HISTORIA Y MEMORIA.

 

DISCURSO DE RECPECIÓN DEL ACADÉMICO DE NÚMERO


EXCMO SR.  LANDELINO LAVILLA ALSINA


SESIÓN DEL DÍA 12 DE DICIEMBRE DE 2006


MADRID


REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS


  HISTORIA Y MEMORIA

Raymond Arori' asumía un pensamiento común a Nietzsche y a Paul Valéry:

 "para las comunidades humanas, como para los individuos, el olvido no es menos esencial que la memoria" 

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Bajo la rúbrica "la memoria histórica" Iñigo Cavero, mi predecesor en la medalla de esta Academia, en su discurso de ingreso, evocó la desolación nacida de las enseñanzas de la historia de España, sobre todo en el siglo XIX, y acusada en inestabilidades políticas, crisis del orden de convivencia y aguda sensación de decadencia nacional. Con unas pinceladas bien seleccionadas ilustraba de modo expresivo nuestro pasado reciente concretado en recuerdos, nebulosos pero ya personales, del enfrentamiento trágico que supuso la guerra civil. 

En el contexto de su discurso y como trasunto de una experiencia vivida con intensidad y firmeza de convicciones, se percibe que Iñigo Cavero profesaba la creencia de que esa memoria generó en España el impulso político que orientó la forma de llevar a cabo la transición. 

Tomo ese cabo del discurso de Cavero, no porque lo dejara suelto, sino porque, aferrado a él y desde la paridad generacional y la comunidad de vivencias, me siento movido a desarrollar en trabazón lógica algunas reflexiones que rememoran en el presente el curso de una época en la que aquella inicial y alarmante percepción se trocó en confianza e ilusiones, primero, y en realidades, después: la convivencia pareció bien cimentada con firmes soportes populares y prometedores horizontes de progreso. 

"Pareció" he dicho recurriendo a un verbo y a un tiempo de la acción verbal con el propósito de alertar acerca de ciertos temores, dudas y recelos de que el último cuarto del siglo XX no tenga ya vigencia -que la tiene-, sino que sea cuestionado -aunque no debiera- como fruto sospechoso de circunstancias coyunturales que, al decir de algunos, impidieron revisar el pasado y, tal vez, describirlo con veracidad y aun hacerlo objeto de afanes justicieros.

Apenas adentrados en el siglo XXI, afloran explicaciones maniqueas de nuestra experiencia próxima y los españoles nos sentimos turbados por quienes, tal vez ajenos al riesgo, extienden -porque piensan, sin duda, que ha llegado la hora- sombras de insuficiencia, cuando no de frustración, respecto de la que, hasta hace bien poco, fue encomiada epopeya de los españoles, transición ejemplar y lección de madurez y buen sentido. 

Novelas, películas, ensayos y controversias de diversa inspiración y alcance desasosiegan a los españoles cual si, en pos de una necesaria recuperación de la memoria apelada "histórica", los hechos hubieran sido como según los deseos y ensoñaciones de unos u otros hubieran podido o debido ser. La transición, se ha dicho, operó sobre la memoria silenciosa y domesticada del pasado, fingiendo un olvido que no existía pero cuya apariencia resultaba tranquilizadora. 

La afirmación se funda en considerar que el olvido borra el pasado, siendo así que es una función selectiva, espontánea o no, de la memoria. Olvidar no es negar el pasado, si la voluntad presente se templa por la honesta y decantada evaluación de sus enseñanzas. 

En la transformación política española del último cuarto del siglo XX la memoria, el olvido, el perdón existieron y fueron discernidos con sabiduría por el pueblo español, hoy incitado a prescindir, cual si hubieran sido herramientas circunstanciales para pasar un trance y salvar un escollo, de las que son siempre -y lo fueron entonces- preciadas virtudes de la convivencia política. 

Nadie pidió a los españoles el olvido porque todos recordábamos a dónde nos conducían los enconos radicalizados. El olvido y el perdón, administrados por cada uno según su conciencia, fluyeron en y por la memoria individual y colectiva de hechos, de episodios, de recuerdos -"el acto de la memoria es el recuerdo", dice Gambra- acreditando la vigencia persuasiva y compartida de una superior cultura política y de una serenada conciencia social. La memoria no se perdió nunca, aunque se vedara su aprovechamiento oportunista y su irrupción errática en el presente. Todos los partidos decidieron que el objetivo prioritario era alcanzar la libertad y estabilizar la convivencia democrática, sabedores, naturalmente, de que los más nobles ideales que animan a los hombres -justicia, libertad, igualdad, convivencia- no son a menudo simultáneamente alcanzables y , por tanto, el triunfo de uno puede requerir la preterición, el apartamiento o la subordinación de otro, -y hasta su fracaso temporal o aparente- 

Max Weber advirtió acerca de la irracionalidad ética del mundo: si en ocasiones cabe y es obligada la lucha abierta contra ella, en otras, sin embargo, no queda más remedio que cerrar de una vez las heridas para poder seguir caminando. Agnes Heller, al ponderar las tensiones que todo "borrón y cuenta nueva" provoca sobre la conciencia moral de los individuos y de los pueblos, afirma que "elegir el diálogo o la justicia a ultranza es un conflicto moral, en primer término", y que "la historia y el sentido de justicia histórica incluyen no sólo el pasado sino el futuro", siendo la historia un entramado de continuidades y de rupturas. "Romper las escaladas de violencia y la espiral de agravios" puede ser responsabilidad individual y obligación colectiva en determinados momentos históricos -tal como también señaló Isaiah Berlin-, lo que supone una elección consciente "que implica el presente y el pasado con el futuro". Esa elección fue tomada por los españoles hace treinta años, con claridad y decisión y con beneficiosos resultados  (1)

NOTA

(1) Iglesias, Carmen, en La Transición democrática en España, (Ed. Herrero de Miñón, Fundación BBV y Fundacao Mario Soares), Bilbao, 1999, vol. 1,pp. 222 Y 223. , 

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