Lo que se entendía por la accidentalidad de la forma de Gobierno
Lo que yo dije era que la República, como todas las formas de gobierno, no tiene un valor sustancial, sino un valor accidental, transitorio, meramente histórico. Hay muchos por ahí (y es posible que lo hayáis oído aquí en algún mitin agentes que visten a lo revolucionario y gastan melena a lo Danton y que hacen alarde de estar en las avanzadas del progreso de la Humanidad), hay gentes que dicen que es un grave pecado mortal hablar de la accidentalidad de las formas de Gobierno.
A mí me asombra que todas estas cosas de buen sentido no hayan prendido todavía en la inteligencia privilegiada de esos genios (que, por lo visto, no entienden las cosas a medias, sino al revés de lo que son) para preguntarles si cuando se habla de valor esencial se habla de cosa permanente, absoluta e inmutable, que no cambia; y si es cierto que las formas de gobierno son sustanciales, vais a decirme que es sustancial entre la forma republicana conservadora y una forma de republicana de gobierno avanzada, entre una República burguesa y una República so- viética, entre una República autocrática, como muchas de las repúblicas de las que viven en Centroamérica y una República progresiva y demo- crática, qué es lo sustancial ¿la democrática, la burguesa, la autocrática, la conservadora? Pues entonces resultaría que la República es un vestua- rio que no tiene importancia, una cosa insignificante y ridícula que puede acomodarse a todas estas formas y por consiguiente, no tiene valor sustancial y positivo.
Pero, sobre todo, les diría; si la República es una cosa sustancial y los socialistas son las avanzadas republicanas, como ellos dicen, ¿cómo se explica que monarquías tan antiguas como la inglesa sean servidas por socialistas que representan a los elementos más avanzados? ¿Cómo se explica que monarquías como la de Bélgica, que es monarquía demo- crática pero que establece en su Constitución privilegios para la iglesia y para la enseñanza católica sea servida por socialistas como Vandervel- de, creyendo que de esta manera pueden favorecer los intereses avanza- dos de las clases democrática? ¿Cómo se explica, señoras y señores, que en Suecia y todos los países del norte, republicanos avanzados como los socialistas, no tengan inconveniente en convivir con los Reyes realizan- do y recogiendo aspiraciones del país para aquellas transformaciones y modificaciones que las evoluciones de las ideas traen consigo?
No. Son accidentales las formas de Gobierno. Pero oídlo bien, accidentales, siempre a base de lo esencial, que no puede modificarse como es la libertad, que no puede sustituirse por nada, primero para no caer en él oprobio servil de la esclavitud y segundo, la democracia, que es el pueblo, que sois vosotros, que sois la autoridad soberana que tiene que dictar las leyes, que tiene que acatar y cumplir el poder del Estado.
Así creo yo y así soy y veo con satisfacción que todos mis amigos y correligionarios de la candidatura de la lucha electoral de mañana están conformes conmigo en la accidentalidad de las formas de Gobierno pues así lo proclamó su jefe repetidas veces. Eran ideas que había pretendido verter en la conciencia de las personas que están llamadas a redimir en el porvenir la política española de sus errores.
Otro error de la Constitución
Lo que dije de la religión y de la accidentalidad de las formas de Gobierno, lo dije también de la propiedad. Hay aquí algunos propieta- rios, y he de decirles que en aquella Constitución —lo más grave en la Constitución podría consignar— había un artículo copiado según algu- nos de la Constitución celebre de Weimar en el que se decía artículo de la misma Constitución en el que se dice que puede socializar- se la propiedad por el voto absoluto de la mayoría de la Cámara. Es decir, que si vienen unas Cortes que se llamen socialistas, podrían presentar una proposición diciendo que la propiedad que a cada uno de vosotros os pertenece puede socializarse sin indemnización, y resultaría que se os despojaba de una propiedad con una mal disfrazada pena de confiscación estableciéndolo así el voto de la mayoría de la Cámara. que no se puede admitir la pena de confiscación, pero a renglón seguido hay otro
Los republicanos que desertaron de la República
¿No lo veis? Todo esto lo proclamaba yo como necesario y proclamándolo así decía que había que gobernar con estos elementos (dice refiriéndose a la CEDA) formando primero un Gobierno minoritario que tuviera benevolencia en las Cortes y seguidamente un gobierno mayoritario con la participación directa en el ejercicio del poder.
Se aceptó esta proposición prendiendo en la conciencia política de las gentes y el Gobierno se constituyó de esta forma.
