FERMÍN GALÁN, SU OBRA "LA NUEVA CREACIÓN "Y LA FRUSTRADA SUBLEVACIÓN DE JACA DEL 12 DE DICIEMBRE DE 1930
Fermín Galán y la frustrada sublevación de Jaca del 12 de diciembre de 1930.
Un dramático antecedente de la II República Española.
Juan Carlos Calderon
www.juancarloscalderon.es
“Nueva creación”. Su ideario ( página 35 a 44)
En “Nueva Creación”, publicado en 1930 plasma Galán sus ideas influidas por on, Kant, Locke, Rousseau, Hegel, Voltarie... (Losa- da:2011). Para los analistas del franquismo se trataba de lecturas disparatadas y arbitrarias (Comin:1953). En el libro, irreal y utópico pero coherente (de la Cierva:1970), trata sobre numerosas materias que conformarían un orden social en el que los instintos generales habrían de prevalecer sobre los individuales, morali- zando la vida social. Cabe discutir si el capitán Galán era anarquista, o comunista, de hecho se ha debatido sobre el particular.
Lo que parece claro es que “Nueva Creación” plantea una sociedad “muy similar a la de los anarquistas” (Losa-da:2011).
En honor a la verdad, diremos que la lectura de este texto se nos ha antojado, en bastantes pasajes, sumamente engorrosa.
Probablemente por haberlo abordado con ojos de inexperto en sociología y filosofía. Nos parece de añadidura una amalgama de utopías (y hasta de ocurrencias) frutos, además de la influencia de los autores señalados, de la inmadurez de un jovencísi- mo Galán. Entre sus páginas descuellan también algunas ideas claramente anticipadoras. Como no disponemos de excesivo espacio, nos limitaremos a referirnos a parte de ellas, muy de pasada. Se trata, simplemente, de tener algunos elementos de juicio para acercarnos a la mentalidad del líder de la sublevación de Jaca.
Nada espera el autor ni del capitalismo ni del socialismo; de este último afirma que, allá donde gobierna, “se ignora a sí mismo” y no acomete reformas. Tampoco aportan nada a la “nueva creación” Mar x ni Bakunin. Del nuevo orden social depende el futuro de un mundo en el que los políticos habrán de ser “esencialmente científicos”.
Le parece emocionante ver a Lenin proclamando el comunismo, aunque critica los horrores de la revolución rusa, que sólo sirvió para pasar “de la autocracia a la autocracia”. Sostiene que la mujer debe dejar de ser un ser inferior y que la familia es la célula vital de la sociedad. Que la religión, una vez se generalice la enseñanza científica, desaparecerá. Que hay que sustituir los ejércitos por milicias territoriales. Que el delincuente es un ser necesitado de cuidados y que deben desaparecer las cárceles. Llega a sostener que hay más delincuentes “en el campo de la legalidad que en el terreno considerado ilegal”. Califica a la pena de muerte como crimen: algo que no se compadece con el bando que dictó el 12 de diciembre, y que más adelante conoceremos.
En materia de política internacional avala la creación de unos Estados Unidos de Europa; contrasta esta tesis anticipato- ria con la pintoresca idea de que a los EE. UU. de Norteamérica hay que denominar- los “Yanquilandia”, salvo que ellos prefieran que se les llame de otro modo. Y proclama que, en general, América debe conocida como Colombia.
Postula que toda la riqueza ha de ser propiedad del Estado, que hay que suprimir la institución de la herencia. Que los ayuntamientos no tienen cabida en la “nueva creación”, debiendo ser sustituidos por comunas. Que deben ser suprimidas las jefaturas de los estados. Que la ideología de los periódicos y revistas debe venir marcada por “el pleno del sindicato”...
Lo que parece claro es que “Nueva Creación” plantea una sociedad “muy similar a la de los anarquistas” (Losada:2011)..
No nos extendemos más, creemos que con estas muestras puede el lector intuir los pensamientos del capitán. Más adelante tendremos ocasión de ver sus tendencias, ya a través de documentos publicados como el bando de Jaca, o inéditos, como algunos decretos que tenía pergeñados para aplicarlos si hubiese triunfado la revolución.
La sublevación
Sobre las cinco de la mañana empezaron los movimientos. Se despertó a los soldados, a quienes en algunos casos se dijo que se había proclamado la República en España. Se detuvo a los jefes militares que no se sumaron a la rebelión y, con el apoyo de algunos destacados civiles, como Antonio Beltrán, “El Esquinazau”, o de Alfonso Rodríguez, la revolución se puso en marcha. Sorprendentemente, en algunas publicaciones se ha afirmado que el golpe fue incruento, algo rotundamente falso: en Jaca murieron en sendas refriegas el sargento de la Guardia Civil y dos carabineros. En seguida nos referiremos a los enfrentamientos posteriores.
