientos que coexisten con la historia pero no la suplantan. Pueden filtrarse desfiguraciones de la historia debidas al ingenio de un buen fabulador y a la pluma de un escritor seductivo; pero la memoria y la historia tienen sus propios ambito e identidad aunque representen dos formas antagónicas de relación con el pasado, como expresó lapidariamente Tzvetan Todorov' (6): la primera se basa en la conmemoración y la segunda en la investigación: "los retos de la memoria -dice- son demasiado grandes para confiarlos al entusiasmo o a la cólera". "Las cosas las mismas son que fueron: sólo la memoria es la que falta", según la conocida observación de Gracián. 

Y; con matizada voluntad de disección analítica, me atrevo a dislocar la dualidad con más desenfadada apelación a la memoria colectiva en consciente diferenciación de la memoria individual, pero también de la historia en su cabal y riguroso sentido. 

La memoria, potencia del alma, guarda directa y primaria relación al sujeto que recuerda en su singularidad. Pero es una realidad fenoménica y social la que, al atribuir la acción de recordar a un sujeto plural (nosotros, vosotros, ellos), yuxtapone la memoria colectiva cualificada por la supervivencia de un conjunto de imágenes (mitos, tópicos, hábitos, evocaciones) que forman parte del presente de la misma forma que cotidianamente se actua -no se representa ni se imagina- el hábito de caminar o de escribir, tan tributarios del aprendizaje como lo es la memoria de la experiencia adquirida. La memoria fermenta, en ocasiones y con perfiles de violencia, evocando la imagen de supuestas "edades de oro" o propagando mitos como el de los pueblos elegidos. Michel Ignatieff se refiere al soñado momento de la venganza, aunque reconozca que esa política de la memoria puede generar aversión al riesgo y frenar, en consecuencia, las reformas necesarias (7). Nada se olvida para quien piensa que vivir es recordar, con la agobiante sensación de que tal vez el universo no sea más que una maraña de recuerdos. (8) 

La memoria se define, en primera instancia, como lucha contra el olvido y la frecuente invocación del deber de memoria se enuncia como una exhortación a no olvidar. Pero con simultánea vehemencia repudiamos el espectro "monstruoso" de una memoria que no olvida- se nada. (9)

y esa memoria colectiva, por su frescura y su viveza sentidas, por su radicación en el ser y en el modo de ser sociales, se diferencia de la historia propiamente dicha. Ésta es en cada generación y en la sucesión misma de generaciones la traducción natural del deseo de saber incubado por la labor meritoria de quienes han investigado, han hilvanado, han interpretado, han relatado y nos han transportado al pasado, conscientes de que la historia no es una fuerza ciega, sino que tiene leyes muy concretas. Pero el conocimiento así adquirido sólo puede ser aprehendido por nosotros como pasado siguiendo el recorrido por el que se abre en imágenes y emerge de las tinieblas a la plena luz (10).

 La oscuridad más profunda es la que precede al amanecer, según el proverbio judío. Imaginar no es sin embargo acordarse aunque un recuerdo, a medida que se actualiza, tiende a vivir en una imagen: recuerdo e imágenes nutren así nuestra memoria como presente en el que el hecho recordado y la imagen formada nos transfieren al pasado porque a él fuimos efectivamente a buscarlos. 

La memoria individual, a diferencia de la memoria colectiva y de la historia, conjuga con naturalidad el verbo recordar: yo recuerdo, tu recuerdas, él recuerda son expresión de la potencia personal de la memoria; nosotros recordamos, vosotros recordáis, ellos recuerdan son manifestación, en la realidad de una comunidad, de la difusa y convergente extensión generalizada de la memoria de quienes la componen hecha así potencia compartida o memoria colectiva. 

Ahí radica la singularidad de la que propiamente podemos llamar memoria colectiva en la que, como dice Sartre (11), el recuerdo está al lado de la percepción: no lo imagino sino que me acuerdo y así tengo en el presente el dato del pasado. 

Schutz ha dedicado un estudio al encadenamiento que forman juntos los reinos de los contemporáneos, de los predecesores y de los sucesores. El reino de los contemporáneos forma la base y expresa "la simultaneidad o cuasi-simultaneidad de la conciencia del sí del otro con la mía"; es marcado por el fenómeno del "envejecer juntos", que pone en sinergia dos duraciones en expansión. La experiencia del mundo compartida descansa en una comunidad tanto de tiempo como de espacio. Los mundos de los predecesores y de los sucesores extienden, en las dos direcciones del pasado y del futuro, de la memoria y de la espera, los rasgos extraordinarios del vivir juntos, primeramente descifrados en el fenómeno de la contemporaneidad. 

