BESTERO: " MARXISMO Y ANTIMARXISMO " 1935

 




ENCLACE


LOS CAMINOS DEL SOCIALISMO

(Conferencia pronunciada en la Escuela Socialista de Verano el día 5 de agosto de 1933). 

Compañeros: Esto es más serio de lo que yo pensaba. El año pasado fué bastante serio; pero este año el número de asistentes a la Escuela de Verano y la tormenta que nos acecha dan al acto una mayor seriedad todavía.

De todas maneras, yo no había pensado en otra cosa que en una conversación familiar, y que la familia sea numerosa no ha de hacer perder a este acto esa significación. Hace pocos días yo hablaba con uno de vuestros compañeros asistentes a esta Escuela de Verano, y me decía que la mayor parte de los conferenciantes que por aquí han pasado han hablado de democracia y dictadura más de dictadura que de democracia, y yo temo que os parezca demasiada insistencia en el tema. 

Sin embargo, no es que yo me proponga no hablar sino de eso y rendirme a la obsesión general del momento; pero algo de ello tendré que hablar, obligado por el tema que me habéis asignado: «Los caminos del Socialismo.» Porque hablar de los caminos del Socialismo es hablar de los métodos para la realización de nuestro ideal; es decir, es hablar de la táctica que debemos emplear para obtener los mayores triunfos posibles

Yo he oído decir con frecuencia, cuando hablamos acerca de problemas de esta naturaleza que la cosa no tiene importancia, porque no se trata de principios, sino de táctica. Ahora, que a eso yo tengo que decir que las cuestiones de táctica son las más importantes para nosotros, porque precisamente. lo que caracteriza nuestra concepción del Socialismo es una táctica especial. Es decir, que para nosotros el Socialismo es propiamente un método para llegar a un fin que no es exclusivo de los socialistas de nuestra tendencia, de la Segunda Inte nacional.

En el fondo de toda concepción socialista hay un deseo mejor o peor definido que consiste en acabar con las desigualdades actuales y en realizar un ideal de justicia, y hay una expresión de sentimentalidad, ética o estética, un -pathos, que a todos los que tenemos esta aspiración nos une en un común ideal, en un común deseo. Pero precisamente cuando se presenta el problema de por qué camino se llegará a la realización de estos deseos, es cuando se producen las divergencias, y estas divergencias son a veces decisivas. Desde que comenzaron a dibujarse los ideales sociales, empezaron a iniciarse ya tendencias diferentes. 

La iniciación de la protesta proletaria

En un principio, por parte de las masas obreras, cuando el proletariado empezó a existir, había un deseo vago de acabar con la situación de injusticia que el capitalismo creaba. En realidad  no había más que un deseo de destrucción de las condiciones insoportables que el capitalismo había creado, una esperanza mística de que, destruyendo aquellas causas de injusticia, espontáneamente había de irse elaborando y produciendo, como un fenómeno propio de la vida, una organización social mejor. 

En realidad, éste es un caso de fe, es un caso de creencia, y esta creencia, esta fe, este estado de espíritu místico en virtud del cual se espera que de ciertas acciones revolucionarias y destructoras surja una vida nueva más perfecta, ésta es la característica de todas las tendencias anarquistas

Si estudiáis vosotros los ideales anarquistas en su origen, que es cuando se ven con mayor pureza, os encontraréis, por ejemplo, con un iniciador, el más fundamental, del anarquismo en Inglaterra: William Godwin. Este hombre no hacía otra cosa que analizar la idea de justicia y determinar que esta idea de justicia estaba muy lejos de realizarse en el mundo; no hacía más que fijar la necesidad de realizarla y esperar que, deshaciendo los estados de opresión, destruyendo las clases dominantes, puestas en libertad las fuerzas humanas, ellas por sí so¬ las habrían de construir la sociedad que se deseaba. 

Los filántropos

Al mismo tiempo que en el espíritu de algunos hombres selectos y literariamente muy bien dotados se producían estas tendencias, en algunos reformadores sociales, en algunos hombres prácticos, en algunos industriales, ante los errores que contemplaban en la condición en que iba quedando la clase trabajadora, empezaban a despertarse también deseos de reformar la sociedad. Pero trataban de reformarla, por decirlo así, de arriba abajo, aprovechando la superioridad de su espíritu y la superioridad de medios que ellos tenían para establecer núcleos de vida social y organismos de producción concebidos según un ideal completamente nuevo. Es el caso de los reformadores sociales, desde Tomás Moro hasta Owen, en Inglaterra. 

Sabéis que este último gastó su vida, gran parte de su vida, al menos, no en la predicción, sino en el) ensayo de establecimiento de talleres colectivos, que se rigiesen por los mismos operarios y que ofreciesen un modelo y un ejemplo, según el cual toda la vida de la producción y del desenvolvimiento de la industria podía realizarse. En estos ensayos se pusieron en práctica muchas ideas aprovechables, y se realizaron esfuerzos de organización dignos de estudiarse. Pero el desenvolvimiento general del capitalismo no creaba el ambiente propicio para que estos gérmenes pudiesen tener verdadero desarrollo, y todos ellos, unos y otros fracasaron y dieron al traste con las energías de sus mismos iniciadores. 

Así el Socialismo se ha venido iniciando a través de un camino de amarguras y de ensayos que eran otros tantos fracasos. y esto no debe desanimarnos, sino que, al contrario, debe servirnos de ejemplo, para que cuando nosotros encontremos dificultades, y hasta fracasemos en nuestro empeño, no lo demos todo por perdido. Un individuo, una colectividad, a veces hasta un partido, una fracción de los elementos sociales más avanzados, puede sufrir una equivocación, puede fracasar ;pero siempre habrá en los fracasos algo aprovechable que recogerán los que vengan después, que sabrán aprovecharlo más debidamente, y que dará como resultado, no un triunfo faácil, porque la empresa nuestra no es fácil ; pero sí) un triunfo seguro 

Y hago referencia a estas etapas del Socialismo, no por un prurito histórico, que yo no soy muy dado a la Historia ni tengo grandes aptitudes para ella, sino porque en nuestros tiempos y en el país en que nosotros operamos, en España, algunas de estas concepciones viejas, arrumbadas, sobrepasadas en otros países, tienen una extraordinaria vitalidad. 

La perduración del anarquismo en España

El espíritu anarquista en España no ha cesado de perpetuarse con fuerza, no con su primitivo carácter tan puro y tan selecto, sino con transformaciones que le hacen menos aceptable, pero que no le quitan el carácter de un impedimento y de un estorbo para que otros caminos más prácticos y más eficaces del Socialismo puedan tener el debido desarrollo. 

Se dice que esto de que en España las tendencias anárquicas vivan más tiempo que en otros países se debe al carácter individualista de la raza.  Yo creo que esto del carácter individualista de la raza es una frase que se repite constantemente, pero con la familia pobre, cuyos individuos tienen que dispersarse; se ve solo ante una gran Naturaleza, canta aislado, prorrumpe en endechas o cantos de dolor, de tristeza, se crea una personalidad muy sensible, y del mismo sentimiento de su inferioridad ante la vida mezquina en que carece de sentido. El árabe es individualista cuando vive en el desierto, casi aislado que vive, y la inmensa Naturaleza que le rodea, nace un sentimiento de individualidad sobreexcitada que se cree superior a todas las cosas. ¡ Oh ! El dolor y la pobreza dan una resistencia extraordinaria, y el hombre se hace estoico, indiferente al mal, se crea una personalidad dura, de bronce o de acero, pero que socialmente no tiene valor alguno. 

En todas las sociedades pobres y primitivas el espíritu individual prevalece sobre el espíritu social. El hombre se siente aislado, es egoísta no tiene el hábito de entenderse con los demás y cree que es más libre porque tiene menos en cuenta las necesidades y exigencias de los compañeros o de los hermanos.

La vida social es, por el contrario, una vida de comprensión mutua, en la cual la libertad, que cada vez es mayor en los núcleos sociales, se agranda, sin embargo, teniendo en cuenta la libertad de los demás. Y cuando los pueblos son más complejos en cultura, más complejos en su vida económica, más densos en población, más ricos y tienen más intereses que conservar, y tienen que mirar más por el porvenir, ¡ah!, entonces es cuando las tendencias sociales, los instrumentos sociales se depuran, y cuando esa libertad primitiva de la  Naturaleza, como la que cantaban nuestros poetas clásicos, la del ave y la del pez, se sacrifica y se perfecciona para conseguir una libertad mayor, que no es la de las bestias, sino que es la del hombre. 

Quiero decir con esto que ese orgullo de la persistencia en España del anarquismo, del sentimiento anarquista, como ligándolo a una superioridad de raza, en virtud de que el individuo aislado aquí vale más, es un dulce engaño que nosotros nos hacemos para encubrir con colores de superioridad nuestra inferioridad manifiesta, que es preciso reconocer. Ser anarquista, socialmente, es tanto como ser un retrasado en el orden total de la civilización. Ser socialista, por el contrario, dominar los impulsos primitivos, saber dominar las tendencias personales en beneficio de la sociedad, es ser un hombre que en un mundo civilizado, pero defectuoso, aspira a una civilización superior. 

En España ya hemos pasado también de esos momentos, en los cuales unos cuantos escritores violentos excitaban a las masas y les hacían creer que su rebeldía ciega sería suficiente para crear un mundo mejor. 

