ALBERTI EVOCÓ EN 1965 LA GUERRA CIVIL COMO UN PERÍODO FELIZ
EL MUNDO. MARTES 4 DE MAYO DE 2010
LA «BELLE époque» DE RAFAEL ABERTI
● El poeta evocó en 1965 la Guerra Civil como un perio0do feliz, según desvela, junto a otros documentos inéditos, la ampliada edición de ‘Las armas y las letras’ de Andrés Trapiello
«En la Guerra Civil unos administraron la victoria y otros la derrota. En el campo de batalla la ganaron los rebeldes; pero en el terreno de la propaganda el triunfo fue para la República». Así lo expone es Andrés Trapiello, quien promete volver a encender el debate sobre el controvertido papel de los intelectuales durante la contienda con la nueva edición de Las armas y las letras (Destino), que, ampliada y revisada 16 años después, estará en las librerías este jueves. En momentos en los que la recuperación de la memoria histórica ocupa el primer plano de la actualidad, resulta no sólo oportuna sino necesaria una entrega que ofrece documentos tan reveladores como una carta inédita de Edgar Neville sobre el asesinato de Lorca, en la que se queja de que los crímenes de la derecha permanezcan impunes; una fotografía inédita de Rafael Alberti denominando a la contienda la belle époque u otra de Octavio Paz, reconocido anticomunista, con el brazo en alto. Poner a cada uno en su sitio; desmontar la teoría de que los mejores escritores, los mejores creadores de vanguardia, se pusieron del lado de la izquierda y seguir rescatando del olvido obras y autores que habían sido silenciados por su ideología, caso de Chaves Nogales, o por resultar incómodos al matizar los discursos imperantes de un lado u de otro, caso de Clara Campoamor o del escritor y diplomático chileno Carlos Morla Lynch, son algunos de los objetivos de este exhaustivo ensayo que se lee como una novela. Si bien Andrés Trapiello anima a evitar las individualidades, «ya que éstas se suman a la explosión de locura general y colectiva que fue la guerra», merece la pena pararse en algunos de los personajes, de las piezas clave de la nueva edición de Las armas y las letras, importantes por su novedad y por su relevancia, si no para cambiar lo que ya se sabía, sí para confirmarlo, para demostrar que lejos de estar cerradas, las puertas del pasado reciente continúan muy abiertas
RAFAEL ALBERTI
Más popular que el propio Azaña
Vestido de miliciano, con la insignia de las Brigadas Internacionales y en el pico de la camisa una dedicatoria: «Para Luba y Ehrenburg en la belle époque». Así denominaba el poeta Rafael Alberti, ya en 1965, los crueles años de la Guerra Civil. Una frase tan simple puede bastar para cuestionar la imagen de quien siempre ha sido el gran poeta comprometido de izquierdas. Una frase tan frívola da idea de cómo vivió, de lo que para él supuso esa etapa que su compañera, la también escritora María Teresa León calificó como «los mejores años de nuestra vida». La fotografía, desconocida hasta hoy, y firmada por David Saymour, Chim, fundador con Capa de la agencia Magnum, apoya las impresiones que muchos han vertido del poeta y de su pareja en aquellos tiempos. «Fluían con una vivacidad de canarios alegres [...] con sus botas militares relucientes y su máquina de fotos en la mano», escribiría Josephine Herbst. «Lo cierto es que ambos eran conscientes de su protagonismo, de la proyección internacional que les estaba proporcionando el conflicto. No había un solo día en que su imagen no apareciese en los periódicos. Estaban en todos los frentes, en todos los congresos y ciudades, participaban en todos los actos de relieve. Desde la retaguardia eran incluso más populares que Azaña», señala Trapiello. «Seguramente a Alberti se refería Juan Ramón Jiménez cuando decía que estaba viendo cómo alguien se estaba sirviendo de la causa popular para sus propios fines», prosigue el autor de Las armas y las letras. No es la primera vez que se pone en el punto de mira a quien escribiera La arboleda perdida, obra cumbre del exilio. Hasta se le ha llegado a acusar de haber sido testigo, cómplice, incluso firmante de sentencias de muerte en las checas de la República, pero nunca han habido pruebas que lo confirmen, quedando tan graves afirmaciones relegadas al oscuro territorio de las injurias, como se deja claro en esta nueva edición de Las armas... Pero «lo que no se puede negar es esta foto; de seguir viviendo a Alberti le iba a resultar muy difícil explicar la dedicatoria», dice ahora Andrés Trapiello