Los problemas que plantea la memoria colectiva son reforrnulados por los historiadores que, a través de la consideración de las relaciones entre estructura, coyuntura y acontecimiento, los trasladan a la frontera entre memoria colectiva e historia. Y no se debe entrar en el campo de la historia con la hipótesis de la polaridad entre memoria individual y memoria colectiva, sino con la de la triple atribucón de la memoria a sí, a los próximos, a los otros, porque, entre los dos polos de la memoria individual y de la memoria colectiva, existe un plano en el que se traban y enlazan la memoria viva de las personas individuales y la memoria compartida de las comunidades a las que pertenecemos. Ese plano es, según Alfred Schutz, el de las relaciones con los allegados. (12 )

La historia es una ciencia social cuya identidad diferenciadora se fija en una objetivación metódica respecto a la memoria y al relato ordinario. "En este sentido historia y fenomenología de la acción tienen interés en seguir siendo distintas para el mayor provecho de su diálogo". La interpretación es un rasgo de la verdad en historia, "es un componente de la intención misma de verdad de todas las operaciones historiográficas".(13 )

Los depósitos de la memoria, cualquiera que sea su adjetivación, van acumulando experiencias y conocimientos, respecto de los cuales el sujeto que recuerda -sí de memoria en sentido estricto se trata- o el que investiga -cuando la historia es guía y objeto de sus desvelos- opera con criterios selectivos que disciernen por efecto inconsciente de la propia experiencia vital o por deliberada exigencia de la disciplina intelectual. 

En el lenguaje coloquial es frecuente el reconocimiento o la invocación de ese carácter selectivo de la memoria que, en función de los datos o circunstancias en que los hechos se produjeron o como contribución a una conciencia autobiográfica satisfactoria, sostiene en el presente el vigor de recuerdos, más o menos lejanos, o los difumina en un pasado que no deja de serlo y que se sume en el olvido. 

Para que el fruto científico de la selección de datos, de la ponderación de su engarce y continuidad y de la calidad de sus evaluaciones sea válido en su dimensión histórica no hay que confiar tanto en la llaneza expositiva y en la objetividad -asepsia, neutralidad- del historiador cuanto en su probidad intelectual y en su compromiso vocacional y profesionall en la autenticidad de sus esfuerzos y la veracidad sin tapujos de sus conclusiones y del proceso investigador en el que se alumbran. 

Puede que en la historia nunca sea dicha la última palabra, de modo que nada resulte inmune -de modo definitivo- a una reelaboración o a reajustes consiguientes a hechos investigados o a reflexiones de nueva inspiración. Pero el orden de las cosas será el debido y las luces tenues o deslumbrantes serán objetivamente favorables si son aplicados criterios históricos y métodos de investigación científica y no novedosas reconstrucciones del pasado al servicio de un presente que no busca tanto conocer la historia cuanto reescribirla. O, en términos de memoria propia, que no persigue la verdad total y pacificadora sino una verdad idílica y edificante o turbadora e instrumental. 

Cuantos conocedores de la condición humana y propulsores, con realismo, de su mejora -que no de su mutación- han lanzado limpias miradas retrospectivas desde las preocupaciones de cualquier presente  con sus perfiles intuitivos respecto del futuro deseable o meramente asequible, han tenido que percibir necesariamente lastres y esperanzas que, en su colisión esterilizadora o en su análisis y armónica composición, han marcado los rumbos del devenir, sea éste sufrido con resignación o protagonizado con fervor 

Y la función selectiva de la memoria se acredita así como fecunda raíz para una convivencia estable y un progreso sostenido. 

Fueren unos u otros los hechos recordados o dignos de serlo, sea mayor o menor su distancia en el tiempo, es el hoy -el presente- el que ha de tensar las potencias del alma para hallar en los lugares de la memoria qué lecciones son útiles y qué experiencias son de indeseables efectos, a fin de captar las luces del entendimiento que iluminan sendas y movilizan voluntades eficientes y necesarias para ir al encuentro del futuro. 

Y en la memoria, primeramente invocada, la función selectiva se cumple, si media la buena fe, sobre el primario reconocimiento de que hay que traer al presente por selección y cultivar por responsabilidad cuanto se ofrece como expresión de vínulos anudados en el trayecto recorrido, de experiencias compartidas favorables, en lugar de ahondar en algún traspiés y quizá mucha incomprensión que no dejan de ser aspectos y perfiles de historia y de memoria comunes. 