A lo largo de la mañana se va organizando la fuerza que debe dirigirse a Huesca. Pero el proceso es sumamente lento. La requisa de camiones es compleja: unos de niegan a entregarlos, otros ruegan que no se los quiten, por serles necesarios. Entre tanto, se depone a la Corporación jacetana y se nombra una nueva, de signo republicano presidida Pío Díaz Pradas, que ya en la República, y a pesar de haber declarado en el juicio por la sublevación que él asumió la alcaldía obligado por García Hernández, fue nombrado alcalde honorario de todos los pueblos de España. Se proclama la República y se promulga el célebre bando de Galán, que es leído por Alfonso, el relojero:
“Como Delegado del Comité Revolucionario Nacional a todos los habitantes de esta Ciudad y Demarcación hago saber:
Artículo único: Todo aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente será fusilado sin formación de causa.
Dado en Jaca a 12 de Diciembre de 1930. Fermín Galán
Bando muy en la línea del promulgado horas después en Ayerbe, en el que se amenazaba con el fusilamiento a quien no se alistara en el plazo de 2 horas (Aspíroz y Elboj:1984). Gómez (2005) explica que el tremendismo del bando se debió a la necesidad de “contener posibles espíritus inquietos y evitar enfrentamientos innecesarios”. El propio Galán, en el juicio sumarísimo del día 14, afirmó que detuvo a personas respetables y algunas muy queridas, para que no obstaculizaran la sublevación, y que precisamente para evitar obstáculos a la misma promulgó el bando. No se fusiló a nadie ni en Jaca ni en Ayerbe. De hecho, “fuera de las dolorosas muertes (...) y del natural desorden (...) no hubo en la ciudad grandes violencias ni mucho menos nada que pueda caer bajo el dictado del comunismo” (El Pirineo Aragónes, 14-2-1931). Opinión que contrasta en su tono con el que el mismo rotativo sostiene el 28 de diciembre: “no ha vuelto, ni volverá en mucho tiempo, la paz a nuestros espíritus. ¡Maldita la hora en que cuatro desgraciados han sabido crear el abatimiento y la desolación! (...)”.
Cuando consiguen emprender la marcha, salen dos columnas: una, motorizada, con Fermín Galán al mando. La otra, en tren, encomendada al también capitán Sediles. Esta última tuvo que completar el camino hasta Ayerbe a pie, pues las fuerzas leales habían levantado las vías. La organización, por lo demás, era muy defectuosa: Galán no disponía de un plan concreto para Jaca, y hay quien opina que su experiencia castrense africana no daba de sí para la empresa del momento. El problema logístico fue grave. Los soldados estaban mal alimentados, poco descansa- dos y ateridos de frío. Los camiones, cargados en exceso, se averiaban. De modo que, al final, lo que fue calificado como “una aventura que roza la leyenda” (Lobera:2005), desde el punto de vista estrictamente militar merece una valoración poco épica: “Galán fue un chapucero como conspirador y en la dirección de la sublevación”, sostiene el catedrático de Historia Contemporánea Carmelo Moreno (Lobera:2005).
Tras unas horas en Ayerbe se reanuda la marcha. Se produjo un enfrentamiento con víctimas entre las fuerzas leales, entre ellas el gobernador militar de Huesca, general Las Heras (que resultó muerto a los pocos días como consecuencia de las heridas, aunque estas no fueron de gravedad en un episodio discutidísimo que no podemos abordar por falta de espacio. En las cercanías de Huesca aguardaban las tropas gubernamentales y Galán envió a parlamentar a los capitanes Salinas y García Hernández en un auto conducido por “El Esquinazau”: se trataba de comprobar si la fuerza de la guarnición oscense se había sumado a la sublevación. Inmediatamente fueron todos detenidos, algo que originó una polémica rebatida por el auditor de guerra del juicio sumarísimo posterior: la bandera blanca no ampara a los subleva- dos, máxime cuando el parlamento tenía como objeto “extender el foco rebelde” (Casado:1935). Poco después la artillería abrió fuego y, finalmente, las tropas sublevadas hubieron de retirarse. A Galán lo obligan otros oficiales a subir a un coche, con el que se disponen a huir a Francia, pero este se resiste y decide entregarse a la autoridad civil: lo hace en el pueblo de Biscarrués, dispuesto a asumir su responsabilidad y a exonerar de ella a sus compañeros. Contaba, además, con la benevolencia que había anunciado el capitán general de Aragón en unas octavillas que se arrojaron sobre los sublevados.
