DIEGO SAN JOSÉ, CRONISTA OCULTO

Diego San José, cronista oculto

                                    EL CRONISTA OCULTO DE LA GUERRA CIVIL

Muy Historia 22 Nov 2021

ISRAEL VIANA PERIODISTA E HISTORIADOR


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El infierno que tuvo que soportar este pacífico escritor y periodista republicano, amigo de Valle-Inclán, Pío Baroja y Manuel Machado y al que el general Millán-Astray salvó la vida en 1940, le empujó a escribir en secreto una de las novelas más conmovedoras y críticas con ambos bandos sobre lo acontecido en Madrid durante el conflicto. Hasta su reciente publicación, su manuscrito estuvo escondido durante 65 años.

María del Carmen San José tenía 94 años cuando habló para este reportaje a principios de 2021. Antes de fallecer a las pocas semanas, todavía recordaba con detalle la trágica mañana del 10 de abril de 1939 en que la Policía Militar se presentó en su casa de Madrid, en la calle del Conde de Peñalver: «Mi hermano y yo abrimos la puerta y nos preguntaron por mi padre, que se encontraba en la cama por una hernia que le iban a operar. Al salir mi madre, le informaron de que debían trasladarlo a la comisaría más cercana y no le dieron más explicaciones. ¡Fue una auténtica pesadilla!».

Antes de marcharse con el convaleciente Diego San José, registraron el domicilio a fondo mientras le preguntaban una y otra vez por el lugar donde tenía escondida la pistola. El escritor y periodista no entendía nada. No paraba de repetir que jamás había empuñado una, que el único delito que había cometido era « volar con una pluma » . En ese momento, María del Carmen se acercó a él y le metió un trozo de pan con chocolate en el bolsillo del abrigo por si no llegaba a cenar. Al percatarse, los agentes intentaron no provocar una situación incómoda en presencia de su esposa e hijos y prometieron que estaría de vuelta en casa pocas horas después.

Solo habían pasado nueve días desde el final de la guerra y pensaban que todo había acabado, pero se equivocaban. Se iniciaba para Diego un oscuro laberinto de comisarías, interrogatorios, prisiones, auditorías, instrucciones y juicios sumarísimos que se prolongó durante años. Un calvario que le llevó a escribir, a escondidas, una de las novelas más conmovedoras y críticas con ambos bandos sobre lo acontecido en Madrid entre 1936 y 1939. El autor la describió como «una obra más trágica que cómica», cuyo texto original permaneció oculto e inédito en la vivienda familiar hasta su publicación, en 2020, bajo el título de PorDiosy porEspaña(Novelaepisódica).

La escribió, a mano y a máquina, en viejas cuartillas en las que mezcló una serie de personajes históricos con otros ficticios, que protagonizaban escenas inspiradas en las vivencias personales del periodista antes de su detención. Una de las primeras, por ejemplo, estaba sacada de una conversación real que Diego escuchó en la calle entre dos viejos amigos. Uno llevaba «bigote a lo Hitler» y era simpatizante de Franco, mientras que la otra era una ferviente republicana conocida como Rosario ‘La Cigarrera’. El primero hablaba con tono de amenaza: «Has de saber que esto se desmorona como un azucarillo en un vaso de agua. La gente de derechas no se resigna a perder y, entre la aristocracia, el clero y el Ejército, ayudados por Alemania e Italia, están volviendo las aguas a su cauce primitivo. ¡ Te lo digo! Tú harías bien en estar con nosotros... No te faltaría trabajo».

Ese era el ambiente de desconfianza y violencia que quiso reflejar el periodista en su obra; el de un Madrid fantasmagórico que María del Carmen también sufrió junto a su padre y que todavía era capaz de evocar, con nítido detalle, en sus últimas semanas de vida:

« Las farolas estaban cubiertas de pintura azul oscura y apenas dejaban pasar la luz, dando a las calles una extraña sensación de misterio y soledad. Las ventanas y los balcones tenían siempre las persianas bajadas. Me acuerdo cuando en el colegio nos decían que nos metiéramos un lápiz en la boca cuando nos pillara un bombardeo fuera de casa, para evitar que los pulmones nos reventaran. También las colas interminables en las tiendas de comestibles de mi barrio, en una de las cuales murió mucha gente al estallar un depósito de armas que había en el metro de Diego de León. El ruido fue ensordecedor, como el de los aviones franquistas sobrevolando la ciudad al final de la guerra mientras arrojaban barritas de pan envueltas en pasquines, que decían: “Madrileños, rendíos, no habrá hogar sin lumbre ni español sin pan. El que no se haya manchado las manos de sangre no tiene nada que temer” » .