Y llegamos aquí al punto neurálgico de la cuestión. Cuando Lerroux, republicano tradicional, recogiendo esta expresión, dijo que era necesa- rio formar un gobierno con estos elementos de la CEDA, con los agra- rios, con los liberales demócratas y los radicales, los elementos avanza- dos del republicanismo y del socialismo amenazaron con una revolución. Y hubo algo más, todos los jefes de estas fracciones políticas publicaron de común acuerdo una nota en la que consignaban con absoluta irreve- rencia al jefe del Estado, que si gobernaban estos señores, rompían toda la solidaridad con los órganos representativos republicanos y con las instituciones fundamentales del país.
Fue la única vez que me levanté en las Cortes para referirme a esta nota porque esos señores desacataban la voluntad popular del pueblo y se apartaban voluntariamente de la República y dije al Poder Moderador que no debían ser recibidos en consulta, pues parecería por quien lo hi- ciera una vileza o una cobardía. (Ovación).
Asturias, víctima de la Revolución
Y la revolución surgió escogiendo como víctima propiciatoria a la inocente y querida Asturias que, por ser nuestra madre, es para nosotros una pequeña Patria donde hemos nacido, donde todos nosotros tenemos tantos recuerdos, donde han surgido las primeras esperanzas de nuestra alma y donde probablemente encontremos el descanso muchos de los que hoy nos dirigimos a vosotros.
Hola, yo me preguntaba. ¿Por qué fue esta revolución? ¿Qué motivos legitimaban esta revolución? Pero ¿no os acordáis vosotros que fuisteis testigos presenciales de ello? Pero ¿es que hay gentes tan olvidadizas, tan egoístas y tan pecadoras que olvidando los deberes que tienen para con su pequeña Patria se atrevan a colocar sobre el pavés ungiéndolos con la representación política en las Cortes, a los causantes de aquel movimiento, a los que lo patrocinaron y a los que lo enaltecen? Pero ¿es posible que Asturias, en mi querida Asturias se realice esta labor suicida? Yo no lo creo. Sería, entonces, cosa de abominar como asturiano... (Gran ovación). Sería entregar la provincia como feudo a las demasías de esos anarquizantes y habría que creer entonces que se había perdido en Asturias el instinto de conservación.
Yo no lo creo porque no puedo olvidar lo que aquí pasó. He venido de Madrid después de escuchar el relato de mi correligionario y amigo Don Alfredo Martínez, y vine cuando todavía se notaba en las calles los restos de aquella hecatombe revolucionaria. Vi destruida la Cámara Santa y pen- sé en la aflicción terrible que experimentarían ante sus ruinas los creyentes en los milagros y en las virtudes de la religión. Y vi destruido, lo que fue casi desde mi niñez, el asilo y el hogar de mi espíritu, mi Universidad, donde tenía yo tantos recuerdos como estudiante luchando por las ideas que ahora propugno con un espíritu levantisco, joven, en unión de aque- llos, muchos de los cuales han perecido, y otros viven recordándome y donde después estuve como catedrático. Y la vi reducida a escombros por las balas y el incendio de los revolucionarios, que parecían tener un espíritu sacrílego cebándose en todo lo que representaba espiritualidad.
Vi algo más. No hablo de lo que hayan sufrido por persecuciones mis correligionarios y amigos que luchan constantemente por la libertad. Yo no me he forjado ilusiones, si por desgracia o por fortuna, me hubieran encontrado en mi casa —todos conocéis a los revolucionarios gene- rosos— no sé lo que hubiera sido de la pobre persona que en estos momentos os dirige la palabra. Probablemente lo hubieran escarnecido... (Ovación que impide oír al orador). Conste que yo no siento temor a nada. Nunca lo he sentido.
Así fue la revolución. Me gusta que discurráis conmigo porque no soy partidario de abominaciones ni calificativos fuertes para producir efecto en vosotros. Quiero que el convencimiento responda en vuestro espíritu y os digo: ¿qué pretexto era el de esta revolución? ¿que hizo la revolución?
Una tesis arbitraria
Una personalidad ungida con la representación de la mayoría, el jefe del Estado, que otea desde las alturas el horizonte político de nuestro país, ha advertido que sin motivos y sistemáticamente, no hay razón al- guna para pronunciarse en contra de la voluntad popular de la que son esclavos y mandatarios, pero ellos daban al pretexto de que esos señores de acción popular no se habían definido como republicanos y por lo tanto, no podía entregárseles el Poder.
Hasta hubo un célebre jurista que dio una especie de dictamen declarando que mientras no se hubieran declarado republicanos ante el cuerpo electoral, el jefe del Estado estaba imposibilitado de conferirles participación en el Gobierno.
