EL TERROR ROJO: CAPÍTULO 6: SI ES LA VOLUNTAD DEL PUEBLO... REACCIONES AL TERROR


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SI ES LA VOLUNTAD DEL PUEBLO...

REACCIONES AL TERROR


A las 10:00 de la noche del 8 de agosto, Indalecio Prieto dio por la radio un discurso muy anunciado. Comenzó haciendo hincapié en la importancia del fracaso de la toma de Madrid por parte de los gerentes. El tiempo, recalcó, correría a favor de la República. El gobierno no solo controlaba los recursos financieros de España, sobre todo su reservación, sino también sus principales zonas industriales. Sin embargo, Prieto avisó de que aquella victoria, pese a ser inevitable, no alcanzarían rápidamente. Los republicanos debían prepararse para una guerra larga. Hablo de la ferocidad del de mi hijo, pero alegó: «ante la oscuridad ajena, la piedad vuestra; ante la sevicia ajena, vuestra clemencia… ¡No los imitéis! ¡No los imitéis! Superadlos en vuestra generosidad». Aquel discurso lo impresionó a todos los que se encontraban en la zona republicana. 

El argumento de que “esta guerra es una guerra entre compatriotas… Nos parece radicalmente equivocado “declaró Claridad, el órgano portavoz de Largo Caballero. Continuaba despotricando contra “el clero belicoso y anticristiano, que apoyaban la rebelión «con las armas y contra los banqueros, que han puesto su capital al servicio de este enorme crimen». Los caballeristas más destacados admitían la necesidad de una drástica depuración sociopolítica. Luis Araquistáin, el gurú ideológico de largo caballero, que se convirtió en embajador de la República en París en septiembre de 1936, describió su mujer aquel mes de agosto: «Todavía pasará al tiempo en barrer de todo el país a los sediciosos. Galicia va a ser tremenda. Lo está haciendo ya, no va a quedar un fascista ni para un remedio». (Carta Araquistáin a Gertrude Graa 23 de agosto de 1936. Archivo Histórico Nacional, Madrid: Secc. Diversos, Papeles de D. Luis Araquistáin, legajo 30. Ricardo Zabalza, secretario general del sector más importante de la U.G.T. la Federación Española de Trabajadores dela Tierra 8 FETT), consideraba hipócritas las críticas izquierdistas de «la limpia». El 14 de agosto reaccionó con furia ante la noticia de que Francisco Carreras Reura, gobernador civil de la Izquierda Republicana de Madrid, había hecho responsable al alcalde caballerista de Morata de Tajuña (Madrid) por la «desaparición» de derechistas locales. Con un escrito oficial a otros organismos del frente Popular, denunció este hecho calificándolo de «bastante absurdo», puesto que «todos sabemos que si se le fuese a hacer responsable incluso a los ministros de las desapariciones de muchos elementos derechistas, más habría que hacer a algunos Gobernadores de muchas provincias».

A pesar de esto, o por este motivo, el discurso de Prieto es citado frecuentemente por historiadores, como Reig Tapia y Ranzato, que pretende demostrar actitudes opuestas entre lo líderes rebeldes y los republicanos con respecto al terror. Sin embargo, hay que ser prudente a la hora de considerar a Prieto como claro defensor de la moderación en el bando republicano. En otros discursos pronunciados aquel mes de agosto, Prieto dejaba clara su convicción de que la Iglesia, el capitalismo y el Ejército eran culpables conjuntamente de la rebelión. En un artículo del día 26 en la primera página de Informaciones, la publicación que hacía las veces de su portavoz, el líder socialista escribió sobre la obligación de hacer desaparecer su poder tras la victoria. «Al triunfar nosotros, ni puede ni deben quedar las cosas cual estaban el diecisiete de julio… El capitalismo, la Iglesia y el Ejército, que en conjunción innegable han alentado, promovido y sostenido el movimiento, deben ser castigados, privándoles de su poderío… Si desbordamos esa realidad, la victoria no nos habrá servido de nada, como no sea para suicidarnos»

Las ambigüedades de Prieto a lo largo de aquel mes de agosto pueden también ilustrarse con un editorial que apareció en Informaciones tres días después del discurso de «No los imitéis!» En él hablaba de que la aplicación sistemática del terror por parte de los rebeldes era un síntoma de debilidad. En Madrid «sabemos perfectamente… existen fuerzas considerables que nos atacarán por la espalda en cuanto se creara una coyuntura favorable al triunfo de la subversión. Pero estas fuerzas están agazapadas y prácticamente aterrorizadas». Por tanto,  «Terror, no. Y no solo porque nuestra conciencia rechace esos procedimientos; sino por algo tiene en nesto [sic] momentos importancia superior: porque no es necesario… mientras sea indispensable, dejemos a nuestros enemigos la triste gloria de los fusilamientos en masa». Los que se encontraban en la vanguardia de la lucha contra el enemigo interno, como García Atadell, no era tan optimistas. Podría ser que las frecuentes declaraciones de Atadell ante los interrogatorios franquistas, tras su captura en noviembre de 193, de que eraa migo íntimo de Prieto no fueran más que simples fanfarronadas. Sin embargo, si es cierto que Prieto creía que los espías suponían una seria amenaza-el 28 de agosto escribió que «en  las guerras civiles, suele haber más espías que combatientes»- y aliados políticos cercanos como Ramón Lamoneda, el secretario general del PSOE, no se mostraban reacios a vincularse a Atadell y sus agentes. Por otra parte, como ministro de Defensa, Prieto nombraría jefe del SIM de Madrid a Ángel Pedrero, sustituto de Atadell (véase el capitulo 11). Las súplicas de clemencia en público pudieron coexistir, por tanto, con el apoyo a los que practicaban el terror. Por supuesto, Prieto no fue el único socialista, Julián Zugazagoitia, aliado político muy cercano y editor de El Socialista, no veía contradicción alguna en publicar el discurso de «¡No los imitéis» en la misma página Amanecer. La disposición a usar el terror en circunstancias excepcionales tampoco fue de excepcional dentro del movimiento socialista durante aquel mes de agosto. En un abarrotado campo de Mestalla el día 23, en Valencia, Ángel Galarza, caballerista y futuro ministro de la Gobernación, repitió su tristemente célebre declaración hecha en las Cortes de que« contra Calvo Sotelo, era legítimo el atentado personal» 



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