" EL CLIMA. NO TODA LA CULPA ES NUESTRA"


 El científico de Obama que minimiza la influencia humana sobre el clima.

Steven E. Koonin, ex subsecretario de Ciencia del expresidente de EEUU, carga en 'El clima. No todo es culpa nuestra' contra muchos de los mantras sobre el calentamiento global

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Todos deberíamos saber lo que dice La Ciencia. Así, con mayúsculas. La Ciencia, nos cuentan, es incuestionable. ¿Cuántas veces lo han oído? Los seres humanos ya hemos deteriorado el clima de la Tierra. Las temperaturas suben, el nivel del mar se eleva, el hielo se derrite. Olas de calor, borrascas, sequías, inundaciones e incendios forestales azotan el mundo cada vez con más saña. La causa de todo ello son las emisiones de gases de efecto invernadero y, si no se eliminan rápidamente mediante cambios radicales en la sociedad y sus sistemas energéticos, "La Ciencia" dice que la Tierra está condenada a desaparecer.

Vale, pero... no exactamente. Es verdad que el planeta se está calentando y que el ser humano ejerce sobre él una influencia de calentamiento. Y aun así, cambiando un poco las palabras de un personaje del clásico del cine de ciencia ficción La princesa prometida, no creo que "La Ciencia" diga lo que ustedes creen que dice. Por ejemplo, en la literatura científica y en los informes oficiales donde se resume y evalúa el estado actual de la ciencia del clima se dice claramente que en Estados Unidos no hay más olas de calor ahora que en 1900 y que las temperaturas máximas en Estados Unidos no han subido durante los últimos 50 años. Cuando señalo esto, casi nadie me cree. Hay quien abre mucho la boca para coger aire, otros se ponen como una furia.

Por ejemplo, en la literatura científica y en los informes oficiales donde se resume y evalúa el estado actual de la ciencia del clima se dice claramente que en Estados Unidos no hay más olas de calor ahora que en 1900 y que las temperaturas máximas en Estados Unidos no han subido durante los últimos 50 años. Cuando señalo esto, casi nadie me cree. Hay quien abre mucho la boca para coger aire, otros se ponen como una furia.

 Y seguramente estos hechos sobre el clima no son los únicos que nunca habían oído antes. He aquí otros tres que probablemente también les sorprendan; los he extraído directamente de investigaciones publicadas recientemente o de las últimas evaluaciones de la ciencia del clima difundidas por el Gobierno de EEUU y la ONU:

 El impacto económico del cambio climático causado por el hombre será mínimo al menos hasta que acabe el siglo 

•el ser humano no ha ejercido un impacto perceptible en los huracanes durante el último siglo 

• la capa de hielo de Groenlandia no está disminuyendo a más velocidad que hace 80 años; 

• el impacto económico del cambio climático causado por el hombre será mínimo al menos hasta que acabe el siglo. 

¿Y entonces qué está pasando aquí? 

Esta desconexión debe mucho al antiquísimo juego del teléfono averiado 

Cuando salgan de su sorpresa, si son como la mayoría de la gente, se preguntarán cómo es que se han sorprendido. ¿Por qué nunca habían oído nada de esto? ¿Cómo es que no cuadra con el relato —ya casi un mensaje viralizado— de que hemos deteriorado el clima y vamos directos a la perdición a menos que reformemos nuestros hábitos? 

Esta desconexión debe mucho al antiquísimo juego del teléfono averiado. En este caso, el mensaje se origina en la literatura científica, de donde pasa a los informes de evaluación y sus resúmenes antes de llegar, por último, a los medios de comunicación. Es un juego que propicia mucho la confusión, tanto accidental como intencionada, porque en él la información va pasando por sucesivos filtros antes de adoptar finalmente la forma en que es presentada a sus diversos públicos. Para casi todo el mundo, lo que sabe del clima procede casi exclusivamente de los medios; muy poca gente se lee los resúmenes de evaluaciones, y menos los propios informes y artículos de investigación. Y es natural: sus datos y análisis son casi ininteligibles si uno no es un experto, y su redacción tampoco es precisamente amena. El resultado es que la mayoría de la gente no se aclara del todo con este asunto.

Pero, por favor, que nadie se sienta mal. La opinión pública no es la única que está mal informada de lo que la ciencia dice sobre el clima: también los políticos tienen que basarse en una información que, antes de llegarles, ya ha pasado por varios rodillos. Y puesto que tampoco ellos suelen ser científicos —como no lo son otros actores de la política climática en los sectores público y privado—, corresponde a quienes sí lo son garantizar que quienes deciden políticas cruciales sin ser expertos puedan hacerse una idea fiel y exacta, completa y transparente de lo que se sabe (y lo que no) de los cambios en el clima, una idea no distorsionada por "la agenda política" o "el relato". Por desgracia, desenredar esta madeja no es tan fácil como parece. 

