EL RADIOFONISTA QUEIPO DE LLANO
EL RADIOFONISTA QUEIPO DE LLANO.
Sevillanas (I) – El radiofonista Queipo de Llano
Escrito por Carlos Zúmer
La tumba de la discordia es muy modesta. Apenas ocupa una de las esquinas de una iglesia también pequeña, aunque de tronío, La Basílica de la Macarena, que se enseñorea del barrio del mismo nombre en la ciudad de Sevilla. Dentro de este templo descansan los restos de un militar español, una figura controvertida pero de relevancia indiscutible durante el siglo XX. En la capital de Andalucía se le conoce solamente como Queipo, el de la radio, aunque su nombre completo es Gonzalo Queipo de Llano y Sierra.
“Y mañana tomaremos Utrera, así que vayan sacando las mujeres los mantones de luto…”
Cuando estalla el golpe Queipo está en Huelva a la expectativa. Le comunican que el alzamiento ha empezado en Melilla y escenifica rechazo. Espera a la madrugada para deslizarse hasta Sevilla y cuando llega a la capital se atrinchera en el Hotel Simón, donde El Arenal. Las fuerzas que se le unen allí no son en absoluto las prometidas: sólo quince falangistas se ponen al servicio de Queipo en la mañana del 18 de julio. Sin embargo el militar vallisoletano, simple Inspector de Carabineros, consigue acaudillarse de la 2º División sin apenas oposición. Con el instinto pendenciero que le caracteriza se presenta en el cuartel con una comitiva suicidamente pequeña y reduce sin más al personal a su voluntad.
“Sevilla está con el golpe, miren ustedes”
Ni un tiro ni un forcejeo. Todos saben quién es él. El regimiento se une a la causa con el simple convencimiento de que los suyos son los de uniforme, no los de Madrid, y de que la República se estaba yendo a tomar por saco desde la victoria del Frente Popular. Queipo no escatima peligros y se juega el bigote por el triunfo del levantamiento en Sevilla, plaza mayor del sur y ciudad obrerista por antonomasia. Lleva a cabo poco menos que una chapuza llena de arrojo, una acción planeada pero hecha con gran imprudencia e improvisación. Al caer la noche los cañones zumban en Triana, Macarena o San Julián, se forman barricadas en todos los barrios que están con la República. La Sevilla roja se agita pero Queipo aplasta la resistencia sin misericordia, con fuerzas modestas pero crecientes según va sumando efectivos. El avance nacional es imparable. Esa misma noche el general vallisoletano protagonizaría la primera de sus arengas al micrófono de Unión Radio Sevilla:
“¡A las armas! La Patria está en peligro y para salvarla (…) unos cuantos generales hemos asumido la responsabilidad de ponernos en frente de un movimiento salvador que triunfa por todas partes. Tropas del Tercio y Regulares se encuentra ya camino de Sevilla, y en cuanto lleguen, esos alborotadores serán cazados como alimañas. ¡Viva España!”
Un personaje ambiguo
Lo curioso es que Queipo pintaba en Sevilla lo mismo que Pepe Botella en Madrid. En palabras del propio militar le habían “largado el mochuelo” de Sevilla a él, un hombre nacido en Tordesillas y de familia más pucelana que Miguel Delibes. Y sin embargo aceptó sin apenas reservas porque siempre había sido un hombre de acción, un militar dado al ruido de asonadas y cuarteles. A saber: ascendido a general de brigada tras la Guerra del Riff pero pasado a la reserva en 1928 por la dictadura de Primo de Rivera, con quien se llevaba poco menos que a matar; tildado de “indisciplinado, díscolo y difícil de ser mandado” por la Junta Clasificadora del Ejército tras un sinfín de desencuentros con los mandos; protagonista principal del golpe pro-republicano de Cuatro Vientos en 1930, con el fracaso y el exilio como resultados; retornado y ascendido tras abril de 1931 a Capitán General de Madrid, con todos los honores de Estado; consuegro de oro de Alcalá-Zamora y representante ilustre del clientelismo que caracteriza al estamento militar durante la Segunda República; y apartado de la capital en 1933, largado como Inspector de Carabineros al ser acusado de injerencias políticas y de nepotismo.