A las causas del fracaso militar que ya hemos anticipado, se añaden otras: la obstinación insubordinada de Galán frente al Comité Revolucionario, sublevándose por decisión propia (Gascón), algo que debemos quizá entroncar en la desconfianza mutua entre el militar y el Comité. Aspíroz y Elboj (1984) hablan de heterogeneidad ideológica, de recelos entre republicanos y socialistas y de disensiones entre los propios socialistas.
Antes de abordar la conclusión de la jornada revolucionaria en Huesca, ante el consejo de guerra que juzgó sumarísimamente a los sublevados, dedicaremos unas breves líneas a unos decretos que tenía preparados Galán para aplicar tras el triunfo de la insurrección. De aquellos se desprende que sus proyectos iban más allá de cumplir con su misión militar revolucionaria (Mola:1940). Además de ordenar, entre otras cuestiones, una amnistía general, o de crear el Diario Oficial de la Revolución y de aplicar algunas de sus ideas que antes conocimos, redacta el siguiente borrador de decreto:
“Vengo en disponer:
Artículo I. Quedan concentrados en mi autoridad todos (los poderes del Estado hasta) de la revolución (fusionándose en mi persona los mandos de jefe).” (Mola:1940).
Asimismo, en un manifiesto que firmaba como “vuestro comandante en jefe”, disponía que habría que invitar a oficiales y soldados del bando gubernamental a que se sumasen a la revolución y que los que se opusieran serían aplastados “de modo absolutamente terminante.” (Gómez:2005). Aquí se percibe que Galán rebasaba con creces la sutil diferencia entre fuerza y poder. A la vista de todo esto parece procedente plantearnos unas preguntas: aceptarían los oficiales de mayor graduación, y por supuesto el generalato, que un capitán de treinta años fuese comandante en jefe de los Ejércitos? ¿Aceptaría ese mando el Comité Revolucionario?
El final
Parece incontestable que el pronuncia-miento de Galán y quienes le secundaron entraba de lleno en el tipo de rebelión del Código de Justicia Militar, algo que el propio Galán reconoció al tribunal que lo juzgaba, ante el que manifestó que conocía perfectamente el citado código y que le correspondería la última pena (Guzmán:1973; Gómez:2005). Empero, se ha criticado la actuación del consejo de guerra: su carácter exprés, su dudoso proceder, las presiones recibidas... De hecho, tras el advenimiento de la República el Consejo de Ministros dispuso que se investigaran las posibles irregularidades cometidas por el Gobierno de Berenguer y por los componentes del tribunal militar constituido en Huesca. Todo se sustanció ante el Tribunal Supremo que, en mayo de 1935, absolvió a todos los encausados. El auditor de guerra José Casado, en su intervención ante el alto tribunal, tan vehemente y algo teatralizada como documentada jurídicamente, y no sin reconocer el valor como soldados de Galán y García Hernández, “que supieron morir como valientes”, hace notar que murieron otras diez personas (guardias civiles, carabineros y soldados), algo que se tendía a olvidar; que no hubo ninguna coacción a los componentes del tribunal, y que no quedaba sino condenar por el alzamiento en armas conforme al Código. Aclaró que a García Hernández no se le condenó por llevar mando en la columna rebelde, sino por ser capitán de compañía con mando de hecho y de derecho . Según el auditor, “parece como si los rebeldes hubieran estado examinando el Código a fin de caer en él por todas partes y para que nunca ni por nadie se pudiera poner en duda que el delito de rebelión militar había existido” (Casado:1935).
Se dictaron, en fin, dos sentencias de muerte, para Galán y García Hernández, y 4 de prisión perpetua: para el capitán Salinas y para otros tres oficiales (dos tenientes y un alférezCuando se notificó la sentencia a Galán manifestó que era la firma que con más gusto estampaba, que estaba convencido de que la República era el mejor régimen para España y que esperaba que su sacrificio no fuera inútil.