En la administración de recuerdos es adversa a la historia de los pueblos la rememoración complacida o vindicativa de agravios y enfrentamientos, como lo es el olvido de experiencias, de esfuerzos comunes y de logros alcanzados. La memoria debe subrayar lo que unió en el pasado, lo que permite fortalecer vínculos emocionales y afectivos de solidaridad en el presente y proyectar un futuro atractivo. 

Es posible que, al hilo de las circunstancias de un hoy exigente, suenen mis palabras desequilibradamente cuál si no fuera consciente de que, fruto de los avatares vividos, laten todavía secuelas e injusticias sin reparación. No hay, a mi juicio, percepción desequilibrada. Si he puesto énfasis en los riesgos de traer al presente el pasado -con todas sus cuentas pendientes-, ningún reparo tengo en afirmar que igualmente reprobable -inconveniente- es interpretar el presente, de un modo parcial e interesado, a la luz exclusiva de los riesgos del pasado. La memoria selectiva tanto debe serlo a efectos de prevenir lo que ha de evitarse, cuanto a efectos de no bloquear expectativas que, en virtud de la selección, hay que afrontar con la lección bien aprendida del pasado, en lo que supone de riesgo a sortear y en lo que comporta de posibilidades a explorar. La transición, en su desarrollo y en su resultado, debiera ser un buen ejemplo de lo uno y de lo otro 

"En la especie humana, no todo puede ser recordado ni todo puede ser olvidado; en ambos extremos se cae en la locura. Las civilizaciones, las generaciones sucesivas, filtran necesariamente, como indica Umberto Eco, una herencia social y cultural, sin la cual no sobrevive ningún tipo de sociedad ni cultura humana y sin la que ni siquiera es posible una percepción de la realidad y del tiempo. En el juego histórico entre memoria y olvido (quien desee construir la historia tiene que olvidar la historia, decía Renan, añadiendo que la recuperación de la memoria es el primer paso para la libertad), los españoles de la transición optaron y pusieron el énfasis en elúnico tipo de memoria imprescindible: el que puede mantener vivo el origen del derecho, el que apunta -como ha señalado Bruckner- a una pedagogía de la democracia". Hace treinta años los españoles supieron quebrar la espiral de locura y de odio que se alimenta cuando el recuerdo y la memoria no hacen sino fortalecer el traumatismo, sabedores de que "la conmemoración de las catástrofes que han asolado a un pueblo", como dice Bruckner, y que el pueblo acaba interiorizando como un continuum, tiene un efecto letal para la convivencia, que sólo tal uso exclusivo de la memoria puede generar. (14)

  NOTAS 


(1) Iglesias, Carmen, en La Transición democrática en España, (Ed. Herrero de Miñón, Fundación BBV y Fundacao Mario Soares), Bilbao, 1999, vol. 1,pp. 222 Y 223. , 

(2) Marichal,Juan. (1995), El secreto de España. Taurus, pp. 259 Y ss.

(3) Croce, Benedetto, Historia del siglo XIX europeo.

(4)Aron, Rayrnond, Introduction a la philosophie de 1'btstotre. essai sur les limites de 

l 'objectivité historique. 

(5) Halbwachs, Maurice, Tbe collective memory, Harper and Row, NewYork, 1980. 

(6) Todorov,Tzvetan, Les abus de la memoíre,Arlea, París, 1995, pp. 13 Yss. 

(7) Ignatieff, Michel, El honor del guerrero, guerra étnica y conciencia moderna, Madrid, ed. cast.Taurus, 1999, p.1S. 

(8) Singer, Isaac Bashevis, El certificado, Ediciones ASA,2004, p. 23. 

(9) Es la fábula de Funes el memorioso, Borges,].L., Ficciones, Alianza Editorial, Madrid, 1971. 

(10) Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Ed.Trotta, 2003. 

(11) Sartre.jean-Paul, L'Imaginaire, Gallimard, Paris, 1940, p. 346 en la reedición de "Folio essais", 1986. 

(12) Schutz, Alfred, Fenomenología del mundo social: introducción a la sociología com- prensiva, (trad. castoPaidós, Buenos Aires, 1972, pp. 139-214). 

(13) Ricoeur, Paul, op. cit., pp. 242 a 245. 

(14) Iglesias, Carmen, op. cit., pp. 223 Y 224. 






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