CHARLAS CON TROYLO : “ESPAÑOLES SIN GUARDIA.”. ANTONIO GALA

CHARLAS CON TROYLO Este libro es una recopilación de los artículos publicados por Gala en prensa en los años 1979 y 1980 bajo la forma de charlas o monólogos con su perro Troylo. Son textos escritos con una sensibilidad especial que contemplan la vida española de aquellos años la transición con lucidez y pasión con auténtico talante democrático con un aroma de versos de poeta.

CHARLAS CON TROYLO : 

“ESPAÑOLES SIN GUARDIA.”

ANTONIO GALA.









El otro día le di un cachete a un niño por tirarte del rabo sin más universal o le habría echado de motivo que el de pensar que nadie le veía. No le pegué tanto por tirar del rabo (quizá le habría echado un sermón sobre la fraternidad universal o le habría tirado simplemente del suyo para que enterara a qué sabe eso) cuanto porque me soliviantaba que se haga a escondidas lo que se sabe que no está bien hacer muy a menudo. La ley moral- moral en un amplísimo sentido- no depende de que haya espectadores. Más todavía, creo que la infracción se agrava, al menos a mis ojos, cuando se comete porque se tiene la seguridad de evitar el castigo. Ese quebrantar porque no existe riesgo me da náuseas. Y a ti, supongo, Troylo ; tú no puedes pecar a la chita callando Todos tus pecadillos son antes o después descubiertos. Todos llevan tu firma. Tú estás como dicen que los seres humanos estamos ante Dios: desnudo en cuerpo y alma.  De ahí que, con buen olfato para todo, no lo tengas peor para la justicia, y casi reclames de antemano la sanción de tus malas acciones (No hay más que ver la forma acongojada de acercárteme cuando regreso de la calle, si tú sabes que tienes algo de lo que arrepentirte). Y de ahí también quizá que a los niños no los quieras apasionadamente: los encuentras sobones, arbitrarios, egoístas, cambiantes, alborotadores e imprevisibles.

Pues, por desgracia, Troylo, debo confesarte que los españoles somos todos así. Se conoce que demasiados años de un sistema de gobierno paternalista y de una educación palabrera, amenazadora y boba nos han metido a todos en una especie de minoría edad. Somos gentes que si no hay guardias a la vista, cortamos flores en los jardines públicos, o robamos en los grandes almacenes, o cruzamos la calle por donde no se puede, o nos saltamos los stops a la torera, o defraudamos a Hacienda por mucho que nos digan que “somos todos”, o metemos el pie más de la cuenta en el acelerador, o hacemos un corte mangas al sursum corda.  La mala educación del español a solas es escalofriante. Para mí que se trata de una enfermedad; un infantilismo, una falta de madurez ética, como si consideráramos la vida en sociedad un permanente juego del escondite. (Desde mi mesa de trabajo yo he visto a un ex ministro- por tanto, presidente hoy en día de un banco- mirar en plena calle a uno y otro lado y tirar en mitas del arroyo una pelota de papeles que había arrugado antes de montar en su coche oficial.) Ignoro si tal alevosía es congénita en el denominado ser humano. Lo que sé es que los españoles somos, en este respecto, una gente insuperable e imposible.

Hace unos meses, una amiga común, a la que tú adoras- entre otras cosas tiene coche, que todo hay que decirlo. - tuvo una idea genial. Hacíamos un viaje por Galicia, y se le ocurrió que las casas de peones camineros abandonadas, el Ministerio - o lo que sea- de Turismo las transformara en albergues temporales para viajeros a los que sorprendiese una emergencia: de horario, avería, de problema de alojamiento, etc. Junto a la puerta- siempre abierta, claro- habría un cartelito con el módico precio de los servicios utilizables: duchas, toallas, teléfono, refrescos, cama, etc. Después de ocupar tales lugares públicos, durante una noche, o durante unas cuantas horas, los viajeros deberían al irse, abona las correspondientes tarifas y dejar todo limpio. ¿Me oyes bien, Troylo?, Abonar, dejar todo, y dejarlo limpio. Mandé parar el coche a nuestra amiga porque comprenderás que continuar al lado de semejante ingenua ni un minuto más me resultaba extraordinariamente arriesgado. Qué desconocimiento tan insondable de nuestro corazón de españoles, ¿ no estás de acuerdo Troylo? Pues encima  se atrevió a calificarme de pesimista- tú fuiste testigo- y me advirtió que, con personas como yo, este país no llegaría jamás a ninguna parte, y que en no sé dónde ya se hacía eso de los albergues, y que ya era hora de confiar de un modo absoluto en nuestros compatriotas, porque si desde niños no se nos hace responsables de algo- un perrito, o un reloj, o un jarrón de porcelana- jamás adquiriríamos noción de responsabilidad… Prefiero olvidar lo que le contesté. Pero tú comprenderás que, de llevarse las cosas a ese punto, en España, desde mañana mismo, todo el mundo - todo ¿eh? - iríamos como locos por las calles con las manos llenas de perritos o de relojes o de jarrones de porcelana china Lo cual superaría a los terrores del Primer Milenio.

La semana pasada sucedió algo que me dio la razón. Nuestra amiga- que esa demás de ingenua, una excelente decoradora- tú y yo fuimos a ver una casa donde ( toco madera)acaso nos mudemos muy pronto. Nos habían prevenido de que por motivos que no son del caso, llevaba sin habitar un par de años. Era imprescindible revisar techos, goteras, tuberías, ventanas: esos detalles que tanto se estropean en una casa sola. Cuando llegamos allí, tú te erizaste y te negaste a entrar. Yo me sobrepuse a mi inicial repugnancia y di unos pasos dentro. Espeluznante. Parecía una de esas casas de Managua que habíamos visto en el telediario. No es que es tuviese deteriorada o desatendida, ni siquiera que estuviese lo que diríamos rigurosamente destrozada: estaba machada, pulverizada con una diabólica minuciosidad. Los bidés habían servido para arrojarlos contra los espejos, los lavabos para triturar las bañeras, las persianas para levantar el parqué, el parqué levantado para grabar disparates en las paredes, los inodoros para demoler los fregaderos, el salón para despistar lo que se tenía que haber depositado en los inodoros o, como muchísimo en los fregaderos… Daba la impresión de que el Mal- así con mayúsculas: el maligno- hubiese estado allí. La primera idea que tuve  fue que, si nos quedábamos en aquel hiroshima, aparte de construir una casa entera, tendríamos que exorcizarlo. ¿Qué había sucedido? Pura y simplemente que por allí habían pasado unos cuantos españoles sin guardias.

A mí no puede parecerme mal que una casa vacía, y con fácil acceso, sea utilizada por unos transeúntes para hacer el amor, o fumar porros, o leer a San Juan de la Cruz. Incluso me parece bien que sea habitada por quien la necesite, para eso están las cosas. Pero ¿por qué ese amok por qué esa irá desatada, por qué ese rechinante ensañamiento? ¿Qué les había hecho a los intrusos las contraventanas, aparte de protegerlos del calor y del frio y de las miradas intrusas como ellos? ¿No era más fácil disponer de la casa, usarla con soltura, y dejar que otros la usasen igualmente después?

 Pues no, señor. Aquí el usufructo comporta un turbio cariz de Apocalipsis. Hay despreciable refrán- como casi todos. Que reza (tú ni lo oigas, Troylo). “Para el tiempo que me queda en el convento me cago dentro” Si tú le tienes un sano pavor a los niños, yo se lo tengo a los caballos de Atila. Porque, ¿dónde podremos conseguir tantísimos domadores como son necesarios?.


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