BOMBARDEOS SOBRE LA CIUDAD DE ZARAGOZA DURANTE LA GUERRA CIVIL: En la historia y en la memoria


BOMBARDEOS SOBRE LA CIUDAD DE ZARAGOZA DURANTE LA GUERRA CIVIL: En la historia y en la memoria

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Localización: Rolde: Revista de cultura aragonesa, ISSN 1133-6676, Nº. 114, 2005, págs. 18-25

 

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El golpe militar estaba empezando a ser una realidad. La República, con un material de guerra muy anticuado y un ejército dividido entre facciosos y leales a su Constitución, tardó mucho tiempo en reaccionar y en darse cuenta de que aquello no era un intento golpista más. Fueron más listos y rápidos en preparar sus movimientos los sublevados que en contenerlos los republicanos.

 España estaba ya rota, dividida, y seguiría así por muchos años. Zaragoza fue una de las grandes ciudades que quedaron del lado de los rebeldes, a pesar de su fuerte tradición anarcosindicalista. Los militares sublevados supieron controlar a sus mandos y adueñarse de la ciudad, encarcelando o fusilando a las autoridades republicanas e iniciando una fuerte persecución sobre los líderes sindicales y políticos. No solamente sucederían atrocidades en Zaragoza: otras muchas ciudades vivieron hechos similares, bajo el dominio de unos o de otros. Entre estos hechos no faltaron crueles bombardeos sobre su población civil, indefensa y alejada casi siempre de la zona de conflicto bélico. Ambos bandos intentaron la baza del efecto propagandístico de sus primeras acciones, para intentar causar un efecto de supremacía sobre los otros, provocando el miedo en zonas controladas por el enemigo. Fueron momentos de una gran crisis en el gobierno republicano, que, aunque superior, tardó en reaccionar y en darse cuenta de la gravedad del golpe militar. Unos momentos que los golpistas supieron aprovechar muy bien para sembrar el terror y buscar la ayuda exterior, tanto de armas como de efectivos humanos. El cielo español en estos primeros momentos estaba en manos de la República, hasta la llegada a tierras de Marruecos de los primeros Savoia italianos, los Junkers y los Heinkel alemanes, el 29 de Julio. Su gran labor de exploración de los campos de batalla y los bombardeos preparando las escenas de enfrentamiento terrestre, habrían de significar el gran avance para el futuro bélico. La aviación republicana en combate fue sobre todo empleada en acciones defensivas, aplicada como arma de caza e intentando evitar las incursiones de los aviones nacionales, que sobre todo eran empleados contra objetivos de las maniobras terrestres y en bombardear ciudades, comunicaciones y fábricas, y estuvo casi siempre en inferioridad respecto a la nacional, pero su inferioridad fue sobre todo notoria con la llegada masiva de aviones extranjeros para Franco. 