Si polémicos fueron el proceso y la sentencia, no menos lo fueron las circunstancias que concurrieron en la ejecución. Hay que tener presente el carácter sumarísimo del juicio, dada la naturaleza de los delitos cometidos para entender que la vista durase no más de tres cuartos de hora y que a las dos de la tarde de ese día el pelotón de ejecución pusiese fin a la vida de los condenados, que, según los testimonios, fue entregada gallardamente, algo indiscutido. Pero ocurrió que el juicio se celebró en domingo, y se rompió la tradición de no ajusticiar a los reos ese día. Y, sobre todo, las opiniones de entonces, y las de ahora, no son demasiado favorables al Gobierno y al rey por no haber acordado la conmutación de la pena. La opinión publicada, con carácter mayoritario, critica que bien activamente, bien por omisión, se favoreciese la ejecución de los reos. Otros sostienen que el Gobierno no intervino en ningún sentido (Tuñón:1976; Guzmán:1973; Mola:1940). Notablemente discrepante es la visión de Seco Serrano, que sostiene que los fusilamientos se produjeron contra la voluntad del rey (2006) y que este hizo todo lo posible para salvarlos, pero se impuso el fuero militar (1979).
Héroes y mártires. El mito necesario
Si hay algo en lo que los autores coinciden de manera casi unánime es en que el fusilamiento de los dos capitanes fue un mayúsculo error del Régimen, de tal modo que la derrota militar se transformó, por obra y gracia de la sangre derramada, en un triunfo moral de los republicanos que, aunque no coincidieran en exceso con las ideas de Galán, supieron rentabilizar la gallarda muerte de los jóvenes sublevados. Sin embargo, no todos los republicanos veían los hechos y la actitud de Galán bajo la misma óptica. Ya nos hemos referido a la desconfianza mutua entre el capitán y, al menos, buena parte del Comité Revolucionario. Buena prueba de ello es la opinión de Miguel Maura, que sostenía que aquel “entró por la puerta roja de los mártires cuando, en realidad, sólo censura merecía, por su insubordinación, por su ligereza (...)” (Aspíroz y Elboj:1984). De otra parte, los filoanarquistas, que contaban con el periódico La Tierra. Economía. Agricultura. Política, quieren a los mártires para su causa, y sostienen que los hombres de Jaca y Cuatro Vientos fueron traicionados y utilizados por los gobernantes republicanos (Losada:2006). La extrema izquierda se consideró la única heredera política de los mártires, y defendían que el mejor homenaje que se les podía hacer era difundir su pensamiento (Losada:2011).
Se viene afirmando también, y esto ya de manera menos pacífica, que el episodio de Jaca fue causa eficiente del advenimiento de la República. Tesis discutida por algunos, que sostienen que esto sólo fue posible gracias a las urnas. Esta cuestión dio lugar a un episodio que costó la dimisión del ministro de Justicia Ramón Álvarez Valdés. En medio de un debate sobre una ley de amnistía, el ministro deploró los intentos de conseguir el poder mediante el uso de la fuerza (hablaba de la Sanjurjada, de 1932, y de Casas Viejas). Entonces, el socialista Indalecio Prieto exigió al ministro que manifestara si también repudiaba a Galán y a García Hernández. Y como Álvarez Valdés sostuvo que la República fue consecuencia de las urnas, y no aprobaba la sublevación de los capitanes, el escándalo político fue mayúsculo, hasta tal punto que el ministro presentó su dimisión.
Sea como fuere, el mito se había creado. Y aunque a medida que avanzaba el Régimen del 31 fueron perdiendo intensidad, los actos de homenaje y recompensa fueron numerosísimos y en ellos tuvo amplia cabida la propaganda política. Los ayuntamientos republicanos dedicaron a sus héroes calles y plazas. Se erigieron monumentos (destruidos tras el alzamiento de 1936 como el de Ceuta). Se convocaron actos de homenaje que llenaban locales, como el que tuvo lugar con motivo del primer aniversario del fusilamiento en el teatro María Guerrero, de Madrid. También alguna que otra misa, visitas a las tumbas (y también profanaciones)... Se reeditaron las obras de Galán, y apareció numerosa producción literaria sobre los sucesos de Jaca y sus héroes, incluyendo himnos, canciones y poemas; aún siguen apareciendo obras de carácter historiográfico y también se han dado a la estampa varias novelas. Se rodó una película y se estrenó una obra de teatro, “Fermín Galán”, de Rafael Alberti. Ésta fue muy polémica porque Alberti tuvo la “peregrina idea”, como él mismo confesó (Monleón:1978), de convertir a la Virgen María en adalid republicana, armada con fusil con bayoneta calada y de presentar a un clérigo borracho (el cardenal Segura): se formó tal bronca que hubieron de bajar el telón cortafuegos de acero para impedir que los asistentes (monárquicos y republicanos, cada cual con sus motivos) agredieran a los protagonistas, uno de los cuales era la celebérrima Margarita Xirgu.