En esos tiempos primeros, todo lo que fuese semejante a asociarse se consideraba como una traba para las empresas revolucionarias, como un factor de amansamiento, como un elemento que infiltraba tendencias conservadoras en la masa revolucionaria del pueblo. Ya sabéis que el anarquismo no hace muchos años en España era refractario a toda organización sindical. Hoy no existe ya eso, pero existe algo semejante. Sabéis que en Francia, en los primeros años de este siglo, hubo bastantes propagandistas que transformaron el anarquismo en lo que se llamó el sindicalismo revolucionario. Jouhaux, este hombre que es hoy uno de los principales dirigentes del movimiento sindical internacional, nada anarquista, y que, además, está perfectísimamente adaptado a la vida de contrato y transacción que caracterizan esa organización internacional, que nace después de la guerra y que tiene su residencia en Ginebra; este Jouhaux, que no hace política, pero que está lleno de tendencias y de espíritu político, era allá por el año 1910 uno de los propagandísticos más violentos del sindicalismo revolucionario de los propagandistas más violentos del sindicalismo revolucionario, transformación del anarquismo 

Recuerdo un episodio de mi vida. El año 1910 estaba yo en Berlín, y llegó Jouhaux con otros cuantos camaradas suyos a explicar el sindicalismo revolucionario a los obreros alemanes. En una gran cervecería de Berlín-en Alemania, las cervecerías son más grandes que los templos- en un a de las cervecerías de Berlín, dieron un mitin extraordinario. A Jouhaux le aplaudían a rabiar, en parte porque, teniendo una hermosa voz, hizo unos párrafos en francés que los obreros alemanes no entendían, pero que les seducían ; en parte también por¬ que al traducir sus discursos encontraban los alemanes algunas notas radicales que les gustaban. Pero en el fondo encontraron que no era más radical que ellos. Los obreros alemanes pertenecían a la Democracia social, y Jouhaux obtuvo un éxito sentimental, pero no un éxito de doctrina. Aquellos hombres se percataron de que el ideario del anarquismo sindicalista, o del sindicalismo anarquista, o del sindicalismo revolucionario, era semejante al ideario de la organización sindical imbuida de ideas socialistas y de democracia social, pero que se quedaba un poco corto. Y aquella reunión fué muy entusiasta. Al final se cantó la Internacional con voz vibrante, y hubo muchos aplausos y muchos vítores; pero doctrinalmente no añadió absolutamente nada al caudal de doctrina que aquellos obreros tenían. El anarquismo revolucionario o sindicalista no se extendió por Europa, y en Francia hizo su tiempo y pasó. Las indicaciones que os he hecho antes acerca de la evolución de Jouhaux lo demuestran palpablemente. Pero, jay!, como nosotros somos tan individualistas y tenemos esta particularidad de raza, desaparecido de todas partes, subsistió en España. Y tenemos que reconocer que con nosotros están grandes masas; pero que, circunstancialmente, periódicamente, el sindicalismo revolucionario, que es una derivación del anarquismo, no deja de poner en. movimiento grandes masas del proletariado español. Y, además, debemos reconocer que esa sentimentalidad, más que ideología, a veces se infiltra entre nosotros. No tiene nada de particular; nosotros hacemos continuos progresos, nuestros efectivos van aumentando, las gentes vienen a nosotros con una visión más o menos clara respecto a nuestras ideas y nuestras tendencias; pero sus ideas no están completamente consolidadas, y es natural que los recién llegados conserven reminiscencias de los antiguos hábitos y, en un momento de indecisión, de prueba o de dificultad, resurjan las antiguas tendencias dentro de muestro campo mismo. Y por otra parte, hay que decirlo, doctrinalmente nuestra masa y nuestra élite están mal preparadas, y por eso tiene tanto valor esta obra que vosotros realizáis, por imperfecta que sea. Hay que insistir, hay que hablar mucho. Se ha dicho que nosotros los españoles hablamos demasiado, y es verdad; hablamos demasiado de cosas fútiles, pero hablamos demasiado poco de cosas de fondo. Yo he visto resistir a masas numerosas inglesas, alemanas, francesas, horas y horas de disertaciones áridas y de discusiones penosas, sin moverse, con la atención fija en una obra de propaganda constante, profunda, que remueve todas las capas del pueblo, y eso aquí empieza ahora nada más. Y, por tanto, intelectualmente, ideológicamente, el problema que nos ha presentado la vida nos coge en una lamentable falta de preparación. Culpa tenemos, en parte, algunos, especialmente los intelectuales. En todas partes ha habido un movimiento intelectual poderoso que ha ayudado, para la propaganda y perfeccionamiento de las nociones de la teoría, inmensamente al Partido Socialista y a la organización obrera. Aquí de eso ha habido ejemplos notables que se salen de la regla; pero por lo general eso no ha existido. Por consiguiente, nada de extraño tiene que aunque nosotros estemos en el buen camino, en el camino del acierto, de cuando en cuando se nos nuble el espíritu, reaparezcan las pasiones primitivas y nos descarriemos y nos apartemos del camino que anteriormente nos habíamos trazado. Importa, por lo tanto, sobre todo, que tratemos de establecer lo más claramente que podamos en qué se diferencia nuestro camino para lograr el Socialismo del camino que siguen otros grupos de proletarios y otros teorizantes de la revolución social. 

Las características del Socialismo científico

Cada vez yo me inclino más a creer que la diferencia fundamental que separa al Socialismo que llamamos científico, y que se personifica en Carlos Marx, de las otras tendencias, sean anarquistas o no, sean de Socialismo utópico o se personifiquen en el nombre de Proudhon o en el de Bakunin ; lo que nos separa de todas las otras tendencias es esto : una concepción metodológica. Stuart Mili dijo una vez, hablando de problemas de moral, que había dos grupos de sistemas: unos sistemas de moral que llamaba intuitivos y otros que llamaba objetivos o científicos Los sistemas de moral intuitivos, decía Stuart Mili, se fundan en ciertos sentimientos internos del espíritu, en eso que se llama intuición personal o intuición simplemente, en que coinciden muchos hombres, muchas individualidades. Y tienen como medio de elaboración, estos sistemas, definir en conceptos esas intuiciones. Y los otros sistemas de moral que Stuart Mili llamaba objetivos consisten en observar las acciones de los hombres, sus costumbres, los movimientos individuales y colectivos voluntarios, y sobre la base de la observación construir, mediante el razonamiento y el cálculo, teorías por un procedimiento científico. 

Pues bien, esta diferencia que Stuart Mili establece entre los sistemas de moral se puede señalar también entre los sistemas de Socialismo. Hay sistemas intuitivos, sentimentales, fundados sobre la base de los sentimientos internos de los hombres o de las tendencias e intuiciones; cada cual piensa y experimenta y cada cual construye un mundo de conceptos más o menos artificiosos Hay otro modo de concebir el Socialismo, que consiste en estudiar la realidad de la vida social, estudiar fundamentalmente la realidad de la vida económica, y sobre las observaciones de los hechos económicos, y conociendo las leyes de la transformación económica de la sociedad y obedeciendo a esas leyes, influir inteligente y deliberadamente para cambiar las condiciones de la vida social y transformar sus instituciones. 

La política de los economistas, de los sociológos, de los socialistas en este segundo caso, es ponerse en la misma posición, frente a la Naturaleza, en que se pone el hombre de ciencia, el cual no inventa los conceptos mirando a su propio espíritu, sino que observa los hechos para conocer a la Naturaleza tal como es, para determinar sus leyes y poder influir sobre ella, obedeciendo esas leyes cuando no tiene más remedio que admitirlas. Y eso es lo que hizo Marx, y ésa es la tendencia que nosotros seguimos. Estudiar la evolución de la vida económica, sobre la cual se basa toda la estructura social de los pueblos. Conociendo las leyes económicas, no sólo pueden explicarse los hechos que se han sucedido y que se están sucediendo, sino que pueden preverse con toda verosimilitud los hechos que habrán de suceder. En virtud de esas previsiones se puede regular nuestra acción de manera que los acontecimientos que hayan de producirse se produzcan con el concurso de nuestra voluntad y en condiciones favorables para realizar una obra de justicia, de liberación y de supresión de las tiranías que actualmente existen en el mundo social. 

Algunos creen que éste es un camino de pura paciencia, monótono, vulgar, semejante a la obra que realiza el investigador en su laboratorio, buscando el detalle, coleccionando datos, sin poder permitirse un momento de aventura espiritual, de plena libertad natural, de inspiración y de genio. Este es un error semejante al de los que creen que cuando un hombre abandona las creencias religiosas y el culto de las imágenes, abandona la poesía. El hombre que está acostumbrado a venerar una figura de mujer joven, vestida de oro y pedrería, iluminada con luces vacilantes, de tal manera que produzca en su espíritu un estado de exaltación, el que está acostumbrado a eso cree que no hay sentimentalidad, ni poesía, ni emoción cuando desaparece el culto, cuando desaparecen las imágenes. Y, sin embargo, esta probado que hombres que han dejado a un lado la superstición y se han emancipado de las ideas religiosas, son susceptibles de vivir una vida de poesía superior a la de aquéllos. En otro caso, para ser poeta habría que retroceder siempre a los tiempos del salvajismo en la Humanidad, y ésa es una cosa que yo creo que nadie se atreverá en serio a sustentar. El volumen, por decirlo así, de poesía no solamente ha aumentado en el mundo porque la han disfrutado mayor número de hombres; ha crecido también porque se ha depurado, porque se ha hecho más poesía al desprenderse de ciertas formas primitivas, y, verdaderamente, a estos impulsos poéticos, cada vez más depurados, de la Humanidad se debe la estructura, cada vez más perfecta, que ha podido alcanzar la sociedad ocurre en la vida de la ciencia, cuando logra construir un método objetivamente seguro. en momentos superiores de su evolución. Y como en. la vida de la sociedad ocurre en la vida de la ciencia, cuando logra construir un método objetivamente seguro. La ciencia exige la realización de trabajos pacientes y penosos; sin ellos no hay verdadero conocimiento de las cosas. Y el que quiera conocer la Naturaleza tiene que hacer un derroche de esfuerzos, de paciencia y perseverancia, ya lo creo; pero la ciencia no es solamente una colección de hechos; el espíritu del que hace observaciones científicas no es el del filatélico, que colecciona sellos solamente por el simple placer de coleccionar. El espíritu del hombre de ciencia se sirve de los hechos para poner en juego sus facultades creadoras, para idear teorías , que sean como caminos nuevos que sirvan para hacer nuevas investigaciones ; y en este campo se encuentra un vergel de poesía, de entusiasmo, de iniciativas, de generosidad, que en vez de agotarlo la ciencia, lo que hace es estimularlo y engrandecerlo. 

Aplicado eso al Socialismo, cuando el Socialismo se hace científico, cuando se concilia con la ciencia, concilia también el movimiento obrero con la inteligencia de los hombres que la han podido cultivar y que mejor han sabido cultivarla. Podemos decir que a nosotros a veces se nos mirará con menosprecio porque atendemos a detalles, porque hacemos una vida de trabajo modesto, sencillo, atendiendo a nuestras organizaciones, atendiendo a nuestra cultura, estudiando el aspecto económico, estudiando el aspecto político satisfaciendo todas las múltiples necesidades de este gran movimiento multiforme, que exige tantas tendencias y tantas observaciones distintas en la masa trabajadora. Se nos podrá decir que agotamos nuestra vida en una obra demasiado modesta. ¡ Ah! Pero es que ese trabajo modesto y sencillo, que se hace sin espíritu pretencioso, es el trabajo que rinde más frutos intelectuales y estéticos, es el que nos da más alientos para el porvenir, es el que nos infunde más espíritu progresivo, y es en ese trabajo modesto en el que podemos fundar la garantía más sólida de que vamos por un camino que no es el más retrasado, sino el más avanzado y revolucionario de todos. 

