EL ARGUMENTO QUE UTILIZÓ E.T.A. EN 1967 PARA EMPEZAR A MATAR


El etarra Javier Etxebarrieta (izquierda) mató al guardia civil José Antonio Pardines (derecha) el 7 de junio de 1968.  En el centro, un momento del entierro de la víctima, en Malpica (A Coruña) tres días después

El argumento que utilizó ETA para empezar a matar en aquella tensa reunión de 1967

Un sector de la banda terrorista, en cambio, defendió en esa Asamblea que debía usarse la vía política porque «no podemos ignorar que las tres cuartas partes del País Vasco están desnacionalizadas», pero su postura perdió

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Hace más de diez años que ETA anunció el «cese definitivo de su actividad armada», pero las noticias sobre la banda terrorista nos siguen sorprendiendo cada cierto tiempo. Hace solo una semana, miles de personas pedían la vuelta a casa de los presos etarras en la Semana Grande de Bilbao, y en mayo, Bildu incluyó a nada menos que 44 condenados de ETA en sus listas, siete de ellos por asesinato. Una decisión polémica esta última que marcó las elecciones municipales y autonómicas del 28-M.

Y es que la historia de la banda terrorista la conocen de sobra los españoles, pues la han sufrido a lo largo de su medio siglo de existencia: 853 asesinatos y 3.500 atentados, sin contar los más de 7.000 heridos y afectados por la actividad de la banda, que fue fundada el 31 de julio de 1959 por un grupo de estudiantes que formaban parte de EKIN, un colectivo de disidentes radicales de la dictadura.

Aunque en los primeros años de la banda, sus integrantes se dedicaron únicamente a colocar pequeños artefactos y hacer pintadas de «Gora Euskadi» («Viva el País Vasco»), en 1968 decidieron mancharse finalmente las manos de sangre y dar el paso que marcaría toda su carrera con el asesinato de un joven guardia civil llamado José Pardines. El mismo día, como consecuencia de los disparos, también murió el etarra Txabi Etxebarrieta, que un año antes se había convertido en el líder de la banda.

Fue este último precisamente quien impulsó el debate sobre si la organización terrorista debía abrazar la lucha armada y sembrar sus aspiraciones independentistas de cadáveres o no. Una reunión a la que en las últimas décadas no se le ha prestado mucha atención a pesar de que fue, probablemente, el momento más trascendental de su historia.


La V Asamblea

Las conversaciones para tomar este camino se produjeron en la V Asamblea de ETA, celebrada en dos sesiones diferentes que fueron acogidas por los jesuitas en Guipúzcoa: la primera, en 1966, en la casa parroquial de Gaztelu, y la segunda, en 1967, en la Casa de Ejercicios Espirituales de la Compañía en Guetaria conocida como 'Villa San José'.

Esta última fue la que marcó el futuro ideológico y estratégico del grupo. Hasta entonces, habían convivido en la organización varias posturas, una más defensora del nacionalismo de Sabino Arana y otra que optaba por la lucha de clases. Sin embargo, con su llegada a la organización con 23 años, Etxebarrieta consiguió reunir esfuerzos a su alrededor con un único fin: empuñar las armas para liberar al pueblo vasco.

Como indica José María Garmendia en su Historia de ETA' (Haranburu, 1996), la violencia estuvo muy limitada a acciones esporádicas hasta 1972, pero ello no implica que la banda no viera la vía armada como uno de los medios más importantes para lograr sus objetivos. «La necesidad de practicar la violencia está presente desde el nacimiento mismo de la organización. Puede decirse que es consustancial con la misma, a pesar de los altibajos que sufre», explicaba el historiador vasco.


Ghandi y la revoluciones

El debate sobre si hacer uso de la acción armada no estuvo exento de vacilaciones entre sus miembros, así como de disidentes que claramente optaban por otras vías, a pesar de encontrarse todavía en la dictadura de Franco. Este se inició en las páginas de la revista «Zutik, el órgano oficial de ETA, unos años antes de la reunión en 'Villa San José'. Estuvo influido por dos fenómenos que se producían lejos del País Vasco: las revoluciones de liberación nacional de los países tercermundistas y la doctrina de la no-violencia de Ghandi.