A mí me extraña que cundan tan fácilmente las insensateces y que hombres que se llaman privilegiados y juristas eminentes encuentren, por lo visto, razones para justificar una tesis completamente arbitraria.
Repetiré un ejemplo elocuente que lo define todo. Yo fui como republicano a las Cortes, yo actué como republicano y luchaba contra el régimen como republicano. En mi primer discurso, que los parlamentarios y la opinión pública acogieron con un cariño que yo no merecía, hablé de la instrucción pública y si no recuerdo mal, en el mes de octubre o noviembre de aquel año yo fui a las Cortes y al poco tiempo surgió la crisis, una crisis parcial.
Estaba yo comiendo en compañía de mi santa compañera (Aplausos que interrumpen), cuando se presentó en mi casa el Subsecretario de la Presidencia del Consejo, quien venía en nombre de Práxedes Sagasta a ofrecerme la cartera de Gobernación. Lo publicaron todos los periódi- cos. Le repetí, manifestándole de antemano mi gratitud, que yo entendía que para ser ministro era indispensable tener una independencia econó- mica que yo no tenía, pues de otra manera la maledicencia se cebaría en uno. Se lo agradecí, pero yo seguí siendo republicano y repudié la oferta. No dijeron nunca los periódicos que el jefe del Estado hubiera cometido un dislate ofreciéndome a mí una participación en el Gobierno como republicano y a nadie podía parecerle sospechoso. Sin embargo, ahora que hay una República, con una mayor amplitud de criterio que la mo- narquía más tolerante con los hombres nuevos que quieren servirla por haberles concedido participación en el Gobierno a los elementos de la CEDA se provocó un movimiento revolucionario y esas gentes que quie- ren enaltecerla, esas gentes que quieren servirla se encuentran con difi- cultades por parte de los enemigos de la democracia, enemigos de la soberanía popular a la que tienen la obligación de servir. Y voy a termi- nar porque yo tengo la desgracia y lo declaró en altavoz ante vosotros de emborracharme muchas veces hablando con daño y quebranto para mi salud, pronunciando discursos que os fatigan. (Muchas voces: ¡no, no!).
Perseguir las ideas es dudar de la verdad
Yo os diría que a mí no me asustan las agitaciones de la vida pública, nunca me asustaron. Yo no respondo de los demás y no respondo más que de mi partido. No tengo intransigencias. No abrigo ideas de persecución contra ninguna clase de ideas, ni doctrinas por absurdas y funestas que sean. Creo, como creyó Maura en una controversia con quien nos dirige la palabra, que el pensamiento no delinque y esas ideas absurdas se comba- ten con ideas y con razones. Persecuciones, no porque perseguir en nom- bre de ellas es tanto como dudar de la verdad. Y si mañana prevaleciera la opuesta, lo que hoy se hace con ciertas ideas se haría después con otras creencias santas y divinas que son patrimonio espiritual y sagrado del pue- blo español. No, yo no quiero persecuciones, no las admito.
Yo creo que no se puede admitir ninguna de las tesis del marxismo. Casi niño, lo combatí yo en una conferencia en Bilbao donde estaban los socialistas y hablé precisamente criticando el marxismo, lo que ahora es corriente. Decía que no puede admitirse la socialización de todos los medios de producción y de cambio, y tampoco creo que pueda estable- cerse una igualdad entre los hombres porque esto anularía la obra sobre- natural de la providencia. La teoría marxista de la igualdad establecería la más absurda de las igualdades, la igualdad en la miseria.
Deberes para con los obreros
He dicho siempre esto sin olvidar los deberes que tenemos para con los obreros. Me vais a permitir que me vanaglorie e insista en ello. Yo, más obligado que todos estos señores, probablemente porque todos han nacido en una relativa posición de holgura y apartados de momento, del elemento obrero. Pero yo no, y lo digo lleno de vanidoso orgullo. Yo nací en lo más humilde, yo soy hijo de padres a quienes he visto sudar llenos de fatiga y de cansancio después de una ruda labor de trabajadores y he compartido las miserias y estrecheces en un hogar humilde, por no decir en un lugar pobre. Esto me llena de orgullo. Soy vuestro y por azares de la fortuna, por esta virtud que tiene el régimen burgués he podido llegar sin merecerlo a las cumbres de la política y he podido dirigir gobiernos y no los he dirigido porque comprendía que al aceptarlos no halagaba mi vanidad, sino que... (Aplausos que interrumpen).
Tenemos que trabajar para los obreros.