Los momentos difíciles

Ahora bien, compañeros: yo comprendo que este camino de paciencia, de valor, de abnegación, de sacrificio, no siempre es fácil. Los acontecimientos históricos, a veces, nos colocan en situaciones en las que nuestro ánimo se perturba de tal manera, que se producen situaciones propicias al resurgimiento de las antiguas tendencias y a la producción de desviaciones en nuestra ruta, tan lamentables como difíciles de evitar. Y en uno de esos momentos de peligro nos encontramos ahora. Y no me extraña a mí que por eso, porque ante nosotros se producen hechos desconcertantes que alteran nuestra serenidad dentro de nosotros mismos, que en la masa de nuestras organizaciones se produzcan1 tendencias que contrarían el método que hemos elaborado, digo mal, que han elaborado nuestros antecesores con tanto esfuerzo y con tantas penalidades; tendencias que hay que vigilar y a las cuales hay que salir al paso, porque, de consolidarse, pueden producir situaciones en las cuales, creyendo que alcanzamos grandes progresos y adelantos, experimentemos grandes desengaños y retrocesos. 

La Gran Guerra

No nos pasa eso a nosotros solos, que, como os he dicho antes, estamos mal preparados para la obra que tenemos que realizar, sino que les pasa también a otros camaradas y a otras organizaciones que tienen antecedentes y que cuentan con elementos muy superiores a los antecedentes y a los elementos que a nosotros nos pueden favorecer y ayudar. Es, sin embargo, natural qué, precisamente por la inferioridad de condiciones en que nosotros estamos, estemos, por lo menos, más alerta, porque los demás podrán equivocarse, pero nosotros tenemos más probabilidades dé ello. Los momentos difíciles en los cuales se precisa serenidad de espíritu para juzgar bien los acontecimientos y tomar una dirección segura han empezado a producirse, vosotros lo sabéis bien, con la guerra. La guerra desconcertó mucho la vida del Socialismo, la vida sindical, produciendo un fenómeno que yo tengo por inevitable cada vez que la guerra se produzca, si no la podemos impedir es la exacerbación del nacionalismo dentro de nuestras mismas organizaciones. 

Es evidente que cuando estalló la guerra europea, antes de convertirse en guerra mundial, hubo muchas personas ingenuas, y otras no tan ingenuas, que esperaban que la guerra pudiera ser paralizada por una acción del proletariado, y cuando vieron que en Alemania los Sindicatos obreros pactaban, por decirlo así, con la situación y se acomodaban a ella, sufrieron un desengaño de muerte. Y cuando vieron que en Inglaterra, la cuna de la organización obrera, el pueblo entró con entusiasmo en la guerra entre Alemania y Francia por haber sido invadida Bélgica, sufrieron otro desengaño también. Y lo mismo cuando vieron que en Francia el Socialismo se incorporaba   al Poder, realizando una obra admirable des¬ de el punto de vista técnico, porque no hay más que recordar la actuación de Albert Thomas en el ministerio de Municiones. Yo le vi en aquellos años de la guerra; estaba instalado en un hotel de una de las grandes avenidas de Paris, y aquello era un mundo de iniciativas, de aprovechamiento de esas iniciativas, de organizaciones enormes, inmensas, admirables. En aquella ocasión, hasta Guesde, el socialista francés que, contra las tendencias de Jaurés, había sostenido con más intransigencia el ideario marxista, se creyó obligado noblemente a desempeñar un cargo en el Gobierno, aunque en realidad era un ministro sin cartera. Pues bien: cuando vieron esto muchas gentes que se habían formado una leyenda y que se habían construido un mito fundado en el poder real, pero exagerado por ellos, que tenía la organización sindical y el Partido Socialista, dijeron: «El Socialismo ha muerto, el Socialismo !ha desaparecido.» 

Hay en torno a nosotros una atmósfera ideal y sentimental que es especialmente vacilante: tan pronto decreta nuestra muerte fulminante y, además, se dispone a matarnos, si puede, como se convierte en nuestro panegerista, proclamando que nosotros todo lo podemos y todo lo hemos de salvar. Naturalmente que hay que agradecer a esa envoltura social que nos rodea el interés que tiene por nosotros. Hay que agradecérselo cuando nos combate; hay que agradecérselo cuando nos glorifica. Ahora bien: cuando nos glorifica hay que ponerla un poco en cuarentena y pensar que sus elogios son interesados y que realmente no nos deben ilusionar demasiado, no nos deben entusiasmar y no nos deben, sobre todo, hacer perder la cabeza. Cuando nos critican hay que agradecérselo más especialmente, porque en sus criticas hay, indudablemente, mucho de censurable, de odioso, que debemos rechazar; pero en los mayores errores hay un germen de verdad, y ya sabéis que del enemigo hay que tomar muchas veces el consejo. Quiero decir con esto que no nos debe pesar que en el mundo se ocupen tanto de nuestras acciones, para bien o para mal; sin ello no tendríamos la importancia social qué tenemos; pero que debemos ser cautos, para no dar más importancia de la que realmente tienen a esos movimientos de opinión que, por lo menos, tienen un fondo de debilidad extraordinaria, que se traduce en su versatilidad y en los cambios que experimenta con demasiada frecuencia. 

Pues bien, el hecho de que los socialistas no pudieran impedir la guerra, y el hecho de que los socialistas de algunos países ocuparan el Poder durante la guerra para defender la posición de sus nacionalidades, digo que produjo en muchos espíritus un desencanto tal, que decretaron la muerte del Socialismo, y dijeron: «El Socialismo ha desaparecido.» Sin embargo, el Socialismo no solamente no desapareció, sino que cuando terminó la guerra, el Socialismo tomó tal auge y tal importancia que se volvió a convertir en el árbitro de los destinos de todas las naciones del mundo, y otra vez la opinión versátil volvió a decir que el Socialismo no había muerto, y a pedir al Socialismo que lo arreglase todo. 

La revolución rusa

No pretendo tampoco en este momento hacer historia, pero sí recordaros algunas circunstancias. Antes de acabar la guerra estalló la revolución rusa, y con la revolución de octubre triunfó la República de los Soviets. ¡Cuántos temores produjo la República de los Soviets; pero cuántas esperanzas engañosas alentó también! Los que hemos vivido aquellos años dentro de la organización sindical española e internacional, y dentro del Partido Socialista, podemos dar fe de las ilusiones que entonces algunos se forjaron. Hubo hombres ingenuos que habían creído que la revolución social había triunfado ya en el mundo, y que los socialistas iban, bolchevizados, a ocupar el Poder en seguida; sobre todo en países como el nuestro, tan dado a ilusiones, el entusiasmo bolchevique fué de una rudeza extraordinaria. Ahora, fué tan torpe, tan falto de base, hizo tales tonterías, tales disparates, que en poco tiempo desapareció y dejó de influir ni siquiera en el grado más ínfimo en la vida social y política de nuestro país. 

Sin embargo, no era la revolución rusa ni la República de los Soviets tan despreciable como algunos después han pensado. La República de los Soviets tuvo en contra suya ejércitos sostenidos por la influencia oculta de grandes potencias europeas. Sostuvo tres años de guerra civil y salió victoriosa de ella. Pero ¿vamos a creer por eso, por ese triunfo de la República de los Soviets, que ésta, con su victoria indiscutible, nos ha dado el modelo que debemos imitar? Yo digo que no. Digo que en Rusia estaban dadas las condiciones para que eso ocurriera, y hasta  he dicho más de una vez que si yo hubiera estado en Rusia, creo que hubiera tomado parte en esa acción, por estimar que otro sistema, un sistema democrático, para implantar algo que condujese al Socialismo, dado el estado de cultura y los hábitos y la composición del vasto pueblo ruso, era completamente imposible. Se impuso la República de los Soviets porque se tenía que imponer. Pero todos recordaréis que cuando los bolcheviques ocuparon el Poder, con bastante facilidad, como ocurre siempre al final de un proceso revolucionario, que el momento decisivo no es difícil, sino que es el resultado que ha sido facilitado por los actos difíciles que le han precedido. En la revolución rusa, para preparar esa toma fácil del Poder, todos sabéis los sacrificios, las penalidades que tuvo que sufrir el pueblo; pues bien, tras esas penalidades, los bolcheviques, cuando ocuparon el Poder, llevaban en el alma un ideal socialista. Y ahora vamos a empezar a hablar de las dictaduras. Llevaban un ideal socialista en el alma para realizarlo dictatorialmente, por medio de una dictadura del proletariado. Y todos los dictadores que han ido saliendo después se diferencian de los bolcheviques en que éstos llevaban una tendencia, un ideal y un propósito de servir a la clase trabajadora. Su dictadura era una dictadura proletaria, para redimir al pueblo ruso y si fuese posible a Europa entera y a la Humanidad, sirviendo al proletariado, mediante el triunfo de éste. Aquellos hombres, que conocían mucho las doctrinas socialistas — porque en Rusia había una élite extraordinaria que se había formado durante muchos años en el destierro, en las principales ciudades de Europa—, que sabían mucho y que tenían una voluntad de acero, revolucionaria, bien templada, bien probada, aquellos rusos bolcheviques, cuando ocuparon el Poder, quisieron implantar en su país una estructura social fundada en la socialización de todos los medios de producción Transigieron, sí, con los aldeanos dándoles la tierra, en propiedad inclusive ; pero las primeras publicaciones de Lenin, Trotsky, Radek, de todos los grandes propagandistas rusos, las publicaciones de los primeros tiempos, no esa bazofia que se ha extendido ahora para volver loca a la gente, esas publicaciones dan testimonio de que aquellos hombres combatieron el espíritu anarquista en la teoría y en la práctica, porque el primer levantamiento anarquista que el mismo día del triunfo se inició, fué ahogado de tal manera que no quedó ni un anarquista para contarlo, y las tendencias anarquistas que podían quedar en las gentes, ésas fueron combatidas constantemente, como buenos socialistas, por los bolcheviques, diciendo que no se trataba de eso, ni mucho menos; que no se trataba de formar una nueva clase de propietarios que pudieran el día de mañana erigirse en Poder y dominar a los demás, sino que se trataba de socializar la producción de la tierra y de la industria. Ahora bien, como era de esperar, en Rusia, nación en la cual había centros de producción industrial muy desarrollados, por ejemplo, Moscú, más desarrollados que nuestros grandes centros industriales hoy; en Rusia, sin embargo, no se daban las condiciones económicas que hicieran posible esa transformación de la industria socializándola, y mucho menos para que esa transformación se hiciese en el campo, en el terreno de la agricultura. Y entonces los bolcheviques tuvieron que aceptar otra misión impuesta por una necesidad histórica, la misión de realizar una obra que debían haber realizado los burgueses de Rusia si hubiesen sido lo bastante avanzados, si no hubiesen estado tan corrompidos como estuvieron. Y fué Lenin el que dijo: «No, el Socialismo aquí no se puede realizar de una vez. Tenemos primero que industrializar al país, pero lo vamos a hacer dictatorialmente. Vamos a crear un capitalismo de Estado. No vamos a crear capitalistas que actúen en su provecho, sino que el Estado se va a constituir en capitalista; y cuando creemos un capitalismo de Estado, vamos a crear un Socialismo de Estado, y cuando ese Socialismo de Estado esté creado, entonces podremos empezar la obra verdaderamente socialista.» Es un camino que en Rusia quizá era el único que se podía seguir. Ahora, pretender que los demás pueblos sigan ese mismo camino, me parece desacertado, 'imposible, y hasta ahora los hechos parecen dar la razón a esa creencia, porque ya sabéis que una de las cosas en que ha fracasado más la República de los Soviets ha sido en su política internacional. Se explica perfectamente que aislados del mundo, haciendo una revolución en nombre del proletariado, los rusos quisieran tener no sólo la ayuda, sino la cooperación en su misma obra del proletariado revolucionario de todos los países, de Europa por lo menos. Eso no lo han podido conseguir hasta ahora, no han podido conseguirlo, y lo que han logrado, por el contrario, es que en las principales naciones de Europa las tendencias bolcheviques hayan significado, más bien que una causa de progreso, una causa de retroceso, y hayan creado una serie de dificultades enormes, que han paralizado la obra del proletariado en gran parte durante estos últimos años. 