LA CONDENA A MUERTE

Madrid era entonces una capital convulsa donde casi todo el mundo era mirado con recelo y en la que se delataba a vecinos y familiares. « Todo miserable que tenía un odio personal que vengar, una deuda pendiente o deseaba deshacerse de un rival, bien por amor o por profesión, le acusaba de fascista y se lo quitaba de en medio sin el más ligero remordimiento » , apunta San José en su libro.

Sabía muy bien de lo que hablaba, porque él mismo acabó siendo condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado el 5 de marzo de 1940, pocos meses después de que hubiera sido sentenciado a 12 años de reclusión por «excitación a la rebelión » . Nadie supo explicarle por qué el juez cambió de opinión de la noche a la mañana ni qué vengador anónimo había intercedido en el

Nueve días después del fin de la guerra, se iniciaba para Diego un calvario de juicios, detenciones y cárceles

transcurso de la instrucción, donde salieron a relucir sus artículos para periódicos republicanos como ElLiberal o ElHeraldodeMadrid.

«Mi padre era republicano, por supuesto, y, como tal, se alegró cuando se estableció la Segunda República el 14 de abril de 1931, pero no era comunista ni socialista y jamás estuvo metido en política ni afiliado a ningún partido», aclaraba María del Carmen. Después continuaba su relato con los primeros días en prisión de San José: «Cumplió la primera parte de aquella injusta condena en la cárcel de Porlier, en Madrid. Las visitas allí eran horribles. Recuerdo un día que fuimos y tuvimos que atravesar un largo pasillo con una tela metálica. Al otro lado había treinta o cuarenta presos juntos, todos gritando a la vez para intentar comunicarse con sus familiares. No se entendía nada y, a los tres minutos, sonaba un timbre que anunciaba que el tiempo se había acabado. Aquello nos dejaba a todos con la miel en los labios». El tribunal tampoco tuvo en cuenta los testimonios a su favor de algunas de las figuras más importantes de la cultura española en aquel momento, como el poeta Manuel Machado. Ni que en el pasado nuestro protagonista hubiera intercedido a favor de Pedro Muñoz Seca para que el famoso dramaturgo no fuera asesinado en las infames matanzas de Paracuellos [ver artículo en página 66]. O que hubiera escondido a reconocidos falangistas en su casa de Conde de Peñalver para salvarlos de las checas comunistas y cenetistas. «Mi madre y yo, incluso, fuimos a la casa de Joaquín Álvarez Quintero para pedirle ayuda. Este llegó a posponer un viaje que tenía previsto a El Escorial para intentar salvar a mi padre a través de un amigo suyo muy influyente, pero no hubo suerte. Este no quiso ayudarle», añadía María del Carmen.

En palabras del escritor argentino Valentín de Pedro, «Dieguito era un pedazo de pan con ojos saltones» que no había empuñado en su vida otras armas que su intelecto y su máquina de escribir. Sus únicas batallas las había librado en sus encuentros en el Ateneo de Madrid con Ramón María del Valle-Inclán, Pío Baroja o Ramón Pérez de Ayala. El arresto y encarcelamiento le obligó a retirarse de la vida literaria, de las redacciones de los periódicos y de las tertulias que tanto amaba.

San José era afecto a la República, pero jamás se afilió a ningún partido ni empuñó nunca un arma

MILLÁN-ASTRAY

Precisamente en una de estas tertulias, la que se celebraba en el famoso café El Gato Negro, cerca de la plaza de Santa Ana, conoció al general Millán- Astray. El fundador de la Legión se mezclaba allí con personajes tan opuestos a él como el Premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente. Su sola presencia hacía temblar a muchos de los presentes, estuvieran metidos en política o no, pero lo que Diego nunca se imaginó es que aquel militar cojo, manco y tuerto acabaría encariñado con él y le encargaría sus memorias. Y mucho menos, que le acabaría salvando la vida a un republicano como él. María del Carmen todavía conservaba el contrato que ambos firmaron antes de la guerra por una biografía que nunca se publicó. Su hija ni siquiera sabe si la llegó a escribir. Si lo hizo fue, también, a escondidas.

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