La guerra en el aire supondría un ensayo de tácticas y procedimientos empleados posteriormente en Europa, sobre todo por ingleses y alemanes. Bombardeos de poblaciones como Alcañiz, Guernica, Durango, Barcelona, Madrid, Oviedo o Valencia, entre otras muchas, por la Legión Condor alemana o la Aviazione Legionaria italiana, fueron un claro ejemplo de lo dicho, y, a pesar de las negaciones de muchos de ellos, el silencio en otros casos o las desinformaciones interesadas, sembrarían el terror entre la población civil. Zaragoza comenzaría la guerra civil viviendo la situación típica de una ciudad en manos de los sublevados. El gobernador civil Vera Coronel, siguiendo las órdenes del gobierno republicano, no dejó que se repartiesen armas a los obreros zaragozanos para luchar contra los sublevados tras el pronunciamiento militar del 18 de Julio. El Ayuntamiento, la Diputación Provincial y el Gobierno Civil pasaron a depender de la dirección militar bajo el mando del General Cabanellas, y la violencia y el terror inundaron las calles de la ciudad con la ya citada persecución y eliminación de sus dirigentes y militantes republicanos y sindicalistas. Unas 3.000 personas serían pasadas por las armas en los primeros meses del golpe militar –entre ellos ediles, diputados y maestros–, y tendría lugar una fuerte depuración del cuerpo de funcionarios. La capital aragonesa debía ser controlada, pues era una plaza de gran valor tanto para los defensores del régimen establecido como para los golpistas, tanto por su situación geográfica y estratégica como por su potencial industrial y obrero. Situada ya desde los primeros momentos en pod el día 24 de julio, con la intención de tomar la ciudad del Ebro y socorrer al importante foco anarquista de esta ciudad. Zaragoza (cuyo Ayuntamiento estaría ahora en manos de Miguel López de Gera, siempre bajo control y supervisión militar del teniente coronel Anselmo Loscertales) tenía además un especial significado religioso en la “Cruzada” emprendida por los golpistas, y los republicanos, con intención o sin ella, intentaron en diversas ocasiones vulnerar ese potente foco religioso que tanto y tan bien supieron explotar los sublevados para reforzar sus tesis contra la República y el “comunismo ateo”. Fueron varias las acciones emprendidas contra la capital aragonesa desde el aire, de escasa consideración si se comparan con las acciones nacionales sobre otras grandes ciudades. El lunes 3 de agosto de 1936, minutos después de las dos y media y unas horas antes de que Franco fuera designado miembro de la Junta de Defensa, en el silencio de la madrugada, un avión republicano Fokker F-VII sobrevolaba los tejados de la ciudad de Zaragoza a baja altura, sin ser detectado por los radares y cañones antiaéreos nacionales, que no supieron distinguir si era un avión propio o del enemigo, a pesar de que la aviación de los facciosos en estas fechas era aún muy escasa. Cuatro bombas fueron lanzadas desde él, pero ninguna llegó a explosionar. Sus efectos sobre la población de Zaragoza serían de gran impacto psicológico, pues dejó caer sus bombas sobre el templo del Pilar. Una bomba sin explosionar caería en la misma plaza del Pilar frente a la calle Alfonso, “marcando una cruz en el suelo y levantando cinco adoquines”, decía la prensa nacional. Dos bombas más lo harían sobre el propio templo, no explotando ninguna, pero sí horadando la pechina de la izquierda de la columna del mismo lado de la Santa Capilla, atravesando tejado y bóveda y produciendo algún desperfecto en los frescos de Goya. El fuerte impacto destrozó las bombas, derramando el explosivo por el fondo de la bóveda. Para la España golpista iba a ser el primer gran milagro de la “Cruzada”; para la España republicana sólo eran los efectos del material de guerra anticuado y deteriorado de que disponía para sofocar la rebelión. La reacción no se haría esperar, iniciándose inmediatamente actos de desagravio y homenajes. Heraldo de Aragón recogería la noticia del siguiente modo en sus páginas: “Un atentado salvaje y frustrado contra la Basílica de Nuestra Señora de la Virgen del Pilar, perpetrado desde un avión y con los agravantes más abominables, determinaron una emocionante respuesta del Espíritu zaragozano, herido en su más íntimos sentimientos frente a las hordas que eran el bochorno de España”. En un gran titular del 4 de agosto de 1936, en primera página, se anunciaba una convocatoria de manifestación por el nuevo alcalde López de Gera. Tendría que ser “una gran muestra de fe, de expresión popular, de entusiasmo y de condena por el atentado de Zaragoza”, al igual que se anunciaban otras en ciudades españolas en poder de los nacionales. “Zaragoza, Aragón y España se sintieron heridos por el ataque al primer templo mariano de la fe española”. Términos como “cobardes, hipócritas, criminales o sacrílegos” fueron utilizados para definir a los autores de esta acción aérea. La “Antiespaña” había atacado el templo de la raza hispana, en el que la Virgen del Pilar obró el “milagro”. Los titulares de la prensa en estos días no dejan de ser llamativos, recogiendo esa fe mariana del pueblo de Zaragoza, y no dejando de calificar de “milagro” el hecho de que ninguna bomba explosionara: “el infernal furor