El ejemplo de la revolución rusa no solamente hizo nacer núcleos que se llaman comunistas; ya sabéis, y esto no hay ni que explicarlo, que se llaman comunistas no por que sus aspiraciones sean diferentes a las nuestras, sino porque creen que ellos son los que interpretan las doctrinas de Marx en toda su pureza, y se atienen al Manifiesto comunista, que es Socialismo, llamado así para diferenciarle del Socialismo utópico. 

Digo que el entusiasmo que produjo la revolución rusa no solamente creó núcleos comunistas en diversas naciones, sino que, acabada la guerra, produjo movimientos iguales o semejantes al ruso, pero sin las condiciones de aquel movimiento. Todos recordaréis lo que ocurrió en Baviera y en Hungría. Se proclamaron sendas Repúblicas, basadas en Consejos de obreros; pero fracasaron, y en Baviera aquellos días dejaron recuerdos tristes.

La reacción se cebó en hombres como Kurt Eisner, uno de los hombres más grandes. Y más respetados que teníamos en la Internacional Socialista; que fué objeto de una muerte cruel y bárbara por parte de la reacción. En Hungría pasó algo todavía más  grave; porque el movimiento  de la República democrática alemana salvó de una dictadura reaccionaria a Baviera ; pero a Hungría no se la pudo salvar, y se produjo una dictadura, sí, pero no una dictadura como la de los Soviets ,sino contra los elementos obreros, contra el marxismo ; dictadura que persiste todavía, a pesar de los años, y que no se ha podido desarraigar. Y yo digo que, a excepción de Rusia, cuyas condiciones son verdaderamente excepcionales, los movimientos que se han hecho a raíz de acabarse la guerra, cuando el ambiente todo era favorable al elemento socialista y al obrerismo, y se creó un mito, en virtud del cual el Socialismo había de resolverlo todo; cuando además había un entusiasmo entre los obreros que los acontecimientos fueron aplacando un poco; cuando además había 

Un ejército revolucionario y favorable a todos estos movimientos; cuando en esas condiciones se han hecho ensayos de dictaduras del proletariado, a excepción de Rusia, siempre han producido la reacción de una dictadura contraria a la del proletariado, de una dictadura de servidumbre y de miseria. 

Y estas fantasías de dictaduras que hoy nacen, en condiciones todavía mucho peores, ¿ no son algo que debemos refrenar? Es algo que debemos hacer que sea estudiado y meditado, sobre todo antes de que arraigue en el espíritu de los jóvenes, que tienen disculpa por su menor experiencia, para que no se dé el caso de que con la mayor generosidad, con el mayor espíritu socialista, vengamos a traer para nuestros compañeros, para la gente de nuestras organizaciones, para el porvenir, por el cual debemos nosotros mirar tanto como por el legado que nos han dejado nuestros antecesores, días de miseria y de luto y de vergüenza, de la cual nos costaría mucho trabajo redimirnos. Claro que se dirá: Es que la reacción avanza mucho. Y yo me acuerdo de que en aquellos días después de la guerra, nos encontrábamos con mucho entusiasmo y optimismo exagerado, y había algunos hombres experimentados en la Internacional, como Albert Thomas, que decía: «No, no ; ha de venir una reacción, y hay que prepararse para ella.» De manera que el consejo de los expertos no es siempre el de derrotistas, no. Eso de que cuando haya unas divergencias entre compañeros, y se empiece a reflexionar, se hable en seguida de derrotismo, no es admisible; no es admisible. Valor, espíritu revolucionario, debemos exigírnoslo todos; ahora, ceguedad para el espíritu revolucionario, eso lo debemos combatir los que podamos combatirlo, y si no lo hiciéramos faltaríamos a nuestro deber. Porque, claro, la vida del Socialismo es una vida de lucha; muchas veces se ha comparado con las luchas de la guerra. Si un estado mayor lleva a un> ejército a una batalla en condiciones desfavorables y viene la derrota, y viene la desmoralización, la responsabilidad es del estado mayor, no tiene duda. Y no basta que los elementos directores tengan impulso, tengan valor, arriesguen su vida; la vida que vale no es la del individuo, es la de las masas. Tienen que tener la virtud de preparar las batallas en condiciones favorables para ganarlas, o para que, si se pierden, la derrota sea remuneradora, porque sea una de esas derrotas que engrandecen, en vez de deprimir. 

Y vamos a los casos concretos de ahora, a los casos que constituyen los temas de nuestras preocupaciones. 

La República alemana

El caso concreto principal es el ejemplo de 'Alemania. Alemania no siguió el camino de Rusia, ni siguió el camino de Hungría, ni prevaleció tampoco en Alemania el camino de Baviera, la parte mas reaccionaria de Alemania. Los prusianos, los sajones, son rudos, son duros; pero da la casualidad de que en Sajonia y en Prusia se ha iniciado la reforma religiosa, y que el espíritu revolucionario moderno es allí donde tiene sus raíces y su formación. Allí es donde actuó Rosa Luxemburg, que no era precisamente un espíritu conservador, ni mucho menos. Pues bien; merced al predominio del resto de Alemania, de Prusia y Sajonia principalmente, del fracaso de Baviera no resultó una reacción, la implantación de una dictadura reaccionaria, sino la de un Gobierno democrático general en Alemania, la constitución del Reich y después la participación de los socialistas en el Poder. Y se dice: He ahí el resultado. ¿Lo veis? ¿Democracia, libertad? Pues ahí tenéis a Hítler en el Poder. Verdad ; pero es una manera muy simplista de pensar esto de decir: Puesto que los alemanes han fracasado en su ensayo de actuación dentro del ambiente de una República democrática burguesa, para establecer por medio de ella el Socialismo, volvamos la espalda a la democracia y pongamos nuestra esperanza en la dictadura del proletariado. 

Pues bien; ¿ por qué se ¡ha producido este fenómeno ,dolorosísimo,  pero lleno de enseñanzas, de Alemania? Pues se ha producido, no por una causa sola, no, que el fenómeno es complejo, sino por un conjunto de causas que para nosotros son muy aleccionadoras. Antes de que triunfara Hítler, antes de que obtuviera el triunfo electo¬ ral que obtuvo, en virtud del cual los nacionalsocialistas en Alemania teman casi la mitad de los puestos, y juntos con los nacionalistas tenían mayoría en el Reichstag, se produjo en Alemania un movimiento en favor del nacionalsocialismo. Y hago constar esto para advertiros que el movimiento nacionalsocialista en Alemania no es una ficción, sino que es un movimiento de masas, de masas que creen en Hítler, que creen que es el redentor, y que hace falta una dictadura demagógica, más que democrática, pero que ellos llaman democrática, para que ponga las cosas en orden y salve a Alemania, tan hundida, tan caída después de la guerra. Por eso decían los nacional  socialista que ellos representan una dictadura democrática. Se dirá: ¡Ah! Es que aquellas elecciones se hicieron por medio de coacciones. Sí; pero todos vosotros sabéis lo que significa el triunfo de la fuerza en unas elecciones; significa, por lo menos, que la masa general deja hacer. Cuando se produce un movimiento de opinión grande, como en las elecciones que dieron aquí el triunfo a la República, es la masa general la que permite o no permite que haya coacciones. Aquí había monárquicos, aunque estaban completamente desarmados, y cuando trataron de poner en movimiento a algunos de sus fieles servidores, los que dominaban antes las elecciones en los barrios extremos, aquellos hombres fueron destrozados por la masa, que les hizo desaparecer y les inutilizó por completo, De manera que el argumento de que ¡las elecciones que dieron el triunfo a Hitler eran unas elecciones falsas, no nos deben seducir demasiado

Se produjo un movimiento en favor del nacionalsocialismo en Alemania, un movimiento popular, integrado por masas de proletarios recién venidos al proletariado, porque la novatada proletaria se paga muy dura¬ mente. No me voy a extender a explicar cómo se han incrementado los elementos del proletariado en Alemania y en otros países. En los países donde hay restos de anti¬ guas industrias han ido decreciendo éstas, ha aumenta¬ do extraordinariamente la gran industria, haciendo des¬ aparecer la industria media y dejando en la miseria a muchos hombres que antes tenían un mediano pasar o eran ricos. Pero, además, en Alemania ocurrieron cosas como la inflación monetaria, la baja del marco, que dejó en la calle a hombres que tenían en la clase media una posición muy aceptable. Y vienen al proletariado, y sienten la rebeldía, y estos hombres que han vivido años enteros de sumisión al káiser en la clase media alemana, tan imperialista, estos hombres se rebelan, se sienten sumamente radicales, dan pábulo a ideas revolucionarias, aunque en política surge siempre en ellos un espíritu romántico, sentimental, primitivo, pero mucho más daño¬ so que en los primeros tiempos del desarrollo proletario. Y ese romanticismo revolucionario, como todos los romanticismos, acaba en una reaccón; ese romanticismo revolucionario se caracteriza por algunas notas que en el régimen de Hítler se ponen de relieve. Una de ellas, el sentimentalismo bárbaro de ese movimiento. Es un movimiento que glorifica la pasión, y la pasión salvaje, el completo salvajismo que está haciendo verdaderos horrores en Alemania. En Alemania existe una oposición de razas entre germanos y judíos que ha existido siempre, latente unas veces, manifiesta otras. Había una competencia entre ambos para la ocupación de los cargos públicos, para el ejercicio de los administrativos. Pues bien; esa pasión intransigente en Alemania se ha llevado por el nacionalsocialismo a los límites más absurdos de la barbarie. 