TORRENTE BALLESTER
La guerra como «un deporte de hombres»
«Dura cosa la guerra –y yo no fui a guerrear–. La guerra –está, entre hermanos, sin química, pero profundamente religiosa– es un deporte de hombres». Así reflexionaba el escritor Gonzalo Torrente Ballester en una carta de noviembre de 1936, hasta ahora inédita, diri gida a su amigo el poeta uruguayo Carlos Rodríguez Pinto, que constituye otra valioso documento de la remozada edición de Las armas y las letras. La misiva no tiene desperdicio y refleja el pensamiento, la actitud de muchos jóvenes adscritos a la Falange Española. ¿Qué les motivaba? ¿acaso convertirse en héroes? «En España, hoy, ser héroe es cosa ciertamente corriente. Lo raro es encontrar alguien que no lo sea», confiaba Torrente a su amigo. Y proseguía: «De buena gana le haría un reportaje sobre la España ‘fascista’ y cómo se vive en ella. Pero no es posible incluirlo en una carta. Imagine V. un pueblo que lleva durmiendo doscientos años, y que de pronto es removido violentamente de la forma más terrible de la guerra: la guerra civil. Y que, falto de destino histórico, se encuentra con una misión soberbia en el mundo actual. Todas las virtudes dormidas reviven. Y nuestros jóvenes, que de pronto se encuentran ‘con sentido’ se entregan de lleno a la guerra». El autor de obras como Los gozos y las sombras, que colaboró en algunos de los folletos de la propaganda franquista y fue represaliado por el régimen después, al firmar junto a otros intelectuales un escrito de protesta por los maltratos a las mujeres de los huelguistas mineros asturianos a comienzos de los 60, declaraba en esa carta: «Nuestras milicias son de ‘señoritos’ y bien clara está la superioridad de sus virtudes frente a otras milicias, las proletarias».
CELA Y GÁLVEZ
Dos historias: de delación y de ‘defensa’
«En las circunstancias imperantes en el Tercer Reich, tan sólo los seres ‘excepcionales’ podían reaccionar ‘normalmente’», escribió Hanna Arendt. Pocas palabras mejores para explicar las actuaciones a las que se ven abocadas las personas, sean intelectuales o no, en circunstancias límite; hasta qué punto la cobardía, el miedo, la ambición, les puede llevar a realizar actos vergonzosos, abyectos, miserables. Aparte de estar adscritos ambos a las filas de la derecha, poco tienen en común Camilo José Cela y Pedro Luis de Gálvez. Sin embargo, salvando las distancias, al Premio Nobel y al desgraciado poeta fracasado les une ser protagonistas de dos historias, mucho más truculenta la de Gálvez, que sólo se pueden dar en tiempos de guerra, pero que dicen mucho del cariz humano de sus protagonistas. De Cela es bien conocida la carta, fechada en abril de 1938, en la que se ofrecía como delator al comisario general de Investigación y Vigilancia. El escritor en ciernes, apenas tenía 21 años, se prestaba a proporcionar «datos sobre perso nas y conductas, que pudieran ser de utilidad». «Si no hubiera llegado a ser quien fue la carta de Cela no tendría importancia, hubo miles como ésa», señala Andrés Trapiello. «Vista con perspectiva es una carta tristísima, la de alguien sin escrúpulos que se ofrecía como delator para obtener un beneficio personal, para sobrevivir y trepar en medio de las circunstancias». «Muy astuto», como le califica Trapiello, Cela nunca