Vaya si lo sabré yo, que he trabajado en ello.

Mi trabajo anterior

Mi labor como científico consiste en averiguar hechos sobre cómo funciona el mundo valiéndome de mediciones y observaciones, y después comunicar claramente tanto la emoción del hallazgo como las implicaciones que puede tener el nuevo conocimiento. En mis primeros tiempos, me pareció fascinante trabajar con los modelos informáticos de alto rendimiento que utilizábamos para investigar fenómenos muy poco conocidos del núcleo del átomo (estos modelos también son importantes en la investigación de gran parte de la ciencia del clima). Pero a partir de 2004, esas mismas herramientas me sirvieron para investigar otro tema: el clima y sus repercusiones en las tecnologías energéticas. Y a esto me dediqué durante unos diez años, al principio como científico jefe de la compañía petrolera BP, donde mi cometido era impulsar las energías renovables, y más adelante como subsecretario de Ciencia del Departamento de Energía bajo la Administración de Obama, donde contribuí a dirigir la inversión pública en las áreas de tecnologías energéticas y ciencia del clima. Era un trabajo que me llenaba de satisfacción, estaba ayudando a definir y promover innovaciones encaminadas a la reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Esto último, el axioma universal de "la salvación del planeta". 

Pero luego llegaron las dudas. A finales de 2013, la Sociedad Estadounidense de Física [APS, American Physical Society], el colegio profesional de físicos del país, me pidió que dirigiera la nueva revisión de su declaración pública sobre el clima. Y así fue como, en enero de 2014, dirigí un panel de discusión científica con un objetivo definido: someter a "prueba de esfuerzo" el estado de la ciencia del clima. En lenguaje corriente, se trataba de analizar, contrastar y sintetizar el conocimiento que la humanidad ha acumulado sobre el pasado, el presente y el futuro del clima de la Tierra. 

Seis expertos en clima y seis físicos de primera línea, incluido yo mismo, dedicamos la jornada a examinar en detalle qué es lo que se sabe exactamente del sistema climático y cómo de fiables son las proyecciones que pueden hacerse del clima futuro. A fin de encauzar la discusión, durante los dos meses previos los físicos habíamos elaborado un documento marco basándonos en el informe de evaluación de la ONU que acababa de publicarse. En la discusión nos planteamos preguntas concretas y cruciales: ¿En qué aspectos son deficientes los datos o hay hipótesis poco fundamentadas, y qué importancia tiene? ¿Hasta qué punto son fiables los modelos que utilizamos para reproducir el pasado y hacer proyecciones del futuro? A muchos de quienes han leído su transcripción oficial les sorprende la insólita claridad con que el panel sacó a la luz las verdades y las dudas de la ciencia del momento.

Personalmente, yo no salí sorprendido del panel de la Sociedad Estadounidense de Física: salí conmocionado. Para mí fue constatar que la ciencia del clima estaba mucho menos avanzada de lo que yo creía. He aquí lo que descubrí entonces: 

• el ser humano ejerce una influencia creciente, aunque pequeña desde el punto de vista de la física, sobre el calentamiento climático. Las deficiencias de los datos climáticos empañan nuestra capacidad para distinguir en qué medida unos cambios naturales de los que sabemos poco han sido (o no) respuestas a la influencia humana; 

• los resultados de los numerosos modelos climáticos que se emplean no concuerdan entre sí ni con muchas observaciones de todo tipo, o incluso dicen todo lo contrario. A veces se aplican difusos "criterios de experto" para ajustar los resultados de estos modelos y maquillar sus deficiencias;

• los comunicados de prensa y los resúmenes oficiales del Gobierno y de la ONU no son fiel reflejo de los resultados de los informes originales. En el panel de discusión se llegó a un consenso sobre algunas grandes cuestiones, pero desde luego, no el consenso general que predican los medios de comunicación. A destacados expertos en clima (entre ellos, incluso, algún autor de los informes) les abochorna ver cómo se presentan algunas noticias de ciencia en los medios. Descubrirlo me dejó helado; 

• en consecuencia, la capacidad actual de la ciencia no es suficiente para poder hacer proyecciones válidas de cómo cambiará el clima en las próximas décadas, y mucho menos del efecto que nuestras acciones producirán en él. 