Hay una reacción también antimarxista. Se persigue a los socialistas y a los comunistas hasta exterminarlos, y se glorifica, como en todos los romanticismos revolucionarios, al héroe, al hombre pasional, aunque sea un degenerado. Otra característica de este movimiento revolucionario romántico es la exacerbación del sentimiento nacional. Creo, camaradas, que nosotros no somos espíritus selectos que se creen superiores a toda nacionalidad, que nosotros sentimos la nuestra y operamos en ella; pero de eso a considerar que el amor a la raza y a la nación ha de prevalecer sobre todo, y para vivir ha de exterminarse todo lo contrario, va una buena diferencia. Esto es una pasión malsana, y lo otro es un sentimiento noble y legítimo, compatible con toda la vida internacional. 

Otro de los rasgos atávicos de estos revolucionarios es el cultivo de las grandes personalidades y de los héroes. Que las masas populares exalten a un hombre por su energía, por su voluntad, por su elocuencia, por la generosidad de sus sentimientos, por lo que sea, no constituye un fenómeno nuevo; pero sí es un fenómeno que los socialistas estamos en la obligación de combatir. Nosotros tenemos que respetarnos los unos a los otros; pero ¿colocarnos en la posición de vivir a las órdenes de un señor, como los hitlerianos, como los partidarios de las dictaduras de todas clases? ¡ Ah! eso no, no. Cuando se habla de dictadura hay que ver a lo que las dictaduras obligan.

Porque, volvemos al ejemplo de Rusia. Han podido triunfar los bolcheviques en Rusia porque el bolcheviquismo era una organización, dentro de sí misma, autocrática y dictatorial, en la cual se daban órdenes que eran absolutamente acatadas, sin discusón ; siendo de este modo un instrumento de lucha evidentemente eficaz, pero al que creo que vosotros encontraréis muchos defectos para una acción perdurable. 

Nuestro caso

Para que un partido, por ejemplo nuestro Partido Socialista, llegase a establecer la dictadura por su cuenta, triunfando en España, cosa que me parece un absurdo y una vana ilusión infantil, para que eso pudiera pasar tendríamos que empezar por organizar nuestro Partido de modo autocrático. Vosotros veréis si estáis dispuestos a ello. Yo, por mi parte, os digo que no; yo no quiero ser dictador de nadie ni que nadie me obedezca ciegamente; pero tampoco quiero sufrir la dictadura de nadie ni de ningún organismo. Por eso somos socialistas; por eso lo he sido yo siempre por eso lo seguiré siendo. Pero conste que para que un partido como el nuestro pudiera establecer una dictadura, tendría que empezar por tener la dictadura dentro y por hacer un partido autocrático de un partido esencialmente democrático que es. Me parece que se paga demasiado cara la ilusión de la dictadura del proletariado. 

Pero vamos a una última reflexión. Se dice: La democracia burguesa no nos sirve para nada. Se cita el caso de Alemania y se hace referencia a nuestra situación actual. Nosotros hemos puesto toda la carne en el asador; nosotros hemos dado todo lo que se nos pidió, y aun más, a la República burguesa española. Pero ahí tenéis, ahora nos están combatiendo por todas partes. Considerándonos hasta hace poco tiempo Imprescindibles, nos dicen ahora que estorbamos, nos dicen que somos el obstáculo de esta República. Eso es una hábil mentira, porque, evidentemente, la contribución del Partido Socialista a la obra de la República española es una alta y noble contribución que nadie debe olvidar, que nadie debe desconocer. Pero, en fin, ya se está creando el ambiente contrario; ya esa opinión movediza y versátil que antes nos exaltaba, ahora nos deprime. Y bien, así como antes fuimos demasiado ingenuos para creer que podíamos hacer más de lo que debíamos haber hecho, ¿vamos a ser ahora también tan ingenuos que creamos que debemos volver la espalda a la República democrática para ver si podemos embarcarnos en la aventura de ejercer el Poder dictatorialmente? Yo no sé cómo' eso se puede sostener, camaradas. Yo os decía antes que para dar una batalla hay que elegir las condiciones. Hace pocos días leí yo un artículo de Otto Baüer, a quien no creo que tengáis por un hombre de derechas y falto de espíritu revolucionario. Yo no sé si en el campo internacional hay un hombre de espíritu más revolucionario que Otto Baüer. Pues bien, éste decía: «En Austria, con Alemanía por una parte, con Italia por otra, con Hungría por otra, dictaduras reaccionarias todas, con un Gobierno que es una medio dictadura, ¿qué vamos a hacer? Tenemos que dar una batalla, tenemos que luchar, tenemos que sostener una lucha constante. ¿Con qué objeto? ¿Triunfar nosotros para ejercer la dictadura? En ese caso la derrota es segura. ¿ No es mejor sostener la democracia, que nos ofrece condiciones permanentes y una actividad verdaderamente fecunda? Porque si al triunfar una dictadura nuestra ya estuviese todo remediado, todavía; pero es que el remedio no viene por ahí, aparte de que los riesgos que se corren son enormes.» 

¿ Es qué no habrá posibilidad de salir de esta locura dictatorial que invade al mundo? Porque ahora todo el mundo quiere ser dictador, y por eso precisamente debemos prevenirnos. No solamente hay ahora dictaduras en los pueblos europeos, sino que ya veis la dictadura económica que se está produciendo en los Estados Unidos. Los Estados Unidos son una República que ha pasado muchos años por democrática. Yo no la he tenido por tal, porque esas Repúblicas presidencialistas tienen mucho de imperio'; pero, en fin, allí se ha vivido una vida de libertad burguesa que no se puede negar tampoco. Pues bien, ahora Roosevelt, demócrata avanzado, se erige en dictador económico. ¿ cómo ha ocurrido ese fenómeno? Porque en los Estados Unidos había una serie de industriales, de capitanes de industria, que decían que hacía falta revolucionar la industria. Y eran tan radicales, que alguno llegaba a decir: «La economía vive de tópicos viejos que es preciso barrer. Uno de ellos es que el hombre quiere trabajar bien, en buenas condiciones. Eso es mentir; el hombre lo que quiere es no trabajar, o trabajar lo menos posible.» Esto es un poco arriesgado, ¿verdad? Nosotros somos unos conservadores en relación con ellos, porque decimos que el trabajo es una necesidad, es un goce, es una virtud, no evangélica, pero sí una virtud social. 

Si se dice que el trabajo es un castigo se comete una inexactitud; pero si se dice que hay que trabajar, me parece que se dice una verdad indiscutible. Efectivamente; trabajar es necesario, porque si los hombres no trabajásemos absolutamente nada, probablemente degeneraríamos y enfermaríamos. Precisamente uno de los problemas grandes de los que la nueva organización de la sociedad tendrá que resolver, y que ya se vislumbra, es éste: puesto que vamos a trabajar todos para el desarollo de la industria, pues no es justo que trabajemos unos sí y otros no, habrá que trabajar muy poco; y entonces, el resto del tiempo, ¿qué se hará? Ese tiempo hay que llenarlo con educación, con cultura, con embellecimiento del espíritu; hay que llenarlo con la participa¬ ción en la ciencia, en el ante, que es una forma de trabajo, pero libre, hecho por amor, por entusiasmo, por la generosidad propia del espíritu humano. Pues bien; si nosotros no renegamos del trabajo, yo os digo que ese señor, ese capitán de industria, es un hombre de un radicalismo, aparente, desde luego, mucho mayor que el nuestro.

También hace poco un economista inglés decía: «Mujeres de Inglaterra: No ahorréis. El ahorro es un vicio, es un mal; hay que derrochar todo el dinero, gastar todo lo que ustedes encuentren en los almacenes.» Era un consejo un poco arriesgado en Inglaterra, porque yo os digo que las mujeres inglesas tienen grandes virtudes; ahora, que la mujer de la clase media es terriblemente derrochadora. Tiene el pueblo inglés un hábito de grandeza y de riqueza, como el pueblo americano, que hace que las mujeres gasten extraordinariamente en sus caprichos, y dar a las mujeres inglesas el consejo de que derrochen es bastante atrevido. Y, sin embargo, esto tiene un fundamento. La economía moderna del ahorro es una mezquindad; hay que buscar otros fundamentos de enriquecimiento general superiores al ahorro.

Pues bien; estos economistas radicales cifran su radicalismo en que ellos dicen: «Hay que revolucionar la industria, la economía; los obreros quieren trabajar poco. Pues con que trabajen poco tenemos bastante. Mas como los que entendemos de organización industrial somos nosotros—añaden— vamos a ser nosotros los que revolucionemos la industria.» Es decir, quieren erigirse en dictadores de la situación económica, y no hay duda de que harán alguna cosa eficaz, porque todas las dictaduras hacen algo eficaz ; pero que harán también unos disparates enormes, porque todas las dictaduras hacen unos disparates fundamentales, por los que se hunden, y causan grandes males a los pueblos en que se aposentan.