desdijo su contenido, «que era indefendible», y prefirió maquillar su imagen con hechos, a través de la labor que desarrolló a favor de los exiliados en su magnífica revista Papeles de Son Armadans. Menos conocido y propio de una novela es el caso de Pedro Luis de Gálvez, un escritor fracasado, bohemio y alcohólico, que se sirvió de la Revolución para tapar sus miserias y fue responsable de numerosos crímenes desde la checa de la que era responsable, entre ellos el del dramaturgo Muñoz Seca. Resulta estremecedora, por la mezquindad que encierra la historia, una foto en la que se ve a Gálvez acompañado de sus dos hijos y con una cruz al fondo, foto que adjuntó al pliego de defensa con el que intentaba salvarse de la muerte después de la guerra. El escritor, que llegó a escribir en la cárcel un poema dedicado a Franco, trataba de dar la imagen de hombre religioso y de orden, excusándose de todos los crímenes que se le imputaban en un sumario que constaba de siete cuartillas escritas a mano. Pese a su ingenio no se salvó del garrote vil.
La foto de Gálvez con sus hijos, que usó inútilmente en su defensa tras ser detenido |
NEVILLE Y LORCA
Una carta, a favor de la ‘Memoria Histórica’
Con motivo de la publicación de un suplemento que dedicó el diario Abc a Federico García Lorca, el escritor y cineasta Edgar Neville en vió, hacia 1967, un escrito al periodista Miguel Pérez Ferrero. Cuatro reveladoras cuartillas escritas apresuradamente que permanecían en manos de un familiar y que no habían visto la luz hasta ahora.
El texto, titulado Otra vez Lorca, da a entender que en la época mucha gente conocía las circunstancias de la muerte del poeta, que no se produjo por una descarga sino de «un simple tiro de una pistola en la nuca». Neville nombra a R. A [Ruiz Alonso, padre de Emma Penella], que mandaba el pelotón que lo prendió y afirma que muchos sabían «el nombre del chófer que lo condujo hasta el lugar de la ejecución, quién pudo salvarlo y no quiso, quién recogió su cartera y su reloj y dio aire legal al crimen...».
El valor del documento no admite dudas. Estremece la certeza sobre lo acontecido y el miedo de sacarlo a la luz, pero hoy cobra relevancia la clara denuncia que hace Neville de la impunidad de los asesinos. «Del otro lado había habido una Causa General que había castigado en la medida de lo posible a los asesinos, mientras que los que mataron a Federico García Lorca gozaban de inmunidad inconcebible», dice el escritor. «Aunque lo dijo de una manera privada, Neville se adelantó a la actual doctrina Zapatero de la Memoria Histórica al reivindicar una causa general para los asesinos de los seguidores de la República», señala Trapiello. «Ahora mismo es muy peligrosa la idea de que los dos bandos eran iguales; hubo asesinos en los dos, pero los orígenes de la lucha fueron bien distintos. Quienes defendían la República luchaban por los principios de la Ilustración, libertad, igualdad y fraternidad, fundamentos de las democracias modernas que intentaban abolir quienes se sublevaron».
OTROS CASOS
El puño alzado de Paz y la ‘joya’ de Campoamor
Adentrarse en Las armas y las letras es emprender un viaje donde unas historias llevan a otras. Entre las imágenes que se graban: la de Octavio Paz, que presumía de anticomunista, con el puño levantado en una fotografía de la época; entre las historias que no se olvidan, la del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, quien no se puso del lado ni de la derecha ni de la izquierda sino de las víctimas, salvando tanto a franquistas como a republicanos. Entre las recuperaciones, la de un libro sobre la guerra, La revolución española vista por una republicana, de Clara Campoamor, que pasó desapercibido en España cuando se publicó en 2002 y donde ya indicaba que «las causas de la debilidad de los gubernamentales» podrían dar lugar a una dictadura militar.