La República compensó económicamente a los herederos de los capitanes con pensiones vitalicias no sujetas a descuentos; se decretó también el abono de la totalidad de los haberes y que a tal efecto prosiguieran como si estuvieran vivos los ascensos en el escalafón de Fermín Galán y Ángel García Hernández. Sus familiares recibieron también el importe de varias suscripciones populares. Hasta algún caso de picaresca se dio, que acabó con la detención de alguna postulante. Incluso se legisló la modificación de la inscripción de la defunción de los capitanes para que constara “muerto gloriosamente por la República”.
Se proyectó trasladar los restos de los capitanes a Madrid. Aunque se empezó a hablar de la cuestión hacia 1931, no fue hasta 1934 cuando se decidió hacerlo, y se fijó como fecha el 15 de septiembre. Descansarían en la Plaza de la República frente a la inmensa construcción que hoy conocemos como “ que entonces estaban en obras. Entre tanto esas tumbas estuvieran dispuestas, se habilitaría una cripta bajo los arcos de la Puerta de Alcalá. Pero ocurrió que el Gobierno conoció la preparatoria de actos antigubernamentales e incluso revolucionarios con motivo de la efeméride: las masas asaltarían los centros oficiales y se apoderarían del Gobierno (Gil Robles:1968, Losada:2006), de modo que se suspendió el traslado, y los restos permanecen en Huesca.
Y Jaca se convirtió en “cuna de la II República”. Hubo hasta peregrinaciones a la localidad. El nombre de Jaca, asociado a los de Galán y García Hernández, era “etiqueta de calidad”, y ser de esa localidad abría muchas puertas (Aspíroz y Elboj:1984).
El mito estaba construido, sirvió a sus fines y aun permanece avivado por ambientes republicanos que lo difunden y alientan
Conclusión
Tras haber estudiado la intentona golpista de Jaca y a su líder, Fermín Galán, parece oportuno deslindar tres aspectos: el militar, el político y el humano. Respecto del primero, no cabe duda del fracaso del alzamiento, cuyas razones hemos expuesto. En cuanto al segundo, pudiéramos llegar a pensar que la explotación del mito supone una utilización interesada del sacrificio de Galán y García Hernández, si es que tomamos como razonable premisa que ni las ideas ni el proceder de Galán eran del total agrado del Comité Revolucionario. Es decir, que cabría pensar que los capitanes se convirtieron en objetos para un fin. Y por fin, la faceta humana: Fermín Galán, a pesar de aparecer siempre asociado a García Hernández, eclipsa a este y a todos los participantes en la sangrienta jornada. Sus virtudes castrenses, su afán de superación, su arrojo y valor personal, quedan por fuerza asociados a unas ideas extremistas y delicuescentes, a un afán personal que no se correspondía con su rango. Todo esto, sin duda, sin perjuicio de la gallardía con la que afrontó su
Podríamos preguntarnos, en un ejercicio por fuerza ucrónico y por lo tanto tan vano y arriesgado intelectualmente como estimulante, qué habría ocurrido si Galán hubiese triunfado y el foco revolucionario se hubiese extendido hasta acabar con la monarquía Alfonsina: ¿qué lugar le hubiese correspondido en el nuevo régimen, qué ideas exigiría que lo informaran, cuánto tardaría el aflorar una vez más su espíritu rebelde?
Hoy, muchos recuerdan a los llamados mártires de Jaca y añoran y persiguen la vuelta al régimen republicano. Y aquí caben otras preguntas: ¿tiene algo que ver la España actual con la que dolía a Galán? ¿Tiene algo que ver el nivel democrático actual con el de la idealizada II República? Por nuestra parte haremos referencia a un testimonio obtenido sin ser buscado mientras revisábamos la hemeroteca. Lo encontramos en una entrevista que el semanario Blanco y Negro realizó al catedrático Jesús Prados Arrarte, uno de los civiles sublevados en Jaca junto con Fermín Galán, y que publicaron el 30 de octubre de 1976, casi cinco décadas después. Confiesa ser republicano y juzga que “democracia o dictadura, capitalismo o comunismo (...) tienen más importancia que tal o cual forma de gobierno (...) Ahora (...) elegir un presidente de la República traería graves complicaciones (...) El lema de los españoles debe ser la reconciliación de verdad”
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