de nuestros enemigos se ha estrellado contra la omnipotencia divina”, atribuyendo su autoría al pueblo catalán dentro de lo que llaman “piratería aérea catalana” o “la canalla catalana”. Tres días después de este atentando contra el templo del Pilar, las tropas legionarias y moras procedentes de Marruecos iniciarían un proceso de aniquilamiento y de extensión de terror por todos aquellos lugares por los que pasaban, desde su llegada a Sevilla y, mandadas por Yagüe, siguiendo con su ascenso por tierras extremeñas. En algún lugar se llegó a escribir que el autor material del bombardeo del Pilar fue un aviador natural de Fuendetodos (Antonio Salueña Lucientes, al que apodaban “Pintamantas”). Se decía que este piloto militar no se quiso incorporar a las filas nacionales y, disfrazado de campesino, había salido huyendo de la guardia civil en dirección al Bajo Aragón, uniéndose a los catalanes el día 31 de julio. 21 BOMBARDEOS SOBRE LA CIUDAD DE ZARAGOZA DURANTE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Incluso se llegó a afirmar que, tres días después de su huída, apareció en los cielos de Fuendetodos un avión que iba tan bajo que algunos vecinos lo reconocieron, llegando además a arrojar un paquete en el corral de su suegro y que recogió un concejal de la localidad. En el supuesto paquete del supuesto piloto estaría el traje de campesino que había utilizado para huir, junto con algunos periódicos extremistas catalanes y una carta dirigida a su suegro en la que decía haber bombardeado La Zaida y tener intención de bombardear Fuendetodos, rogándole que avisara a la gente de izquierdas del pueblo para que se pusiera a salvo. Es la información ofrecida por el informe del 5º Cuerpo del Ejército nacional. Lógicamente, esta historia tan rocambolesca no es creíble en absoluto, buscando con esta noticia cargar las culpas a alguien, adornándola con una historia inverosímil. Días más tarde de esta invención, apareció otra en Radio Madrid, según la cual el verdadero autor de este bombardeo era un sargento de aviación, Manuel Gayoso Suárez, al que el Gobierno de la República ascendió a oficial como premio. Algunos análisis más recientes parecen indicar que por la trayectoria que llevaba el avión, perpendicular al templo, su objetivo no era éste, sino el Puente de Piedra. Habían pasado ya varios meses de dura y cruel guerra civil cuando los republicanos, en sus numerosos intentos por llegar a Zaragoza, tomaron momentáneamente el 12 de abril de 1937 la ermita de Santa Quiteria, en las proximidades de Tardienta. En torno a esas fechas, los nacionales estaban en plena ofensiva en el Norte: el 26 de abril tenía lugar el bombardeo de Guernica, el día 28 García Valiño ocupó Durango y las tropas italianas entraban en Lequeitio y poco después en Bakio. En el otro bando, el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza caería en manos del Ejército Popular. Pero tras el primer bombardeo sobre la ciudad de Zaragoza en agosto de 1936, en el mes de mayo de 1937 se producirán nuevas acciones aéreas sobre su población civil. La familia Calvo-García, con Juan y Paquita al frente de sus seis hijos, nos ofrece su testimonio de cómo vivieron aquellos bombardeos. Vivían en la calle Valencia (actual calle Ponzano) número 8, junto al edificio de Capitanía General. Al frente de la batería antiaérea, situada sobre la azotea de su casa, estaba el capitán Contreras, quien se alojaba en la vivienda de la citada familia, teniendo ésta que ser trasladada a un inmueble cedido en la calle Ricla. Sus hijos eran pequeños y recuerdan cómo, cuando sonaban las sirenas anunciando posibles bombardeos, en lugar de bajar a los sótanos para estar más seguros, subían al piso del dueño del edificio para ver los destellos de los f Pero Zaragoza seguía siendo objetivo de los bombardeos republicanos. El primero que la ciudad sufrió en el mes de mayo de 1937 tendría lugar el día 3, a las seis y media de la tarde. Un avión republicano causó el pánico en las calles de la ciudad, obligando a refugiarse a sus gentes en sótanos y portales. El aparato cruzó la ciudad de sur a norte dejando caer la primera de sus bombas en la calle Don Jaime, en las horas más concurridas de un día primaveral cuando hacía pocos minutos que los niños habían salido de sus colegios. La bomba cayó sobre el alero de las casas números 44 y 46 de la calle Espoz y Mina, esquina con la calle Don Jaime. Unos metros más abajo otra bomba impactaría contra el pavimento de la misma calle, frente a los números 46 y 48, quedando igualmente afectado el número 43. El aspecto fue espantoso y desolador. Casi un centenar de heridos y muertos se desparramaban por la calle, entre sus escombros, cables eléctricos, sumergidos en los gritos de pánico y lamentos de la población, pidiendo auxilio angustiosamente. Uno de los heridos, Mariano Ruberte Arenilla, que caminaba junto a un amigo, tiene hoy día la suerte de recordar, con mucha tristeza, aquellos trágicos momentos; el amigo, Eugenio Gracia Lobaco, no: fue una de las víctimas mortales en aquella tarde de la primavera zaragozana. El avión, en su salida de la ciudad, y al pasar por la barriada de Puente Virrey, en San José, dejó caer otras dos bombas, alcanzando una de lleno a la casa número 8 de la