Octavio Paz en Madrid. Julio de 1937. |
Andrés Trapiello recupera ahora una carta de Edgar Neville a un amigo en la que, hacia 1967, da cuenta de muchos detalles sobre el asesinato de Lorca conocidos, al parecer, poco después de producirse
Otra vez Lorca EDGAR NEVILLE
«A veces, circunstancias ajenas a la voluntad del autor, hacen que una obra de teatro o de cine o un simple artículo de periódico tenga que sufrir una merma aquí y otra allá y al verlo corregido no se dé cuenta de que lo que queda ya no quiere decir lo que se intentaba, ni el estilo tiene la contundente claridad que pretendía tener y que la falta de un párrafo anulaba la base de la tesis sostenida. Últimamente me sucedió con mi artículo sobre [...] Lorca y su muerte. Y muchas gentes me han acusado de tibio, y con razón. Yo contestaba a otro periodista amigo que se quejaba que sólo llorásemos a nuestro poeta amigo diciendo que la diferencia fundamental es que a los del otro lado, aparte de nuestra pena, había habido una Causa General que había castigado en la medida de lo posible a los asesinos, mientras que los que mataron a Federico García Lorca gozaban de inmunidad inconcebible y nadie les había molestado lo más mínimo. Algunos pretendían que se dieran detalles del drama y nombres de los culpables sin darse cuenta de que aunque sabíamos detalles y nombres no es el momento oportuno de lanzarlos al vuelo... Ya se dirán si llega un tiempo en que sea propicio, y además esas son cosas que no se pueden hacer con ligereza sin las comprobaciones más minuciosas que nos lleven a la verdad y nos eviten el horror de un posible falso testimonio. Todos saben o creen saber quién denunció el refugio en que se hallaba, todos sabían que R.A. mandaba el pelotón que lo prendió, el procedimiento que emplearon para sacarle de la cárcel con otros 45 [sic; quizá quiso decir 4 o 5], el nombre del chófer que lo condujo hasta el lugar de la ejecución, quién pudo salvarlo y no quiso, quién recogió su cartera y su reloj y dio aire legal al crimen, se sabe su nombre y señas, pero... ¿De qué servirá ahora el decirlo? Hacen falta unas seguridades y confirmar lo que dicen éste o aquél, no es tan sencillo como parece... No hay que cejar en la investigación, pero no caer en posibles injusticias. Yo mismo en un poema que publiqué sobre su muerte hablaba de la descarga que puso fin a su vida, cuando no hubo tal descarga, sino un simple tiro de pistola en la nuca, pero no lo supe hasta después.
¡Otros creen que Abc ha tenido el gesto elegante de hacer ese número homenaje con fines políticos, para librar a sus amigos del San Benito [sic] y colgárselo a otro grupo, y no es así; fue un crimen aislado en aquella isla que fue Granada los primeros meses de la guerra. El 19 de agosto no había gobierno en Burgos, una junta que sólo se ocupaba de cuestiones de guerra, se formó el gobierno siete meses después de la muerte... y ordenó la formación de la causa y luego se le dio carpetazo, pero alguien, sabemos también quién, tendrá en su cajón el expediente. Por el mismo amor a la justicia que nos mueve a averiguar los detalles del hecho, queremos librar de una culpabilidad a quien no tuvo arte ni parte en aquella salvajada, y no dejar resquicio para que repitan repitan aquello de los españoles lo mataron... No, no es cierto, unos cuantos miserables cuyo nivel intelectual era lo bastante elevado para saber el valor de su presa y su total inocencia e inocuidad política, le dieron el gusto de atravesar con un plomo aquella cabeza llena de ideas, de belleza y de bondad. Edgar Neville»
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