EL LIBERAL, 26 DE ABRIL DE 1931: " LAS DOS BANDERAS. UNA ES LA DE LA ESPAÑA ANTINACIONAL Y OTRA LA DEL PUEBLO OPRIMIDO Y VENCEDOR "
LAS DOS BANDERAS.
Una es la de España antinacional y otra la del pueblo oprimido y vencedor
La antigua enseña amarilla y encarnada [...] Para los republicanos del periodo heroico, para los inconformistas de no importa qué ideario, esa bandera significaba la secesión y el antiespañolismo

LAS DOS BANDERAS.
Una es la de España antinacional y otra la del pueblo oprimido y vencedor
Ya está decidido oficialmente que la bandera nacional sea la tricolor.
Esta cuestión, aparentemente nimia, se nos antoja a nosotros casi fundamental. La nueva España nacida el 14 de abril no podrá tener por en seña la vieja bandera roja y gualda ni dejar de erigir en símbolo suyo la bandera tricolor.
La antigua enseña amarilla y encarnada no ha representado—salvo el breve período de la primera República, que la conservó, cambiándole el escudo—más que el dominio extranjero de los monarcas austríacos o franceses. Ha sido un signo fatídico, a cuya sombra se han producido desastres, desmembramientos, rapiñas, crueldades. Ha sido estandarte fratricida más que vínculo de unión entre las diversas región« «panelas.
La España viva, laboriosa y liberal no ha reconocido nunca como la enseña patria a esta bandera, que se arrió lamentablemente en Cuba y Filipinas, que fué desgarrada y ensangrentada en el Barranco del Lobo y en Annual, en cuyo nombre se fuesiló a Rizal, a Ferrar, a Galán y a García Hernández; que se esgrimió como pendón de guerra contra Cataluña, y sirvió de edredón al lecho prostituido de Isabel II y de cubrepechos y taparrabos a las coristas que cantaban “La marcha de Cádiz” y “Las corsarias”
Para los republicanos del periodo heroico, para los inconformistas de no importa qué ideario, esa bandera significaba la secesión y el antiespañolismo. No la saludábamos jamás en loa desfiles militares; nos incitaba a la rebelión; nos hacía desesperar de la capacidad civil de nuestro pueblo.
En cambio, la bandera tricolor ha representado siempre un grito de esperanza y de rebeldía fecunda. Con ella en alto se lanzaron loa comuneros contra el flamenco usurpador que cercenó las libertad« públicas, transformó el viejo solar en colonia y saqueó el Tesoro español.
Durante muchos años éramos muy pocos los que nos agrupábamos en torno a la bandera tricolor. Pero en los momentos de conturbación popular, cuando para pedir pan o reclamar justicia, para protestar contra la inepcia y la concupiscencia de los gobernantes monárquicos se echaban a la calle las muchedumbres, era la bandera tricolor la que iba al frente de los manifestante y rara vez la bandera roja. La enseña tricolor tiene para los republicanos veteranos un hondo valor sentimental. Poco a poco fué creciendo el núcleo proletario y esperanzado que la escogía como símbolo, y en los últimos tiempos era ya toda España la que se enrolaba tras del glorioso pendón de los comuneros.
El día 14 de abril la nación entera izó to bandera tricolor. La lucían las honradas mujeres plebeyas o mesocráticas, se la prendían los hombres en sus vestiduras, ondeaba gallardamente al viento sobre los camiones cargados de proletarios, sobre los tranvías colmad«, sobre los automóvil« ocupad« por burgueses. Los trabajadores de la posta la plantaron en una de las ventanas del palacio de Comunicaciónes, y esa fué la señal para que Madrid entero se decidiera recobrar su soberanía contra el rey apátrida y felón. Poco después la enseña tricolor ondeaba en el ministerio de la Gobernación, tomado ya por el auténtico Gobierno nacional, y enseguida flameaba en el palacio de Oriente.
La República española se ha conquistado y se ha logrado bajo el signo de la bandera tricolor. No podríamos tener otra, y menos que ninguna, esa otra, roja y gualda, que se ha deshonrado y envilecido tantas veces.
Un papel monárquico dice anoche, como una amenaza vergonzante, que este símbolo enardecerá en lo futuro a los adversarios de la República. Es decir, que seguirá cumpliendo su destino fratricida y separatista. No lo creemos. Si alguien la enarbolase para intentar una restauración borbónica, el pueblo haría jirón« ese trapo manchado de sangre y cubierto de ignominia, que tantos dolores y vergüenzas recuerda a los españoles
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