Pero, en fin, ya véis: dictadura económica, por un lado ; dictadura reaccionaria, por otro ; dictadura socialista, por otro. ¿Es qué nos vamos a dejar contagiar de la peste del momento? ¿ O es que somos hombres que tenemos una concepción de nuestra vida, de nuestro método, de nuestro sistema, que nos hace inmunes a los contagios de esos caprichos? Yo digo que el valor revolucionario del Partido Socialista consiste en continuar fiel a sus principios en medio de esta ola de enloquecimiento burgués, o de proletarios que todavía tienen pegado el cascarón en la mitad de su cuerpo o en la mitad de su espíritu y no se han podido desprender de él. 

Por consiguiente, vosotros, jóvenes socialistas, que estáis rumiando el tema de democracia y la dictadura, reflexionad que es muy fácil sentirse sumamente radical y decir: «La democracia no nos sirve para nada; vamos a la dictadura, y se acabó.» Quiero que reflexionéis, que la obra toda del Partido Socialista, desde que se fundó, y la teoría de Marx, consiste en recalcar a los proletarios que ser revolucionarios no es cosa fácil, ni está al alcance de cualquier indigente espiritual; que es preciso antes sufrir mucho, trabajar mucho, meditar mucho para saber ser revolucionario, y que muchas veces se es más revolucionario resistiendo una de estas locuras colectivas que dejándose arrastrar por ellas, dejándose llevar por la corriente de las masas para cosechar triunfos próximos y aplausos seguros a riesgo de que después sean las masas las que coséchenlos desengaños y los sufrimientos


EN EL CINE PARDIÑAS

Discurso pronunciado el día  5 de noviembre de 1931

Vengo a razonar 

Compañeros:  Quisiera dominar pronto la emoción natural que tiene que producir en mí esta explosión de vuestro afecto, trabado por lazos tan antiguos y sólidos, que yo estoy seguro que nada podrá romper. (Aplausos.) Quiero dominarla, porque sabéis que yo acepto gustoso el venir a la tribuna no a excitar pasiones, sino a razonar. con alguna frecuencia he comparecido en actos. análogos a éste con semejante pretensión a la que hoy traigo; sin embargo, el caso actual difiere de otros merced a las circunstancias. 

Otras veces, camaradas, venía yo a la tribuna no solamente a razonar, sino a oponer unas ideas a otras en una especie de discusión, porque entiendo que en el seno de nuestras organizaciones la discusión es necesaria para que se active el espíritu critico de la masa y sepa orientarse aun en los momentos más difíciles. 

Hoy no vengo con ese propósito, porque las discusiones entre nosotros duran hasta que democráticamente se ha tomado una resolución; pero cuando la resolución se ha tomado, los hombres que pertenecemos al Partido y a la organización obrera vamos a cumplirla como un solo hombre. 

El valor de la disciplina 

Ahí está la candidatura con que nos presentamos a las elecciones. Se habrá meditado mucho para construirla. Quizá el proceso de su formación haya podido ser laborioso. Está hecha, y todos a votarla. Yo entiendo así,, camaradas, la disciplina, y soy un enamorado de ella, lo mismo que de la libre discusión. Ya sé yo que sien¬ do disciplinado incurriré en el menosprecio de aquellos hombres que se tienen por espíritus superiores. Pero esos hombres que motejan de serviles a los hombres disciplinados cuentan da antemano con el menosprecio de mi orgullo legítimo, y voy a decir por qué. El hombre más indisciplinado de todos es el hombre que no conoce la vida social, es el hombre de las civilizaciones primitivas apenas concebible, algo así como nosotros nos represen¬ tamos al hombre de las cavernas, que va a la caza de animales feroces, y con ellos es con los únicos que se en¬ tiende; que caza, tal vez, a la mujer en el bosque, y que, aparte de las resistencias que la hembra o las fieras pue¬ den oponerle, no conoce ninguna traba social. 

A medida que el hombre se ha civilizado y aprendido a respetar a los demás, sometiéndose a las necesidades de los otros, se ha acrecentado también, en vez de disminuir, su libertad personal. Y por ello a mí me parece que el hombre que no se disciplina es asocial, es un bárbaro, es un cavernícola, por mucho... (Grandes, aplausos, que cortan al orador.) 

Compañeros, en nuestra vida de socialistas debemos ser independientes, y nuestra labor debe ser discutidora y crítica de nuestra propia conducta y de la de los demás. 

Pero debemos ser disciplinados; y os digo que en estos momentos la disciplina se impone con más necesidad y más fuerza, por esta razón: Porque, todos lo sabéis, hay un emblema, una fuerza y una orden que mueve a todos nuestros adversarios en este momento: es la lucha contra el Socialismo, la lucha contra el marxismo. Nuestros adversarios han formado un frente antimarxista. No quiere decir esto que todos los adversarios del Socialismo se presenten unidos en una sola candidatura; pero sí que las candidaturas que se presentad contra nosotros son candidaturas complementarias, en las cuales todos sus representantes están unidos por un solo vínculo, cual es la necesidad que sienten de acabar con nosotros o, por lo menos, debilitar nuestra influencia. 


La vitalidad del Socialismo

Sabéis, compañeros, que este momento de lucha contra el marxismo no representa un fenómeno que ocurra exclusivamente en nuestro país, sino que constituye una tendencia que se ha extendido considerablemente en Europa. Estamos en un momento de reacción, y la reacción se dirige 'contra el Partido Socialista. ¿ Cuáles son los temores que en nosotros puede despertar esta reacción contra el Partido Socialista? 

Yo os digo que no sé cuándo siento más en peligro al Partido Socialista, si cuando todos le censuran y atacan, o cuando todos le. alaban. Me atrevo a decir que mis in¬ quietudes son más grandes cuando todos le alaban, por¬ que es que aprecian en él alguna debilidad, o que tratan de explotarle para sus fines. En ¡cambio, los ataques de todos los adversarios unidos y la crítica constante y multiplicada no me aterran, porque yo estoy acostumbrado, considerando la historia del Partido Socialista, a pensar que siempre que -se le ha dado por muerto ha resucitado con más próspera vida. (Aplausos.) 

Miremos la historia del Partido Socialista internacional. Después de la revolución del 48, que representaba un espíritu socialista aún vagamente determinado, surge una reacción. ¡ Ah! Pero después de esa reacción fué cuan¬ do empezó a nacer el espíritu socialista propiamente dicho, con toda su vitalidad. Recordad lo que pasó después de la Commune: vino la reacción cruel y sangrienta de Tlhiers ; pero después fué cuando el Partido Socialista internacional tuvo más vigor que nunca. Y recordad lo que pasó al final de la guerra, que por todas partes se proclamaba la muerte del Partido Socialista porque había nacido una Tercera Internacional, opuesta a la Segunda; y después de la guerra, el Partido Socialista ha llegado a tal esplendor y florecimiento, que para oponerse a él se está tocando a rebato y quemando la última pólvora de que disponen nuestros adversarios. Pero será ¡igual, camaradas: que canten las victorias que quieran; nosotros sabemos que la victoria final es la nuestra. (Aplausos.) 

Pero, compañeros, vamos a limitar nuestro análisis de la situación actual a la consideración del momento presente en nuestro país, donde se va a verificar la lucha de las próximas elecciones. 

El frente marxista

¿Quiénes constituyen aquí el frente antimarxista, anti¬ socialista? Es realmente extenso: empieza en el partido radical; acaba en ese brote, un tanto ridículo y empalagoso, del fascismo español, que trata de aliar la erudición almibarada del Sr. Valdecasas con los arrojos revolucionarios de un joven más impulsivo que documentado, que hace poco proclamaba desde la tribuna las excelencias de la dialéctica de los puños y las pistolas. 

Vamos a ver qué posición ocupan frente a nosotros cada uno de estos elementos extremos y los elementos intermedios, y cómo nosotros nos debemos situar también enfrente de ellos. 

Si el partido radical no se modifica, hay que hacerle desaparecer 

El partido radical, quizá con algunos o todos los federales, es la genuina representación en la política española del espíritu del republicanismo histórico que en la República del 73 dió altos ejemplos, que todos recordamos con admiración. Al no consolidarse ésta, pasados años y años, ese republicanismo histórico se adaptó al ambiente de la monarquía, degeneró, y cuando se ha proclamado la segunda República española, evidentemente teníamos que llevar tras de nosotros un lastre pesado, que era en gran parte el republicanismo histórico. 

¿ Qué representa el lerrouxismo, o, para impersonalizar, el partido radical, en el ambiente republicano español? Representa algunas virtudes de la tradición republicana vieja; pero también ¡cuántos vicios adquiridos después! Primero, este republicanismo histórico español tiene un defecto, muy grave para adaptarse a la vida de los tiempos actuales y de las Repúblicas modernas. Carece en absoluto de sentido social. Vive en una serie de concepciones de individualismo primitivo que son incompatibles con las necesidades políticas de los pueblos modernos. Y mientras no adquiera ese sentido social, no solamente será el peso muerto de la República, sino que constituirá obstáculos y en algunos momentos ocasionará trastornos que hubiera convenido evitar. 

Nosotros tenemos que advertirlo lealmente. Si el partido radical no se modifica, no adquiere visión para los problemas del momento, no puede ser un instrumento de Gobierno en la República española, y hay que hacerle desaparecer. (Aplausos.) 

Debilidad de los radicales hacia los bandoleros de España 

Hay algo también en el partido radical que o se modifica o perjudicará grandemente al régimen y ocasionará graves conflictos. Los hombres del partido radical, la mayor

parte de ellos, los más representativos, pertenecen, sean cualesquiera sus años, a viejas generaciones de políticos, en los cuales la política romántica de la revolución española estaba en los últimos momentos de su vida ; aquellos hombres, en su juventud, aspiraban todos a causar el asombro de la nación, y quizá del mundo, como Castelar, en un día, con un discurso admirable, y si por acaso se sentían asistidos por el éxito, eran levados in¬ defectiblemente a creerse dotados de cualidades excepcionales de artistas de la política, capaces de arrastrar tras su oratoria inflamada a las multitudes oscuramente sentimentales, las cuales debían dispensar a los genios conductores de la observancia de las normas comunes de la moral, propias sólo del hombre sencillo que no ha sabido destacarse de la multitud. 