Sólo un personaje como él podía asumir la empresa de Sevilla. Queipo vivía a la contra, siempre encarado contra el régimen de turno. A su carácter pendenciero se unía su gran ambigüedad, de natural conspirativa, no digamos en su ideología. Gibson lo tacha de “ex republicano energúmeno” y Fernández Coppel como alguien de “disciplina personalista, no institucional”. Las más de las veces Queipo se autodenomina republicano pero sorprende hasta qué punto el personaje se resiste a la etiquetación si revisamos su trayectoria: en 1923 abraza abiertamente el golpe de Primo de Rivera pero desde 1926 se enemista mortalmente con esta dictadura; a su fin reniega de Alfonso XIII pero en 1950 escribe a Franco declarándose “fervientemente monárquico”; y en el 31 se declara felicísimo con la República pero en el 36 participa activamente para tejer el golpe que la derribaría. ¿Cuáles son las lealtades de Queipo, si no a sí mismo y a su lucha, cualquiera que fuera? Algo que sí parece seguro es, parafraseando a Antonio Burgos, que Queipo fue el primer anti-franquista. Si su estrella se apaga en 1939 es precisamente porque el “Virrey de Andalucía” incomodaba sobremanera a un Franco que buscaba asentar su poder una vez finalizada la guerra. Contra Paca la Culona, que así llamaría Queipo a Franco en privado y a veces también en público —que la boca siempre le perdió—, el militar pucelano no especularía adjetivos. Verbigracia:
«Conociendo a Franco, conociendo su carencia, su bajura moral (…) Muchos problemas sufrimos como consecuencia de decisiones absurdas del Generalísimo, que pusieron en gravísimo riesgo el resultado de la guerra. Gracias sean dadas a la Divina Providencia, que veló por nosotros como en tantas otras circunstancias»
Queipo hizo su guerra, particularísima, desde Sevilla y desde Andalucía. A partir de aquel 18 de julio se vuelve gran protagonista de la contienda prendida desde la capital andaluza y desde otros lugares de España. Sus acciones serían realmente singulares y determinantes.
Las mañas de Queipo
Lo curioso es que cuando Queipo de Llano llega a Sevilla todo el mundo piensa que está de parte de la República, porque todo el mundo lo sabe republicano. Marcha con la Segunda a la zaga y la ciudad suspira aliviada pensando que se ha puesto al mando para templar el golpe. Pero nada más lejos de la realidad: Queipo lleva meses conspirando y su misión en Sevilla es clara al frente de los nacionales. Este espejismo, mitad queriendo mitad sin querer, le hará ganar buenas cantidades de tiempo y de factor sorpresa. La segunda argucia de Queipo es realmente imaginativa: cuando llegan los Regulares de África, factor fundamental de la victoria rebelde, el general comprueba que de momento son bastante pocos. Están llegando por Cádiz pero están llegando lentamente. Como no son muchos Queipo los sube a varios camiones y los pone a dar vueltas sin parar por toda la ciudad, para que todo el mundo piense que son legión. Es el milagro de los panes y los peces para amedrentar a la resistencia, o lo que en Sevilla se suele mentar como “los moros de Queipo”.
La tercera argucia es la mejor, la más determinante de todas: advertido del efecto incendiario que tuvo la toma de Radio Sevilla por parte de fuerzas obreras y sindicales al inicio del golpe, esa misma noche los nacionales arrebatan el micrófono de manos enemigas y se agencian el principal arma propagandística de la ciudad. Las arengas de Queipo serán, desde entonces, fuerza impulsora fundamental para la toma de toda Andalucía por parte de las fuerzas sublevadas y uno de los ejemplos más singulares de propaganda política y radiofónica del siglo XX, a la altura, en incidencia local, de los discursos de Churchill en la Londres bajo la aviación nazi. El personaje era propicio porque Queipo era un charlatán, un propagandista nato que se daba al encontronazo con la misma frecuencia con la que acababa perjudicado por sus propias palabras. Para el curso de la Guerra Civil su uso del discurso fue clave, a la postre una fuerza tan importante como su hábil gestión del factor militar. Se peleaba en la calle como se peleaba desde los medios de comunicación, al punto que Queipo haría del estudio de radio su mejor arma.
El radiofonista Queipo de Llano
El estudio de Radio Sevilla estaba justo en el mismo lugar donde está ahora: en la calle González Abreu número 6. Según documentaron los diarios locales de la época —La Unión, ABC de Sevilla y El Correo de Andalucía— todas las noches, más o menos a las diez y con unos veinte minutos de duración, Queipo de Llano lanzaba su arenga a la Sevilla en armas, primero, y a la Andalucía por conquistar, después, sin olvidar dar parte particular del curso de la guerra en el resto del país. La importancia estratégica que Queipo confiere a la radio queda clara cuando se constata que, ya desde el primer día de sublevación nacional, 18 de Julio, con media ciudad en armas y sólo el centro de la ciudad más o menos controlado, el general pucelano prioriza efectuar la primera de sus charlas radiofónicas. Lo haría ininterrumpidamente hasta el 1 de Febrero de 1938, después de casi seiscientas intervenciones sin interrupción.
Las charlas de Queipo eran personalísimas y no gozaban de gran preparación. El fin de las alocuciones era claro: empujar la guerra en el sentido deseado; presionar, amedrentar, enaltecer, informar de acuerdo a intereses, amenazar, espolear, ridiculizar… Todas las noches Queipo incendiaba las ondas sin escatimar golpes para todo el mundo. Las charlas eran bravuconas, violentas y burlonas, verdaderos alegatos de sangre y miedo:
“Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad (…) Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen. (…) Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad”.