Cada uno de estos episodios marcaba a cada una de las dos posturas. En el número de «Zutik» publicado en abril de 1962, por ejemplo, los partidarios de la primera argumentaban: «España obtiene demasiadas ventajas económicas de Euskadi como para que podamos creer que vendrá el día en que se resigne a perder su «colonia» si no estamos dispuestos a conquistar nuestro derecho por la fuerza. Partiendo de esa premisa, es evidente que el camino que hemos de seguir es similar al de los argelinos o los angoleños».

La segunda postura, con Ghandi como referente, defendía la vía política en un número posterior, en una artículo titulado «En torno a la no-violencia»: «La dictadura de Franco y, en general, la dominación de Euskadi por parte de España, se basa en la fuerza. Atacarla con medios violentos sería llevar la lucha a su terreno [...]. La acción no-violencia permite emplear gente que, por sus principios pacíficos, no trabajaría con ETA si esta tuviese un significado violento. Nuestro comunicado, sin embargo, está en las antípodas de los que no están dispuestos a arriesgar siquiera una temporada en la cárcel por el ideal. Es decir, en las antípodas de los franquistas engañados a sí mismos».


Txabi Etxebarrieta

Con todos estos argumentos se llegó la citada V Asamblea, que será el inicio de un nuevo paradigma en la historia de ETA. Algunos expertos lo han considerado como «el principal acontecimiento político del nacionalismo desde la postguerra, y su repercusión histórica ha sido mayor que la del Congreso del PNV de 1977», explica el informe «Txabi Etxebarrieta y el 68 vasco», editado por la fundación Iratzar, que defiende que el joven líder fue una figura central de esta reunión dividida en dos partes y presididas por él.

La segunda [sesión de la V Asamblea] , la más importante de las dos, se celebró entre el martes 21 y el domingo 26 de marzo de 1967, con 40 delegados de ETA, de los que solo 18 habían asistido a la primera celebrada en diciembre del año anterior. Una vez en la Casa de Ejercicios Espirituales de los jesuitas en Guetaria, Etxebarrieta fue elegido presidente de la Asamblea en la que se presentaron varios trabajos, entre ellos el «Informe verde revisado» y las ponencias «Ideológica» y «Sobre el Frente Nacional», presentadas por los llamados «culturalistas».

La intervención de estos últimos, que eran minoría, fue muy dura con la historia de ETA, por no haber tenido el valor de lanzarse por el camino de la violencia: «Hemos creado una rama militar pero no ha habido actos militares. ETA parece más un grupo que lanza bravuconadas que un grupo revolucionario. Nuestra violencia es puramente verbal», apuntó Federico Krutwig, el político y escritor que lideraba el grupo, de padre alemán y madre vizcaína de origen veneciano, que había aprendido el euskera de forma autodidacta.


Un Pais Vasco no independentista

Lo curioso de este sector es que su crítica a la organización no estaba exenta de una realidad difícil de ocultar. Así lo advertía Krutwig durante su intervención, según el relato recogido por Anjel Rekalde en su libro Mugalaris. Memoria del Bidasoa: «No podemos aparentar ignorar que las tres cuartas partes de Euskal Herria están desnacionalizadas; que hay una enorme masa de población extranjera difícilmente sensibilizable a lo nacional, que hay fuerzas potentes como la Iglesia Católica, el carlismo español y el izquierdismo español, que se oponen al problema vasco; que hay una gran parte del proletariado vasco bastante aburguesado. La lucha armada de ETA y su demanda de justicia social son ejercicios irreales, imaginarios, que no se sabe dónde empieza ni dónde va a acabar».

Los culturalistas se dieron de baja al final de la Asamblea y es bien conocida la opción que ganó, con Etxebarria como líder de esta nueva ETA que iba a iniciar su largo historial de asesinatos con José Pardines menos de un año después, el 7 de junio de 1968. Cinco años después acabaron con el presidente franquista Carrero Blanco, uno de los atentados más famosos de la historia de la banda. En 1974, la violencia aumentó de manera significativa hasta que, en 1987, se produjo su acción más sangrienta: la bomba puesta en el Hipercor de Barcelona que acabó con la vida de 21 personas, entre ellas cuatro niños.

Años después, uno de aquellos miembros fundadores de ETA, el historiador José María Garmendia Urdangarín, que participó en los primeros posicionamientos del nacionalismo radical, pero que decidió abandonar pronto la banda terrorista por la deriva que estaba tomando, aseguró: «Estuve en el nacimiento de un monstruo».


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