La revolución rusa
Habló de la dictadura del proletariado, mi querido amigo y compa- ñero Ladreda, elocuentemente. Y yo pregunto, ¿dictadura del proletariado? oídlo, oídlo. Es extraño que las gentes no se den cuenta de que el país que se nos ofrece como modelo es Rusia.
Allí surgió una revolución. Cayó el zar y montando ya en el tren, aceptó la dimisión que le propuso el general Ruzski y se apoderaron del poder unos hombres, entre ellos el socialista Kerensky y en menos de tres meses aquel gobierno fue disuelto y sustituido por el Gobierno soviético.
El Gobierno soviético tenía que monopolizar el comercio, tenía que emancipar a los obreros para que no sufrieran un minuto más el yugo de la burguesía y eran esos hombres, Lenin y Trotsky, siendo Trotsky el retórico jacobino y libertario y Lenin, hombre frío, eslavo de una gran firmeza de voluntad y enérgico. No hicieron la transformación y se nombraron comisiones de obreros que representaban la emancipación del proletariado para vigilar las fábricas y hacerse dueños de las fábricas.
Lenin se asustó de su obra y dijo públicamente que el pueblo ruso no estaba preparado para esa transformación rápida que le llevaba desde el zarismo, régimen de privilegios para la burguesía, al sovietismo.
Rykov era el jefe del Consejo Nacional Económico y dijo que los obreros no podían, por falta de inteligencia, acomodarse al caudillaje técnico, que la ciencia había puesto a su disposición y entendiéndolo así Lenin, dio un cambio hacia atrás y dijo: «no es una retirada estratégica —estas son sus palabras— es una rectificación para intentar en años sucesivos nuevas conquistas.
Pero lo cierto es que fracasaron dejando de nacionalizar todas las fábricas que tuvieran menos de treinta obreros empleados a su servicio y las tierras no quisieron dárselas a los campesinos porque necesitaban alimentos para los soldados, haciéndose preciso requisar todas las cosechas.
Ni aun así daba resultado y disciplinaron militarmente a los obreros adscribiéndolos a las fábricas. Y como todavía esto no fuera el resultado beneficioso que ellos esperaban, lo que hicieron fue declarar ilícita la huelga, castigando a los «meneurs» con cárceles, trabajos forzados y con la muerte y establecieron los métodos burgueses de salarios a destajo, imponiendo un mínimo de producción obligatorio, primas para los obre- ros activos, supresión absoluta de huelgas e inscripción obligatoria en las fábricas. Ya lo dijo un célebre publicista que presenció todos estos he- chos: «la dictadura del proletariado se ha convertido en una dictadura sobre el proletariado».
Esto es lo que os espera a los que presentáis como modelo a Rusia. Eso es lo que espera las organizaciones que celebraron alianzas con los anarquistas, con los sindicalistas, con las fracciones comunistas y con toda esa gama de partidos que tienen su espíritu puesto en Rusia, a los que se les ofrece como un ideal redentor ese Estado.
Hay que crear pequeños propietarios
¿Pero mi país, que es un país sensato donde todos discurrimos con la cabeza que tiene criterio de ser un país bien sensato, puede alucinarse con tales locuras? ¿pero es que hay campesinos, pobres, campesinos que creen que se les va a dar la propiedad de la tierra porque lo predicaron Trotsky y Lenin en Rusia y luego no lo cumplieron? ¿pero es posible esto? No.
Hay que crear en la República una clase de propietarios, como lo hizo la revolución francesa, por la generosidad de los propietarios que en la noche del 4 de agosto renunciaron a sus privilegios y así se pudieron cercenar, mutilando y destruyendo los latifundios incultos que estaban en manos de poderosos terratenientes. Pero hay que cercenar con indem- nización porque si no se cercena con indemnización se comete un des- pojo; yo, que soy jurista, que enseño el derecho a las gentes y que lo practico todavía en el ejercicio de mi profesión, no puedo sancionar con mi voto, un despojo.
Yo seguiré trabajando para ellos y preparando su engrandecimiento. Repito lo que dije antes, que soy contrario a los agitadores turbulentos, a los agitadores de esas pasiones, siendo preciso que todos acaten y es- cuchen la voluntad del pueblo que es la democracia, tienen que vivir en la seguridad. Tienen que vivir en la legalidad y proscribir la violencia inspirándose en la justicia para que la España del porvenir sea tan grande y próspera como lo fue antes. (Enorme ovación acoge las palabras últi- mas del ilustre tribuno, el público puesto en pie le aclama frenéticamen- te dando ¡vivas! al político honrado).
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