calle de Puente Virrey, quedando convertida en un montón de escombros y ruinas que sepultarían a toda una familia de trabajadores, la de Francisco Pina, su mujer, sus dos hijos Máximo y Carmen, de 26 y 22 años, y un nieto de 19 meses. La otra bomba fue a caer a una acequia próxima, provocando más víctimas con la metralla. Benito Vayo Bruñén recuerda hoy día con mucha precisión cómo fueron aquellos trágicos momentos. Con cinco años de edad iba a “corderetas” sobre su hermano Luis de trece años, camino de la Torre en la huerta de Miraflores, cuando les sorprendió el vuelo de los aviones y las explosiones de sus bombas sobre la calle. Caminaban junto a la acequia del Plano, que aún hoy discurre por debajo de la calle Travesía Puente Virrey, y apenas tuvieron tiempo de refugiarse en un portalón próximo, frente a ellos. Su hermano Luis fallecía a consecuencia de la explosión. Al día siguiente de estas explosiones, 58 cadáveres yacían en el depósito municipal, y casi doscientos heridos, muchos de los cuales pasarían días más tarde a engrosar la cifra de muertos. Si los daños materiales fueron cuantiosos, mayor fue el dolor ocasionado a numerosas familias, algunas de las cuales perdieron a varios miembros. Escenas una vez más desgarradoras se irían sucediendo, primero en la calle y luego en los hospitales, ante la presencia de los cuerpos rotos de muchos niños despedazados por las bombas. Similares estampas de dolor volverían a tener lugar durante la madrugada del día 6 del mismo mes. A las cuatro y media un trimotor republicano sobrevoló Zaragoza siguiendo la dirección de veces anteriores, de sur a norte. Una de sus bombas cayó sobre los tejados de la plaza Lanuza y calle Torrenueva, otra lo haría al final de la misma calle, y tres o cuatro más sobre la catedral de la Seo. A pesar de que la población dormía a esas horas de la noche, solamente se produjeron tres muertos y trece heridos, vecinos de los inmuebles afectados. Entre los escombros de la casa número 40 de la calle Torrenueva fueron hallados los cuerpos mutilados del médico y diputado provincial Amadeo Rivas Illera, el de su hijo José Ignacio Rivas y el de la sirvienta Encarnación García Ibáñez, que trasladados al hospital ingresarían ya cadáveres. En la misma acción resultarían heridos de gravedad la mujer del doctor Rivas y su otro hijo. En el mismo edifico y dentro de sus habitaciones y camas resultaron heridos once vecinos más, con sus paredes y tejados destruidos por los efectos de las bombas, además de los destrozos provocados en las casas más próximas, así como en las de enfrente. Las bombas que cayeron sobre la catedral de La Seo recordaban lo acontecido con el bombardeo del Pilar meses atrás. Los destrozos causados fueron de escasa consideración, produciéndose pequeños desperfectos en la techumbre y en algún artesonado. La calificación de “milagro” por parte de los nacionales no se dio en este caso, tal vez porque la significación de La Seo no era comparable a la del Pilar, y no se pensó que sus efectos propagandísticos pudieran ser tan rentables y efectivos como los de la agresión al templo mariano. Días más tarde, a las siete de la mañana del 13 de mayo, de nuevo un trimotor republicano, protegido por dos cazas, sobrevolaría los tejados de Zaragoza dejando caer cuatro bombas. Fue el popular barrio de San Pablo (El Gancho) el que esta vez resultó afectado y sufriría las terribles consecuencias de muertes y destrozos. Una de las bombas fue a caer sobre la casa número 14 de la calle Aguadores, que quedó derruida, al igual que la 16, colindante con ésta. Otra bomba cayó en la calle Casta Álvarez, sobre la casa 74, que por suerte en esos momentos estaba deshabitada, quedando igualmente reducida a escombros. Las casas 76 y 78 de la misma calle igualmente quedaron destruidas. Una tercera bomba dañó el número 123 de la calle Las Armas que, junto con la casa 125, fue convertida en escombros. La potencia de la explosión fue enorme, afectando además a otras viviendas más próximas en las que también hubo víctimas. La última de las bombas cayó sobre el pavimento de la calle Libertad, junto al número 20, originando grandes daños. La casa número 61 de la calle de la Democracia, que se correspondía con la parte trasera del 74 de Casta Álvarez, quedó parcialmente destrozada. Las víctimas fueron numerosas entre heridos y muertos, sepultados entre los escombros y maderas. En un primer recuento se dio la cifra de 14 muertos y más de 80 heridos, muchos de los cuales fallecerían a causa de las graves heridas. El vuelo del avión a su paso por el paseo María Agustín y proximidades seguiría sembrando el pánico. Dos bombas estallaron en el citado paseo, junto al huerto del Hospital Provincial produciendo dos heridos leves, y siguiendo el recorrido, otra de sus bombas lo haría sobre el edifico de la Santa Hermandad del Refugio, que además de los fines humanitarios que cubría tenía habilitadas algunas salas para hospital. Esta bomba cayó sobre la terraza del edificio, y atravesando dos plantas explosionaría en las salas hospitalarias, quedando reducidas a escombros, sin tener que lamentar víctimas. Sor Manuela Eguía, hermana de la Caridad de Santa Ana, que ejercía su encomiable labor de cuidar y atender a los heridos en este