No necesitaréis ser muy viejos vosotros para haber conocido personalidades políticas educadas en un medio decadente y vicioso que las ha llevado a considerarse por encima del bien y del mal. Y así se comprende, compañeros, que esos espíritus indisciplinados, soberbios, llenos de vanidad, que les hace creerse genial es y desconocedores de la moral vulgar, sientan ciertas debilidades y complacencias por los legítimos bandoleros de la España contemporánea. (Grandes aplausos.) 

Nosotros proclamamos desde aquí que seremos todo lo vulgares que quieran; no nos sentimos genios ni queremos desligarnos de la masa  hay que atenerse a los principios elementales de la moral común, y la República tiene que ser austera, y si no, nosotros la inmoralidad la combatiremos en todo momento con todo el impulso de nuestros esfuerzos. (Aplausos.) 

Y en estos rasgos yo he pretendido dibujaros, con conocimiento de causa, porque por algo hemos vivido largos años en nuestro país cuál es el temperamento y el carácter de este primer grupo de adversarios del Socialismo, que quieren darle la batalla en las próximas elecciones. 

El fascismo es un brote de hongos

Vamos al otro extremo, a los nuevos y pimpantes fascistas españoles. Ese es otro brote de hombres geniales. De hombres que se sienten superiores y que quieren acabar con la democracia para ser, dicen, la salvación del país. 

Nosotros no sabíamos que los grandes caracteres humanos se forjasen con tanta facilidad. Pero, por lo visto, son un producto fácil, como las setas en el bosque; en realidad, hoy que el cultivo de la más nimia hortaliza requiere cuidados asiduos, mucho trabajo y mucho saber hacer las cosas, es muy posible que esos brotes de genialidades en el bosque de las multitudes bien vestidas e in¬ cultas, que es donde únicamente eso puede prosperar, no sean tales brotes de genialidad, sino la vulgar aparición de unos cuantos hongos más o menos venenosos. 

Los demócratas y los demagogos 

Pero, en fin, todos ellos proclaman el odio al marxismo, sin saber propiamente lo que el marxismo es. A algunos de ellos, más o menos tocados de ese espíritu antiimarxista, les he oído decir: «Pie leído El capital, de Carlos Marx.» Pero ¿de qué les servirá, si no  lo han entendido? Porque El capital, de Carlos Marx, no se lee con la facilidad de una novela vulgar; es algo que constituye a veces para algunos hombres maduros la preocupación de toda su vida, y la pretensión de haber leído El capital, de Marx, no quiere decir absolutamente nada ; pueden haberlo leído sin haberse dado cuenta de lo que han leído, como a tantos lectores les acontece, que se pasan la vida entera leyendo grandes obras, pero no toman en cuenta más que las insignificancias ; como a tantos les ocurre también que toda la vida se ocupan en cultivar su espíriitu para ser poetas selectos, y pasan al lado de la poesía viva, hermosa, palpitante, y no se enteran y se la lleva otro. (Aplausos.) 

Digo que todos estos adversarios nuestros, más o menos nos unidos, tienen el propósito común de combatirnos para destruirnos. 

Y ese espíritu más o menos fascista que en el grupo del joven fascismo español se inicia, está infiltrado también en ese cartel de derechas que forman una candidatura, y especialmente en el grupo agrario, que acaudilla o, por lo menos, representa en los actos de mayor estruendo el Sr. Gil Robles. 

Quizá estos fascistas larvados puedan decirnos que ellos no combaten al Socialismo, sino a nosotros; pero hay signos que delatan claramente las inclinaciones fascistas, el horror a la democracia verdad y al Parlamento, que es su expresión. A la democracia verdad digo, porque hay que tener buen cuidado y distinguir los demócratas de los demagogos. Vosotros habréis oído muchas veces a hombres dogmáticos decir: «Somos demócratas, y vamos al pueblo, y creemos en el pueblo, y le queremos porque la voz del pueblo es la voz de Dios.» Y yo digo: Esos no son demócratas, son demagogos. ¿ A quién se le ocurre, si no, decir que el pueblo tiene voz divina y hay que interpretarla para gobernar? Aquí no hay nada divino, todo es humano. El pueblo puede equivocarse; pero el pueblo es el conjunto de las inteligencias y de las voluntades dispuestas a resolver los problemas que se le plantean, por grandes que sean, y que un espíritu individual, también por grande que sea, no los podría resolver". Si el pueblo comete errores, lo que hay que hacer no es combatirle y dominarle, sino ayudarle por la discusión y el razonamiento a que él mismo supere y venza sus propios errores. (Aplausos.) Demócratas de ese tipo falso que 

antes os indicaba, compatibles con todos los sistemas autoritarios, nosotros no los queremos. 

Entre los políticos que han formado el bloque de derechas contra el marxismo hay algunos que parecen haber recogido una inspiración fascista en uno de esos viajes de turismo político, que no enseñan nada genera mente, pero que dan a muchos la ilusión de que, por haberlos realizado, se han revestido ya de autoridad para dogmatizar de los ás graves problemas que presenta la vida social, económica y política contemporánea. 

El Sr. Gil Robles — no quiero creer que bajo la inspiración del Sr. García Valdecasas, sino bajo las influencias del espíritu hitleriano, recogidas en uno de esos viajes relámpagos a Alemania—-nos ha dicho: «Procuraremos someter al Parlamento, y si no, lo desharemos» ¡Lo desharemos! Claro está que esto no nos preocupa. Es de suponer que el nuevo Parlamento español tenga el sentimiento de su propio decoro que han sabido mantener las Cortes constituyentes. 

Hay que castigar a los obstruccionistas de las Constituyentes

Y tengo que decir que es lamentable que en la última etapa de las Cortes constituyentes, partidos que se proclaman genuinamente republicanos hayan seguido una conducta que los equipara a este espíritu del Sr. Gil Robles. 

Porque el uso de los medios reglamentarios es legítimo en toda corporación como en las Cortes; pero el abuso, hasta el extremo de causar la paralización completa de la vida de un organismo como las Cortes constituyentes, eso es moralmente ilegítimo

Yo digo que si, en el momento de las elecciones, los que han hecho tales cosas, los que han dañado grande¬ mente a la libertad, a la democracia y a las Cortes constituyentes de la República, no reciben una sanción, es signo de que hay todavía muchos elementos incapaces de comprender la más elemental verdad, y nuestro trabajo y esfuerzo tendrán que redoblarse para hacerles ver esa verdad ( Aplausos)

Camaradas: la contienda de la lucha electoral ante la cual estamos en este momento, en que se dice que la lucha es contra el marxismo, exige que declaremos que no hemos ¡hecho nunca distinciones entre Socialismo y marxismo, y que somos más marxistas que nunca.

Yo, compañeros — permitidme esta digresión de carácter personal—vine al Partido Socialista convencido precisamente por el marxismo • ahora, que no dije a nadie que era marxista al entrar, sino que era socialista simplemente; porque como yo tengo un concepto, que creo bastante exacto, de que es difícil dominar y conocer el marxismo, me parecía una arrogancia y una pedantería presenta me en ninguna parte diciendo: Yo soy marxista. La primera vez que hablé de marxismo fué después de la revolución rusa y del triunfo del bolchevismo. Unos cuantos jóvenes aprendieron algunos folletos de propaganda, especie de catecismo marxista, y dieron en emplear a todas horas la fraseología marxista sin gran discernimiento. Yo, ante aquel brote de marxismo tardío e ingenuo, dije : Perdonad, yo os lo tenía callado, pero soy marxista desde que soy socialista ; y desde entonces he defendido las teorías marxistas con constante interés y celo, sin creer que cometía un acto de soberbia ni tampoco que adoptaba una actitud heroica, procurando hacer frente a las objeciones de los adversarios y corregir las interpretaciones demasiado simplistas de la doctrina. (Aplausos.) 

Somos marxistas t aceptamos la lucha de clases

Porque nosotros, aprovecho este incidente para aclararlo, si no somos genios, tampoco somos héroes. Estamos en una época en que el entusiasmo político se encubría hasta el extremo de que, con frecuencia, los or dores gritan en las tribunas ofreciendo sus vidas. Nos¬ otros no la ofrecemos: la damos todos los días. Y es esta virtud de la constancia en el sacrificio por el bien público lo que nosotros no tenemos que acreditar, porque lo acre¬ dita toda nuestra historia. Pero, en fin, puestas así las 

cosas, nosotros tenemos que comparecer ante nuestros adversarios no solamente diciendo como ellos cuanto ofrecemos, sino exponiéndoles claramente cuál es nuestro emblema y cuál es nuestra bandera. Somos marxistas y somos hombres que aceptan genuinamente la lucha de clases. 

La barbarie del racismo

¿ Qué autoridad tienen para combatirnos a nosotros como hombres que defendemos la teoría de la lucha de clases los que están defendiendo la teoría de la lucha de razas? Los hombres que, como en el movimiento fascista alemán, con un sañudo espíritu de persecución, se hacen la guerra porque se creen superiores por ser rubios, y per¬ siguen a los morenos, o por ser arios persiguen a los semitas. ¿Es qué hay algo más bajo, más bárbaro que la lucha de razas? Pues estos hombres que inventan la lucha de razas y la practican, nos censuran a nosotros por¬ que reconocemos, porque no negamos hipócritamente la lucha de clases existente y queremos que el proletariado, exento de privilegios, ponga término a esa lucha, estableciendo un régimen de justicia y de igualdad. (Grandes aplausos.) 

El falso nacionalismo de los reaccionarios

Nosotros somos marxistas, y como marxistas somos internacionalistas. Grave defecto que nos atribuyen los jóvenes y viejos reaccionarios en nombre de un falso patriotismo. 

¿ Qué entienden ellos por internacionalismo? ¿ Es que creen que los hombres internacionalistas no amamos el país en que hemos nacido? Todo lo contrario. Los que aman el país en que han nacido son los que se colocan en esa actitud orgullosa de un cosmopolitismo aristocrático, tan característico de tantos españoles que han pasado la mayor parte de su vida en el. extranjero, presumiendo de indiferencia hacia su país y gastándose las rentas que con su sudor les proporcionaban los trabajadores de España, j Esos sí que no son patriotas! Serán todo lo espíritus superiores que quieran, y hablarán el inglés mejor que Mac Donald; pero cuando van al extranjero a hacer ostentación de sus méritos personales, tal vez renegando de su raza, ni son patriotas ni valientes, ni podrían resistir sin inmutarse la mirada serena y honrada de un internacionalista. (Aplausos.) 