La capacidad actual de la ciencia no es suficiente para poder hacer proyecciones válidas de cómo cambiará el clima 

¿Cómo podía ser que estas deficiencias cardinales fueran una auténtica revelación para mí y para otros estudiosos? Como investigador, me pareció que la ciencia estaba defraudando a la sociedad al no decir claramente toda la verdad. Como ciudadano, me preocupaba la manipulación de la opinión pública y el debate político. Por estas razones, me decidí a denunciarlo públicamente, y empecé con un texto de 2.000 palabras que en septiembre de aquel año The Wall Street Journal publicó como su "Artículo del Sábado". Esbozaba en él algunas de las dudas de la ciencia del clima que siguen sin resolverse, advirtiendo que olvidarnos de ellas podría entorpecer el progreso en el conocimiento de los cambios en el clima e impedirnos responder a ellos adecuadamente: 

Los responsables políticos y la opinión pública seguramente desean recibir de la ciencia del clima la tranquilidad que proporciona la verdad, pero me temo que promulgar tajantemente que la ciencia del clima es «incuestionable» (o lo contrario, que es un «bulo») envilece y debilita la empresa científica, y frena su avance en estas cuestiones tan importantes. La duda es un potente motor de la ciencia y hay que mirarla de frente.

Ese artículo recibió miles de comentarios en internet, la inmensa mayoría de apoyo; pero mi franqueza al hablar del estado de la ciencia del clima no fue tan bien acogida, en cambio, por la comunidad científica. El catedrático de Ciencias de la Tierra de una universidad de prestigio me dijo en privado: "Coincido en casi todo lo que dices, pero no me atrevo a decirlo en público". 


Numerosos colegas, y algunos de ellos también amigos míos desde décadas atrás, se enfadaron mucho conmigo por exponer los problemas de "La Ciencia" y, como me dijo uno de ellos, "dar munición a los negacionistas". A otro le hubiera parecido bien leer mi artículo en alguna revista científica no muy conocida, pero me reprochó haberlo publicado en un periódico de tanta difusión. Y un eminente defensor de la idea de que "La Ciencia" ya está debidamente consolidada publicó una respuesta a mi artículo que empezaba por exigir a la Universidad de Nueva York que reconsiderara mi puesto, para seguidamente tergiversar gran parte de mis afirmaciones, pero acababa reconociendo, para mi desconcierto, que casi todas las dudas que yo apuntaba eran bien conocidas por los expertos, que muchas veces las discutían entre ellos. Cualquiera diría que yo, por haber puesto esas dudas en conocimiento público tan lisa y llanamente, había roto sin darme cuenta un código de honor y silencio como la omertá de la mafia. 

Los más de seis años de estudio transcurridos desde el panel de discusión de la Sociedad Estadounidense de Física me han dejado consternado, y cada vez más, por el rumbo que está tomando el debate público sobre el clima y la energía. El alarmismo climático ya domina la política estadounidense, sobre todo entre los demócratas —a los que, por otro lado, siempre me he sentido más cercano en cuestiones de política—. En las elecciones primarias a la Presidencia de 2020 vimos a los candidatos competir por ver quién era el más dramático en sus proclamas y todos hablaban, alejándose cada vez más de la ciencia, de "emergencia climática" y "crisis climática". Durante la campaña electoral, además, surgieron propuestas políticas cada vez más radicales, como el "New Deal Verde", que prometía "luchar contra el cambio climático" por medio de la intervención y ayudas del Estado. A nadie le extraña que el clima y la energía sean ahora grandes prioridades para la Administración de Biden, como tampoco sorprenden ni su nombramiento del exsecretario de Estado John Kerry como enviado especial para el Clima ni la propuesta de gastar casi 2 billones de dólares en la lucha contra esta "amenaza a la existencia de la humanidad".

 Las políticas deberían basarse en lo que la ciencia dice sobre los cambios en el clima 

No tengo opiniones fundadas sobre las virtudes fiscales o políticas de propuestas como el New Deal Verde porque soy físico, no economista; pero sé que las políticas deberían basarse en lo que la ciencia dice verdaderamente sobre los cambios en el clima. Tomar decisiones que suponen un gasto de miles de millones de dólares a fin de reducir la influencia humana en el clima es, en el fondo, una cuestión de valores: la tolerancia al riesgo, la equidad intergeneracional y geográfica, y un equilibrio entre el desarrollo económico y el impacto medioambiental con el coste, la disponibilidad y la eficiencia de la energía. Pero estas decisiones deben descansar en la clara distinción entre las verdades acreditadas por la ciencia y sus dudas. 


*Steven E. Koonin es científico y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU. Fue subsecretario de Ciencia durante la administración Obama y actualmente es profesor en la Universidad de Nueva York. Ha publicado unos doscientos trabajos sobre temas de física y astrofísica, computación científica, tecnología y política energética y ciencia del clima. Desde 2014 reclama una comunicación más rigurosa, completa y transparente sobre temas de clima y energía.



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