como en otros hospitales de la ciudad y de pueblos aragoneses, recuerda los efectos del bombardeo y cómo tuvieron que ser evacuadas de las salas afectadas. Otras dos bombas republicanas explosionarían en los huertos y explanada próxima al inmueble. En la calle Anselmo Clavé, frente a las casas militares, otra bomba causaría graves destrozos, al igual que las caídas en la zona de acceso a la estación ferroviaria de Madrid-Zaragoza-Alicante, en donde produciría desperfectos en vagones y conducciones eléctricas. Un último proyectil sobre esta zona acertaría de pleno en el servicio sanitario de la estación y en la lampistería, causando la muerte del obrero ferroviario de 30 años, Susano Arauzo Martín, así como heridas a seis personas más. Pero esta acción republicana habría de completarse con otras seis bombas que dejaron caer sobre la calle de Roche (calle Escosura) y sobre el barrio de Terminillo, que afortunadamente no causarían víctimas, aunque sí muchos destrozos y desperfectos en las casas y el tendido eléctrico. Un nuevo intento de bombardear la ciudad y de buscar con sus efectos desmoralizar al enemigo causando estragos entre la población civil, fue el que se dio el día 12 de octubre de este mismo año de 1937. Veinticinco o treinta cazas republicanos que daban escolta a seis bombarderos tuvieron que retroceder a su base ante la presencia de las escuadrillas nacionales y el establecimiento de un duro combate, dejando caer algunos sus bombas en la Cartuja, mientras otros serían derribados en las proximidades de El Burgo y Fuentes de Ebro. Entre los objetivos militares republicanos estuvieron el bombardeo de la base aérea de Garrapinillos (donde resultaron afectados varios aparatos ahí estacionados), así como el bombardeo efectuado sobre el polvorín de Torrero, el día 5 de noviembre de 1937. A las cuatro de la tarde, 36 aviones del Ejército de la República hicieron blanco en el depósito de armas asentado en dicho barrio, aumentando el efecto de las bombas la munición allí almacenada, al sucederse continuas explosiones a lo largo de toda la tarde. Se hubo de evacuar a la población del barrio, por haber sido afectadas numerosas viviendas aledañas. El capuchino Gumersindo de Estella cuenta cómo ayudó a ancianos y niños a salir de las ruinas para llevarles a un lugar más seguro o al Hospital Provincial, arriesgando su vida en ello. Afirma que el número de víctimas ascendió a más de 25. El resumen de víctimas habidas por los efectos de estos bombardeos republicanos sobre la población civil de Zaragoza, y según los datos de los primeros momentos, se puede precisar en 119 muertos, de los cuales 66 eran hombres, 27 mujeres y 26 niños. El número de heridos ascendió a 248, de los que 96 eran hombres, 113 mujeres y 39 niños. Muchos de estos heridos morirían con posterioridad a causa de la gravedad de las heridas recibidas, pudiendo precisar que el total de víctimas mortales rondaría los 130. Otros muchos heridos de menor consideración no fueron registrados como tales al ser atendidos particularmente por los facultativos en sus domicilios, sin pasar por los hospitales ni que quedara constancia de sus heridas. Si comparamos las cifras con las bajas sufridas en los bombardeos de otras grandes ciudades, es indudable que las de Zaragoza no son de la consideración ni de la magnitud de éstas. Se calculan en torno a 450 los muertos por bombardeos republicanos a poblaciones civiles, y unos 7.000 los muertos provocados por los ataques aéreos franquistas. Las acciones republicanas sobre Zaragoza fueron acciones aisladas, de aparatos casi siempre solitarios que atemorizaban a la población, pero nunca fueron planificadas para escuadrillas aéreas cuyo fin fuera destruir o arrasar a edificios y personas, como en los casos de poblaciones antes ya citadas (Alcañiz, Guernica, Durango, Barcelona…), con bombardeos aéreos indiscriminados y masivos a cargo de la Legión Condor o de la Aviazione Legionaria italiana contra ciudades abiertas, como fue el caso de la ciudad de Granollers, próxima a Barcelona, donde murieron varios cientos e niños y mujeres, provocando fuertes protestas internacionales. Franco pondría en práctica la terrible idea de Mussolini de “que los italianos estremezcan al mundo por su agresividad, en lugar de encantarlo por su destreza en tocar la guitarra”, echándoles casi siempre la culpa a italianos y alemanes, cuando en realidad éstos se limitaban a ejecutar las órdenes que salían de su cuartel general, con el objetivo de convertir las ciudades en cementerios. Sin querer restar dureza a las intervenciones aéreas republicanas sobre algunas poblaciones como Zaragoza (muestra de cobardía es atacar a población civil indefensa y en horarios de descanso), ni ocultar el dolor de las madres y familiares de numerosas criaturas víctimas de tan crueles acciones, ello no empaña la realidad de los bombardeos franquistas, dirigidos a aplastar físicamente cualquier probable resistencia civil republicana, en ciudades seleccionadas y escogidas por su significado o posición estratégica, concentrando los ataques aéreos y de la artillería para posteriormente asaltarlas con la infantería y aplicar, tras la victoria, una política de purgas, venganzas y represión entre esa población civil.