El fascismo lleva a la guerra

Lo que nosotros combatimos es el nacionalismo agresivo, que aunque aquí ha empezado ahora a propagarse por ese brote tardío del fascismo a que antes aludía, es cosa que ha existido en Europa y en España desde hace mucho tiempo. 

Los fascistas españoles dicen: «Nosotros queremos que se desarrolle el carácter propio de nuestra personalidad nacional, desfigurado por la influencia del extranjero en España; nuestro espíritu es el de la contrarreforma.» Los nacionalistas alemanes dicen: «¡Ah!, nosotros queremos que se desarrolle la Alemania genuina que el intelectualisrno y el marxismo han detenido en su progresiva evolución.» Y la Alemania genuina es para los nazis la Alemania de la Reforma. Y ¿cómo va a haber medio de que las naciones convivan en un régimen de civilización, si cada una de ellas va definiéndose a sí de un modo antagónico y agresivo para las otras ? 

Ese es el patriotismo de los grandes hombres del fas¬ cismo español. La lucha de pueblos contra pueblos y, a ser posible, la lucha más encarnizada, la guerra religiosa. Eso no es nuestro nacionalismo, no. En ese sentido no somos nacionalistas Ni en el sentido de una política de egoísmos que no quiere ver las necesidades de los demás, tampoco. No es que nosotros seamos dogmáticos del libre¬ cambio; pero el preconizar la lucha económica de nuestra nación con otras naciones, eso, que en todas partes es una locura, lo consideramos en España una locura catastrófica y suicida. 

Nosotros somos marxistas y, como tales, pacifistas; y no por débiles, sino por fuertes, porque nosotros estamos dispuestos a¡todos los sacrificios, pero por la cultura y no por la barbarie, por la paz y n¡o por la guerra. (Grandes aplausos.) 

Somos marxistas y, por ello, revolucionarios

Y por último compañeros, nosotros, por ser marxistas, somos — dicho sea sin petulancia — revolucionarios. Lo cual no quiere decir que seamos sanguinarios. Ya se sabe que en todas las revoluciones ocurren episodios sangrientos; pero estos episodios son más característicos de las contrarrevoluciones que de las revoluciones, ya que las revoluciones son cada vez más humanas, más elevadas, más generosas para el adversario, progreso que ha coincidido, para honra suya, con la mayor participación directiva del proletariado en las revoluciones. 

Ya no bastan las conquistas inmediatas 

Pero hay que admitir que la revolución no puede quedar paralizada por las consecuencias ¡tristes y dolorosas que en algunos momentos pueda tener. Lo que importa es que definamos nuestro propio carácter revolucionario, que no consiste en otra cosa sino en que luchamos por transformar a fondo el régimen económico actual, empezando por socializar los medios de producción y cambio para que no sean manejados a s¡u antojo por el capital, que muchas veces no corresponde a la inteligencia y la moralidad, sino... (Grandes aplausos, que cortan al orador.) Y hay que decirles más, compañeros; hay que decirles: Hasta estos tiempos esta declaración de finalidad revolucionaria se ha hecho siempre en el Partido Socialista. Pero parecía que el momento de esta revolución era remoto, se perdía en un> horizonte lejano, y mientras tanto, llenos siempre de entusiasmo, Íbamos realizando la labor diaria que nos permitían las circunstancias para acercarnos continuamente al logro de nuestra finalidad. 

Hay que transformar el régimen capitalista

Pero hoy las cosas han cambiado en el mundo; han cambiado porque el capitalismo, que es el régimen dentro del cual Iba nacido el proletariado, dentro del cual por necesidad nosotros nos movemos, ha llegado a tal 'grado de desarrollo, que se nos han presentado situaciones que Marx no pudo prever, y que nosotros forzosamente tenemos que estudiar para tomar las medidas y adoptarlas normas de conducta más convenientes. 

Esa nueva situación a que aludo es la enorme tragedia que está causando la preocupación de todo el mundo y que consiste en el gran paro, en la gran falta de trabajo que lleva a masas de millones y millones de hombres en el mundo industrial a no encontrar colocación ni me¬ dios de subsistencia. 

Sabéis que las estadísticas valúan la cifra a que ha llegado el paro en el mundo en unos 30 millones de trabajadores. Esas masas de hombres sin recursos acusan la existencia de una enfermedad aguda de la vida social, a la cual es preciso hallar un remedio. ¿Cómo se remedian las crisis de trabajo y el paro forzoso? La economía marxista nos describe el mecanismo de la producción de las crisis industriales. En los momentos de prosperidad por abrirse nuevos mercados o por otras causas y haber abajo abundante, se llamaba a los trabajadores; pero la competencia haía que se produjese más de lo que podía absorber el mercado, y los precios entonces descendían, y los industriales cerraban las fábricas, y sobrevenía el paro obrero ; y los períodos de prosperidad y de paro al¬ ternaban de tal manera, que en los momentos más desesperados quedaba siempre, sin embargo, una especie de esperanza en que volviesen los tiempos de prosperidad. Pero hoy el paro tiene una característica: que es definitivo. Hoy el paro obedece a que la industria se ha perfeccionado, se ha racionalizado a costa del obrero, y la perfección hace que pueda pasarse la industria sin muchos de los brazos que antes ocupaba; y como no hay que pensar que se pueda volver a la técnica primitiva, para remediar esta crisis es indispensable pensar en transformar el régimen capitalista y sustituirle por un régimen de democracia económica. (Aplausos.) 

El socialismo en nuestros tiempos

Por eso, compañeros, ante el agobio de las circunstancias actuales, se ha producido en la masa un deseo vivo, intenso y noble de llegar a la realización del Socialismo revolucionario, y en algunos países, como en Inglaterra, este propósito se ha sintetizado en esta fórmula: «El Socialismo en nuestro tiempo.» 

Este movimiento trata de hacer compatible la revolución -con la conservación en todos sus momentos del máximo posible de elementos liberales y democráticos  pero no es mi propósito entrar en análisis, más propios de una conferencia que de un mitin, en que se trata de fijar nuestra actitud frente a la lucha electoral. 

Lo que yo creo ahora es que esa actitud debe ser la actitud general de todos los socialistas del mundo, es decir, que cabe considerar que la socialización de las principales industrias, la de los Bancos, la de la tierra, es una obra que hay que realizar lo más pronto posible para evitar los grandes males que están ocurriendo. 


Pero no hay que desatender los problemas inmediatos

Mas conviene que nos planteemos los problemas rea¬ les con toda su gravedad. 

Nosotros queremos comenzar la gran transformación social que nos proponemos realizar lo más pronto posible. Si pudiera ser, mañana mismo. Pero ¿si material¬ mente, incluso por no habernos formado aún1 una remo¬ ta idea de las dificultades técnicas que hay que vencer, no pudiera ser mañana mismo ? 

El paro es un peligro de fascismo 

En el proceso de esta grave enfermedad social por que estamos pasando hay que tender a la curación total, removiendo completamente las causas que la producen ; pero mientras eso se logra, no se pueden desatender los episodios graves de la dolencia, como este síntoma insoportable de paro obrero, inevitable también en nuestro país por la repercusión de la crisis mundial de la industria y de la agricultura. Si estos episodios de la enferme¬ dad fueran desatendidos correríamos graves peligros y aun pudiera quedársenos el enfermo entre las manos. 

Algo de eso ha ocurrido en Alemania. No creáis que allí los nacionalsocialistas, por un golpe de audacia, se han apoderado del Poder. Los nazis son menos audaces de lo que parece. El Poder se lo ha dado la desesperación de los obreros parados y la desorientación de las masas de la clase media, caída en el proletariado a consecuencia de crisis como la producida por la inflación monetaria, sin haberse aún redimido de la ideología de la burguesía, a la cual, durante toda su vida, han servido. 

Y para precavernos de estos peligros, ¿qué podemos hacer nosotros? 

Hay que reformar el socorro de paro

En primer lugar, completar nuestra legislación social, que, aunque progresiva, presenta una gran laguna en lo que se refiere al subsidio al paro. La subvención a las Sociedades que tienen ellas mismas establecido el subsidio es totalmente insuficiente, y en los momentos de agravación de la crisis, totalmente inoperante. El mismo sistema preconizado por el Instituto Nacional de Previsión, como fundado en el fomento del ahorro, virtud que los mismos economistas burgueses consideran incongruente con las actuales exigencias de la economía, ese mismo sistema de subsidio no puede considerarse satisfactorio. 

Pero además de esto urge acudir lo más rápidamente posible a reducir el número de obreros parados por un procedimiento que la experiencia de Gobierno de nuestros propios camaradas ya nos ha sugerido. Me refiero al establecimiento de un plan ordenado de reconstrucción nacional, imprescindible en un país como el nuestro, que, a pesar de los esfuerzos de los gobernantes socialistas, está aún por higienizar, no se halla dotado de suficientes instituciones educativas, carece de un plan completo de irrigación y de la producción y distribución racional de la fuerza motriz suficiente para provocar el desarrollo industrial imprescindible para la vida de una nación civilizada. 

Los socialistas somos la mayor garantía moral de la vida política

Para la realización de esos planes es imprescindible que en la vida pública se mantengan las instituciones democráticas, únicas que permiten a la opinión el control de la obra de los gobernantes, únicas que ofrecen garantías de la austeridad imprescindible en el desempeño de las funciones públicas y de cuyo mantenimiento debemos los socialistas constituirnos en celosos guardianes. 

Sí, porque los socialistas hemos sido y seguiremos siendo, a despecho de nuestros adversarios, la mayor garantía del mantenimiento de la moralidad en la vida política. 

Nuestros adversarios habrán de convencerse de que nuestra firmeza espiritual y moral es invencible. La nuestra, la espiritualidad de los «materialistas de la Historia», inspirados en las grandes ideas libertadoras de los intelectuales del siglo XVIII y en las grandes ideas emancipadoras de los socialistas del siglo XIX ; la nuestra, la espiritualidad de los socialistas que aspiramos en nuestro siglo a libertar a la Humanidad sometida a la esclavitud económica, para que las fuerzas del espíritu, hoy cohibidas, se expansionen y produzcan las grandes obras de la creación humana en una civilización fraternal, grande y fuerte. (Grandes aplausos. Vivas al orador y al Partido.) 



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