ARTURO PÉREZ REVERTE: SER VALIENTE ES DE FASCISTAS
Ser valiente es de fascistas
Jueves, 14/Nov/2024 Arturo Pérez-Reverte El Mundo
El 3 de noviembre, sólo unas horas después de que el presidente Sánchez diera la espantada en Paiporta, quitándose de en medio mientras los Reyes de España, con entereza y gallardía, se mezclaban de tú a tú con los vecinos encolerizados, medios de comunicación simpatizantes del Gobierno, o vinculados a él, empezaban una campaña simultánea de justificación de la actitud presidencial, que en sólo una semana pasó por cuatro interesantes fases.
La primera, la inmediata, fue incluir a los Reyes en los improperios e insultos que en realidad no iban dirigidos a ellos, sino a las autoridades -Pedro Sánchez y Carlos Mazón- que los acompañaban. La segunda, pocas horas después, consistió en el mágico escamoteo, visto y no visto, del presidente del Gobierno, del que no aparecían imágenes y ya ni siquiera se le mencionaba, a fin de dar la impresión de que la cólera y la desesperación iban dirigidas hacia los monarcas. Sin embargo, ni uno ni otro lavado de cara pudieron borrar las imágenes, ampliamente difundidas por las redes sociales y algunas televisiones, de Pedro Sánchez retirándose, cabizbajo y derrotado -consideren ambos adjetivos como delicados eufemismos- entre los escoltas que lo protegían; así que la fase siguiente fue atribuir el incidente a un hostigamiento preparado por elementos de extrema derecha venidos de fuera. Tampoco ese argumento tuvo éxito, desmontado por la realidad; así que se pasó a la cuarta fase, la más interesante de todas. Y es la que motiva esta reflexión. Este artículo.
El 9 de noviembre, coincidiendo con otras manifestaciones similares en medios informativos y redes sociales, el escritor Antonio Muñoz Molina -académico de la RAE y ex director (con el PSOE) del Instituto Cervantes en Nueva York- difundía un largo artículo titulado Todos los valientes en el que, con un acusado tono de pedantería moral que habría hecho sonrojarse a Catón el Viejo, criticaba tanto a quienes alabaron el coraje personal de los Reyes de España en Paiporta como a quienes, en otros asuntos y ámbitos, elogian -o elogiamos, permítanme incluirme en el plural, ya que se me incluía en el texto- el valor en general, el coraje de quien da la cara y en vez de escudarse tras guardaespaldas, fugas o pretextos, hace frente con firmeza a los embates de la vida.
Para el autor de ese artículo y para quienes en otros medios y lugares expresaban su acuerdo o lo jaleaban con entusiasmo, el valor personal no es en absoluto una virtud, sino un rasgo sospechoso que invita a desconfiar de quien lo posee. La testosterona -escribía Muñoz Molina- es como aquel brandy Soberano que veíamos anunciado en los televisores del paleolítico franquista.Y acto seguido vinculaba el asunto, en hábil juego de manos, con los guardias civiles con bigotazos, tricornios y exabruptos de bebedores de coñac que asaltaron el Congreso el 23-F, dándole de paso un puyazo al escritor y poeta Manuel Vilas, que se ha sumado estos días a la glorificación del coraje físico, por recordar el valor de Santiago Carrillo y Adolfo Suárez al mantenerse erguidos en aquella jornada. Elogiarlos, según Muñoz Molina, rebaja la dignidad o pone en duda la entereza de quienes sí se escondieron bajo sus escaños. Lo que lleva, naturalmente, a una conclusión ineludible: en España o fuera de ella, ser valiente es de fascistas.
Lo de menos -o no tan de menos- es que, torpemente, con tanto guardia, tanto coñac y tanta testosterona, Muñoz Molina asocia, y ahí le salta sin darse cuenta el automático, el valor físico, y de rebote la entereza moral, con el lado masculino de la vida; olvidando el fino moralista -está casado con la escritora Elvira Lindo, que le dé explicaciones a ella- que con frecuencia las mujeres, como se ve a diario en Valencia y en todas partes, incluida la Casa Real, manejan dosis de coraje y entereza que convierten a muchos hombres en tímidos muñequitos de feria. En cualquier caso, la idea de cobardía progre y coraje masculino y rancio no es nueva, aunque estos días vuelva a utilizarse como herramienta útil en manos de paniaguados y palmeros de la izquierda más servil. No hace muchos años, un notable intelectual -ya fuera de combate, no procede ahora su nombre- afirmó en un programa de radio de gran audiencia que ya es hora de reivindicar la cobardía. Y con más o menos fortuna, el argumento de la enternecedora y admirable dignidad del cobarde frente a la rancia, casposa y franquista chulería del valiente ha sido manejado hasta ahora a conveniencia de cualquier interesado, contundente y oportuno cual pedrada en ojo de boticario. Ser valiente no es obligatorio, naturalmente, y el respeto debido a quien no puede o no quiere serlo es incuestionable; pero algo muy distinto es glorificarlos frente a quienes sí lo son, y que a menudo pagan altos precios por ello.
Porque lo de Paiporta no es la primera vez, ni será la última. Ni tampoco la inefable derecha se priva de recurrir a esa estúpida falacia. De un extremo a otro del paisaje ideológico, aqueos y troyanos -disculpen la comparación clásica con estos cagamandurrias de aquí, pero es que es muy bonita- van a insistir en convencernos: ser pusilánime es de izquierdas y mostrar coraje es de derechas: paradójicamente, en esa estupidez van a coincidir en el futuro unos y otros; lo hacen ya, arrogándose cada cual el papel correspondiente. Y también, claro, puestos a etiquetar, mostrarse partidario del aborto, suscribirse a El País, ver películas de Almodóvar, usar bici o patinete, defender la acogida de inmigrantes o leer a Sergio del Molino seguirán siendo para la derecha cosas de rojos; mientras que para los de izquierdas será impensable que un progresista maltrate a mujeres, viole a niños, eructe en la mesa, vea El Hormiguero, investigue a Begoña, se niegue a decir ellos, ellas y elles o critique con ecuanimidad lo más infame de toda nuestra clase política, sin la precaución de diferenciar por siglas. Eso, según recoge la periodista Natalia Junquera -que también ha intervenido con admirable tesón en la antes mencionada cuarta fase-, puede parecer crítica política, ese ejercicio sano y necesario (...), pero es antipolítica, que daña la democracia. Lo que pone en idéntico saco ideológico, y por supuesto al otro lado del tristemente famoso muro de buenos y malos levantado por Pedro Sánchez y sus socios, un editorial de EL MUNDO, un comentario en la tele o un artículo del arriba firmante, equiparándolos con la derecha más idiota o a la ultraderecha más cerril, incluidos el payaso de AlvisePérez, Vox, Falange de las JONS (¡!), Desokupa o Victoria Federica.
Y de ese modo, para los palmeros blanqueadores de la arrogancia y la cobardía, cualquier discrepancia con las consignas de rigor -no hacen falta todas a la vez, con un poquito basta- delata, por supuesto, una obvia ideología fascista, sólo a medio palmo de distancia de Elon Musk o Donald Trump. Calculen ustedes la de timoratos, pusilánimes, oportunistas y ratas de alcantarilla que pueden escudarse, y en realidad lo hacen, tras semejante burladero.
Arturo Pérez-Reverte es escritor, periodista y miembro de la Real Academia Española. Su última novela es La isla de la mujer dormida (Alfaguara, 2024).
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