Palabras como estas tuvieron gran responsabilidad en la tremenda represión llevada a cabo en Andalucía. El duro registro de Queipo fue de la mano de los métodos feroces que emplearon las fuerzas nacionales en su avance imparable por la región. Lo que el militar vallisoletano desplegó en sus discursos radiofónicos fue, verdaderamente, una auténtica política de terror. Le gustaba mezclar sus consignas con humor, un humor bastante avinagrado, lleno de caricaturas de sus adversarios, insultos, chistes de mal gusto… el mejor Queipo era mordaz y a la vez vulgar:
“En cuanto a la Junta delegada del Gobierno que se encontraba en Valencia, sin duda le ha parecido que en Valencia hace mucho calor, porque ha trasladado su residencia a Alicante. ¡No se altere Martínez Birria o Barrio, que no va usted a poder marcharse y le vamos a cortar la cabeza! ¡No sea usted primo y márchese de una vez, que está usted ahí haciendo el tonto, como en todas partes!”
A veces aparecía con ronquera y decía acortar la locución de esa noche. Otras veces adelantaba el parte al mediodía o a la tarde para comunicar noticias o consignas nuevas que por cualquier razón urgían. Sus intervenciones estaban precedidas casi siempre por un presentador que, al tiempo que daba distintas informaciones, creaba expectación anunciando el tiempo que restaba para que interviniera el que todos esperaban para bien o para mal: el general Queipo de Llano. A menudo el militar también se dedicaba a disolver bulos contra el bando nacional, supuestas mentiras y falsedades contra los sublevados. Era la política de información-desinformación de cualquier guerra abierta, en la que el general pucelano tampoco renunciaba a la sorna:
“Aquí también hay otra noticia terrorífica: [el diario Le Temps] dice que las milicias del Frente Popular han atacado a Sevilla, llegando hasta el centro de la ciudad, y que el general Queipo de Llano está cercado y próximo a rendirse. ¡Pobre general Queipo, los malos ratos que le van a dar!”
Sepulcro
El 1 de Febrero de 1938 Franco levanta a Queipo de la silla. Dos razones se anudan: por un lado el estilo incendiario del general al micrófono –y en todas partes- parecía no convenir a la imagen del régimen político que iba tomando forma; por otro, Queipo había acumulado mucho poder después de su hábil y exitosa conquista de Andalucía. La comunidad sureña se había convertido en un verdadero virreinato de los nacionales: ni daba cuentas a Franco de las cosas importantes que decidía ni gobernaba con arreglo estricto a lo que se dictaba desde Burgos. Y por si fuera poco, a la rivalidad política se sumaba una evidente antipatía personal. Se le destituyó de la Capitanía General de Andalucía y se le ascendió con honores al final de la guerra —aquello de la patada hacia arriba— pero todo el mundo sabía que Franco iba a hacer de Queipo una pieza de museo. La contienda había acabado “naturalmente” con Mola, Sanjurjo y Cabanellas, y apenas sólo quedaba un Queipo que era más que incómodo para Franco. Éste lo borró. Le hizo la cama, lo apartó de Sevilla y lo embarcó para Italia en supuesta misión militar. Luego volvería a España y sería condecorado y honrado en algunos actos —aquello del día de las alabanzas— pero la carrera del general estaba acabada.
Para el recuerdo quedaron los dos alegatos finales de Queipo de Llano. El primero el discurso pronunciado en Julio de 1939 en Sevilla, durante el tercer aniversario de la toma de la ciudad, donde se despachó a gusto contra Paca la Culona y su flamante nuevo régimen y donde tachó a Franco de ingrato con Andalucía. El segundo es la famosa carta dirigida a Franco en 1947, en la que le afea la política de su régimen y su España de falangistas y burócratas. Así que hasta el final de vida Queipo estuvo porfiando. Después le sobrevendría la muerte en Sevilla, su patria de adopción, en el cortijo de Camas que regentaba. Fue enterrado en la Basílica de la Macarena con grandes honores por ser hermano impulsor de aquel nuevo templo de la Hermandad. Mucho se ha discutido sobre esto y sobre la idoneidad de tener allí el sepulcro de un militar golpista y de historial represivo. De momento él sigue en la Basílica, impasible bajo los pies de cientos y cientos de curiosos que tratan de imaginar qué palabras hubiera dedicado el general, micrófono mediante, a todos aquellos que lo quieren fuera del templo y de la ciudad. La historia del radiofonista Queipo de Llano con la Macarena, su ciudad y la guerra no es más que otro de esos equilibrismos entre lo popular, lo político y lo religioso que son tan propios de Sevilla.
LA RADIO DE LOS MIL TIEMPOS
22/11/2012
07:08
Se le conoce como "el general de la radio", y sin duda fue la estrella de la propaganda radiofónica durante la Guerra Civil Española. Gonzalo Queipo de Llano hizo triunfar la sublevación en Sevilla el 18 de julio de 1936. Desde entonces, cada noche, a través de Unión Radio, infundía entusiasmo o pavor en su audiencia, según los casos. Fueron casi 600 charlas en 18 meses, que han pasado a la historia como ejemplo del uso de la radio como arma de guerra psicológica (22/11/12).
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