 DIMAS VAQUERO PELÁEZ

 —Fuentes documentales y bibliográficas:

 Heraldo de Aragón. Archivo Municipal de Zaragoza. Información Sección Segunda, del 5º Cuerpo del Ejército. Estado Mayor 5º Cuerpo de Ejército, Delegación militar de Prensa y Propaganda (s.a.), Estampas de la guerra, editado por la Junta Recaudatoria Civil de Zaragoza. Julián Casanova (1983), “Zaragoza en los inicios de la guerra civil: patriotismos, apoyos y fervores”, Rolde. Revista de Cultura Aragonesa, 18 (enero 1993). Gumersindo de Estella (2003), Fusilados en Zaragoza, 1936/1939, Zaragoza, Mira Editores. Entrevista de Mari Sancho Menjón a Eloísa Salueña: “Mi marido no tiró las bombas sobre el Pilar, nunca haría una cosa así”, Qriterio aragonés, 40 (21 de abril de 2005). Testimonios personales: Familia Calvo-García. Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Familia Vayo Bruñén. Familia Ruberte Arenillas


ENLACES RELACIONADOS.

GUERRA CIVIL Y MEMORIA. Blog de Dimas Vaquero

LA SIRENA QUE AVISABA DE LOS BOMBARDEOS EN ZARAGOZA PUEDE VERSE DESDE LA PLAZA SALAMERO 

ZARAGOZA 1936-1939. FOTOGRAFÍAS. B.N.E


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